Vladimir Putin hubiera querido que ese miércoles -a dos días de cumplirse el fatídico aniversario de la invasión de sus tropas a Ucrania-, el propio Xi Jinping se presentase en los predios del Kremlin. Después de todo, resultaba insoportable para el líder ruso digerir que, unas horas antes, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se apareciera repentinamente en la ciudad de Kiev para reiterarle personalmente a Volodimir Zelenski todo el apoyo de occidente y de su gobierno a la difícil empresa de derrotar -tal vez uno de estos días- a la ineficiente maquinaria bélica de Rusia.

Putin tuvo entonces que conformarse con la visita de Wang Yi, máximo representante de la diplomacia china, en tanto que director de la Oficina de la Comisión de Asuntos Exteriores del Comité Central del Partido Comunista de China.

La presencia, tanto de Biden en Ucrania, como del alto representante chino en Moscú, marcaron una semana aniversaria llena de simbolismo político que, sin duda, siguió alimentando las percepciones del momento actual, en medio de esa guerra comunicacional y de propaganda en la que están enfrascados los bandos en pugna.

Para la dupla sino-rusa, esa semana era imprescindible mostrar algo contundente ante la incesante presión, sobre todo de occidente y de una gran mayoría de la comunidad internacional, que se aprestaba a aprobar la cuarta resolución de condena a la agresión rusa, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Previo a este apretón de orejas de la mayoría en la ONU, un consolador Wang Yi había anunciado el fin de semana anterior, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, que su gobierno presentaría formalmente en los siguientes días un plan de paz como aporte constructivo a la solución de la crisis de Ucrania por la vía del diálogo y las negociaciones políticas.

Fue entonces cuando en su reunión con Vladimir Putin y el canciller Serguéi Lavrov, el enviado chino quiso preparar el terreno antes de darse a conocer el supuesto plan de paz, pero, sobre todo, hacer llegar un mensaje directo e inequívoco a los miembros de la Asamblea General de la ONU que ese mismo día habían comenzado a debatir sobre el proyecto de resolución que sería aprobado horas después, el jueves 23 de febrero.

El mensaje-recordatorio de Wang Yi al mundo: “China y Rusia siempre mantienen su decisión estratégica de avanzar firmemente en el cauce de la formación de un mundo multipolar. Siempre hemos estado a favor de la multipolaridad y en contra de acciones unilaterales y el hegemonismo”. A esta sentencia le sumaba el apego de estos dos países a lo que llaman “democratización de las relaciones internacionales”, así como la disposición de defender sus intereses “sobre la base del respeto internacional y el papel central de la ONU”. ¡Qué irónico esto último!

Primero le tocó a la ONU

En este marco de descarado cinismo propiciado por el enviado chino a Moscú, se produce, en el seno de la Asamblea General de la ONU, la votación de la resolución: “Principios de la Carta de las Naciones Unidas en los que se basa la paz general, justa y duradera en Ucrania”. El texto, aprobado con 141 votos a favor, siete (7) en contra y las lamentables 32 abstenciones, se sintetiza, una vez más, en el apoyo de la organización a la independencia, soberanía e integridad territorial de Ucrania, exigiendo el retiro inmediato de las tropas rusas del territorio invadido, como requisito fundamental para poner fin a la guerra.

Al día siguiente, como habían planificado Moscú y Beijing, se dio a conocer “el plan de paz chino” de 12 puntos, catalogado a primera vista por muchos como un simple y claro documento de posición de la República Popular China. En él, se pide un alto el fuego, el fin de las sanciones a Rusia y (léase bien, aunque no se crea) el respeto a la soberanía e integridad territorial. Claro que, respecto a este vago último enunciado, no se hace distinción entre país agresor y país agredido.

Además, y sobre la base de la preservación del status quo actual de la guerra, obviamente favorable a Rusia por sus conquistas territoriales y anexiones ilegítimas (referendos), sustentado por los tres (3) puntos arriba indicados, el supuesto “plan de paz” insta a iniciar cuanto antes las negociaciones entre Rusia y Ucrania para dar término al conflicto.

