Nada de lo que está sucediendo en Chile, y por ahora ya se extiende a Colombia, fue sorprendente o inesperado. Supimos desde siempre que la desestabilización de las democracias latinoamericanas era parte de un guion elaborado en Cuba desde el mismo momento del asalto al poder de Fidel Castro, respecto del que alertamos al Grupo de Lima con suficiente antelación cuando les pedimos a sus miembros que respaldaran nuestra solicitad de auxilio humanitario extendido a los Estados Unidos y a la Unión Europea, sabiendo que el gobierno de Donald Trump no se atrevería a intervenir en Venezuela si no contaba con el respaldo de la región. Haciendo un perverso uso de una estúpida solidaridad automática grupal, no sólo se negaron a respaldarnos: pusieron el grito en el cielo ante la sola posibilidad de ver un país de la región intervenido por los Estados Unidos o cualquiera de sus aliados limítrofes. Es la estúpida consigna de la no intervención extranjera en los asuntos internos, suficientemente debatida y rechazada por la comunidad internacional ante eventos y tragedias como las que vivimos en Venezuela. Que lo harían más que obligatorio. El rechazo a tal doctrina debió haberse enquistado en nuestras conciencias desde la intervención de los Estados Unidos en las dos guerras mundiales europeas, que permitió derrotar para siempre al nazismo hitleriano. No fue el caso. Los demócratas latinoamericanos se han rendido ante sus izquierdas marxistas – que no hay otras – haciendo de “la inviolabilidad de sus fronteras” una cuestión de honor. Una visión anti histórica, maniquea, conservadora y aldeana, que obedeciendo a sentimientos patrioteros propios del siglo XIX les deja abiertas sus fronteras al crudo y violento realismo pragmático del castro comunismo. Que apoyado en la doctrina de la unidad proletaria mundial establecida por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista – “Proletarios del mundo, ¡uníos!” –, no conoce otra frontera para su accionar que el que establezcan los estados mayores de sus partidos totalitarios.

Sin ir tan lejos como para fundar una doctrina de la intervención, que por cierto ya debiera haber sido formulada por la OEA y otras instancias regionales y mundiales, – el R2P no va tan lejos en sus pretensiones, y el TIAR, restringido al ámbito militar,  tampoco va al fondo político del problema – a partir del establecimiento del primario y elemental derecho universal a la convivencia pacífica, democrática y respetuosa entre las naciones, Venezuela supo dotarse de un extraordinario instrumento jurídico para defenderse ante las tiranías. Fue la Doctrina Betancourt, establecida por quien le diera su nombre, el gran estadista venezolano Rómulo Betancourt, que ni siquiera se convirtiera en norma estable de las relaciones internacionales del propio estado venezolano y no encontrara ninguna repercusión a nivel regional o mundial. Ella planteaba el rechazo de principio a todo gobierno dictatorial e instaba al inmediato rompimiento de relaciones con aquellos estados constitutivo de una dictadura.

Pensada en contrapartida a la tiranía cubana y previendo la indudable voluntad belicista e interventora de la tiranía cubana, de haber sido instituida como norma de las relaciones internacionales, Cuba hubiera sido aislada desde el establecimiento de la dictadura castro comunista, hace ya largos sesenta años. No fue el caso. Lejos de haber sido aislada y combatida, la tiranía cubana se convirtió en el juguete preferido de las democracias liberales occidentales. Los barbudos que asaltaron y destruyeron las tradiciones históricas, sometiendo al pueblo cubano a una virtual esclavitud, fueron magnificados y convertidos en héroes. Un asesino serial como el argentino Ernesto Guevara se convirtió en ícono de las juventudes occidentales. Fotografiarse con Castro, el tirano, se convirtió en un hobby de los más importantes mandatarios de Occidente.

Sebastián Piñera, Lenin Moreno e Iván Duque han comenzado a sufrir las consecuencias del gravísimo error que cometieran, junto a Macri y Jair Bolsonaro, ya en la lista de espera de la desestabilización impulsada desde Caracas-La Habana, negándose a respaldar a la oposición democrática venezolana para convertirse en infranqueable escudo protector del castro comunismo ante Estados Unidos.  Un reportaje del periódico madrileño ABC de este 27 de noviembre daba detallada cuenta de los preparativos llevados a cabo en Caracas por Cuba y los miembros del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, para coordinar las acciones terroristas de desestabilización que continuarán llevando a cabo en los países que las sufren. De una cosa estoy seguro: ninguno de los países afectados, ni siquiera la OEA de Luis Almagro, le saldrán al paso. El precio lo pagarán sus pueblos.

 


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