Deletrear al silencio
¿Cómo hago para bordar con filigrana verbal mi silencio en este escrito? Sí, ¿cómo se escribe el silencio? ¿Cómo paralizo el latido de tu corazón con palabras? Sí, ¿cómo? ¿Cómo uso figuras literarias que aprieten tu aliento y te asfixien para que entiendas mi ahogo? ¿Cómo lo hago?
No sé, de verdad, no lo sé, pero no hay nada que anhele más que mostrarte el silencio aterrador que paralizó mi corazón hasta la asfixia esta mañana en Cúcuta.
¿Cómo hacer que vivas este agobiante silencio?  
 
¡Soy venezolano, por favor, ayúdame!
Los vi mendigando, hurgando la basura, desfallecidos en una silla de ruedas urgiendo una medicina; los vi vendiendo especies, chocolates, caramelos, cables, culebras disecadas, bichos exóticos; los vi rogando al transeúnte –a mí– un trabajo, una limosna, un pan, una moneda, una mirada. Lo que fuese. ¡Soy venezolano, por favor, ayúdame!
Los vi deshechos en la marginación; desolados en el desconcierto. Los vi abatidos, humillados, perdidos. Vi al pueblo en ruinas, lo vi.
Mi mirada quedó herida.
 
Venezuela huida de sí misma
Pregunté curioso por su procedencia. ¿De dónde vienen? Uno llegó de Maturín, otro de Puerto Ordaz, alguno de Güiria (sí, de Güiria, del confín), varios de Caracas, Valencia y Barquisimeto, el que vendía empanadas procedía de Margarita, había uno de Ciudad Bolívar y otro de Puerto Ayacucho, un maracucho malhumorado le mentó la madre a Maduro, había de todo el país, de cada rincón, de cada lunar húmedo, de cada monte, de cada grieta, del agua, de la tierra, del aire, del desierto y la nieve, de la selva y el llano, de la sabana y la costa, de la ribera y el salto, los había de todas partes, sí –¡coño de la madre!– de todas partes. Un visible y desconsolador desastre.
Venezuela había huido de sí misma, estaba en Cúcuta.
 
Un mendigo de respuesta
No puedo –ni podré jamás– entender qué nos pasó como nación, simplemente, no puedo. ¿En qué punto de nuestra historia nos extraviamos? ¿Qué le pasó a nuestra conciencia crítica, a nuestra cultura, a nuestra educación? ¿Qué le pasó a nuestra moral? ¿Dónde se pegó un tiro en la sien nuestra libertad?
Uno se pregunta de todo frente en el precipicio del destierro, uno se agobia ante la falta de lógica, uno no entiende este enjambre de incógnitas que es ser venezolano. Uno es un mendigo de respuesta.
¿Qué es Venezuela?
 
La última mirada 
En la frontera de Venezuela y Colombia, en ese puente testigo de tantas derrotas andantes, que sarcásticamente llaman “Simón Bolívar” (¿en serio?, ¿y la lucha?, ¿y la guerra a muerte?), mientras cabizbajos venezolanos daban sus últimos pasos hacia la nada figuré nuestro fracaso. Me sentí destrozado. ¿Escuchan mi aturdimiento? ¿Ven la figura literaria del silencio?
Una ráfaga de diminutas lanzas coloradas se clavó en cada una de mis células aniquilando en mí a Venezuela. La sentí desangrarse. Lancé sobre ella una última mirada y vi a Chávez burlarse.
Noruega no solo fue error, fue un intento de suicidio.
 
Se borda en mi pecho
Cuando uno de los negociadores de la oposición sentenció que ellos –los dirigentes– estaban bien, pero que el país –es decir, el pueblo: tú, él, yo, nosotros– estábamos muy mal, entendí que en su acomodada viajadera perdió hasta la última noción de la realidad.
Es una vergüenza, para él y para el liderazgo que representa, es una total vergüenza.
Por eso mi silencio se borda en mi pecho y me ahoga, por eso mi corazón se paraliza y aprieta mi aliento; por eso, en Cúcuta, la huida de Venezuela me asfixia.
Por eso,   s  i   l  e  n  c  i  o. . .

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