Análisis aproximativo de la narrativa sino-rusa 

Lo primero que viene a la mente a la hora de hablar del seudo “acuerdo de paz” de China son las palabras de la ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, quien, en el marco de los debates de la Asamblea General de la ONU y de la aprobación de la resolución condenatoria a Rusia, señaló que la comunidad internacional ya tenía un plan de paz “que se llama la Carta de las Naciones Unidas, cuyos principios se aplican a todos los Estados: igualdad soberana, integridad territorial y el no uso de la fuerza”.

Por otra parte, y como ya se indicaba anteriormente, los puntos de la propuesta sobre el cese de las hostilidades (alto el fuego), eliminación de las sanciones a Rusia e inicio de las negociaciones de paz, lo que hacen es reforzar la opinión de que China no ha sido en ningún momento neutral en la disputa, aun cuando quiera engañar a la comunidad internacional indicando lo contrario, erigiéndose como un factible y confiable mediador.

Y esto es así, por cuanto en el supuesto – obviamente negado – de aceptación de una propuesta tan absurda, la misma implicaría que, desde una posición de clara ventaja, el Kremlin negociaría con posesión efectiva de gran parte de los territorios del Dombás, al este de Ucrania (provincias de Donetsk y Luhansk) y de un espacio importante del sudeste (provincias de Jerson y Zaporizhia), cuya continuidad territorial une estas porciones a la península de Crimea, ya anexada por la fuerza desde el 2014, conformando así un arco geoestratégico de primer orden y una amenaza eventual a la ciudad de Odesa (principal puerto comercial marítimo de Ucrania), de gran importancia estratégica por ser el único vestigio del país agredido con costas al mar Negro.

No se puede descartar que este estatus quo territorial actual sea la aspiración máxima de Putin en las circunstancias que rodean la debacle militar, ante la hasta ahora ardua y efectiva resistencia ucraniana que tiende a proyectar un fracaso, al menos a corto y mediano plazos, de la estrategia expansionista rusa.

En medio de las turbulencias de la escena internacional que ellos mismos han provocado por acción u omisión, Rusia y China parecen seguir enfocados en el objetivo estratégico de conducir al mundo hacia un nuevo orden internacional, bien alejado del que rige actualmente basado en reglas, y que, según esta misma visión, atiende a los principios y valores de occidente como centro hegemónico y, por tanto, engendro de acciones unilaterales, despreciadas por las autocracias del planeta.

Por tanto, la interpretación que hacen Moscú y Beijing de un nuevo orden multipolar y multicéntrico se basa en la idea de bloques de países que en sus relaciones con sus pares, no se vean sometidos a ningún tipo de condicionamientos, ya sean políticos, económicos, diplomáticos o de otra naturaleza, asociados a conductas de los gobiernos (no importando de qué signo), incompatibles con los modelos de democracia representativa y su concepción de un Estado de derecho, que siempre han pretendido regir las pautas de convivencia entre las naciones y demás sujetos de derecho internacional.

De allí la insistencia de estos dos polos de poder (China y Rusia) respecto a la importancia de lo que ellos llaman democratización de las relaciones internacionales, una aspiración que nos hace imaginar un escenario distópico de caos internacional, en el que el principio de no injerencia en los asuntos internos y las falsas y engañosas concepciones de integridad territorial y soberanía, se impongan en detrimento y para desgracia de los gobernados.

Cuando, precisamente, en uno de los doce puntos de la “propuesta de paz”, el gobierno de China insiste en respetar la soberanía e integridad territorial de todos los países, lo hace pensando en las aspiraciones de Vladimir Putin, quien ha dicho en reiteradas oportunidades que “Rusia está luchando en Ucrania por sus tierras históricas”; pero, sobre todo, Xi Jinping lo hace pensando en la aspiración, casi existencial, de hacerse con el territorio de Taiwán, más temprano que tarde.

Al Partido Comunista de China no le importa si le creen sus cinismos y embustes; después de todo, hay público para todo. Lo que sí le interesa a la nomenclatura comunista es dejar claro hasta dónde está dispuesta China a llegar en su asociación con su par ruso, con tal de verificar un cambio a su antojo de un sistema internacional en constante mutación.

Es siempre bueno recordar que, para China, una derrota de Vladimir Putin que implique la vuelta a las fronteras internacionalmente reconocidas de Ucrania antes de la invasión de febrero de 2022, o peor aún, previo al despojo de la península de Crimea en 2014, significaría un formidable obstáculo a su aspiración de hacerse con el territorio de Taiwán.

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