Después de transcurridos 62 años del triunfo de la Revolución cubana, para deponer a una dictadura sanguinaria y corrupta, la gente ha salido a las calles pidiendo libertad. Pero la situación fue controlada rápidamente, mediante el corte del acceso a Internet y las declaraciones de Díaz-Canel afirmando que todo lo que vemos en el exterior es falso. Según el presidente de Cuba, todo es una fabricación del imperialismo yanqui, que ha magnificado unas protestas populares pidiendo el fin del bloqueo estadounidense; al mismo tiempo, dirigentes políticos, actores de cine, y otros partidarios del régimen cubano -algunos incluso con costosos remitidos publicados en The New York Times-, han reclamado que se ponga fin al bloqueo. Pero lo cierto es que, en un momento en el que la pandemia del coronavirus parece hacer estragos en la isla, sus habitantes no pedían el fin del bloqueo, ni vacunas, ni comida, ni medicinas, sino libertad.

Aunque el bloqueo impide que se puedan realizar determinadas transacciones comerciales entre Cuba y Estados Unidos, y hace más difíciles las visitas de ciudadanos estadounidenses a la isla, no impide que Cuba pueda comerciar con el resto del mundo, incluyendo a la Unión Europea, Canadá, España y, por supuesto, Rusia y China. En realidad, Cuba importa desde los Estados Unidos, muchos productos, incluyendo pollos y cereales. A pesar del bloqueo, Cuba recibe remesas de dinero provenientes de todo el mundo, que son retenidas por el régimen cubano y cambiadas por pesos cubanos. A pesar de la falta de gasolina y la miseria imperante en Venezuela, el bloqueo tampoco ha sido un obstáculo para que el petróleo que se le regala a la isla siga llegando, o para que el régimen cubano mantenga relaciones fluidas con México, Nicaragua, Bolivia y otros países.

Refiriéndose a Venezuela, hace sólo unos días que Nicolás Maduro señalaba que el bloqueo no es ninguna excusa para que el país no produzca lo que necesita para subsistir. No es culpa de enemigos imaginarios que Venezuela ya no produzca el petróleo que antes vendíamos en los mercados internacionales, o que las fincas y empresas expropiadas -que antes generaban empleo y producían bienes y servicios- ahora estén cerradas. Esos conceptos son igualmente válidos para Cuba. Después de décadas, no hay que buscar pretextos para justificar la ruina económica de un país, llámese Cuba o Venezuela. Las causas de ese desastre están en la corrupción, la incompetencia, y la aplicación de modelos económicos fracasados. No es culpa del imperio, sino de los políticos y gerentes autóctonos, que el pueblo pase hambre, que carezca de agua potable, o que no tenga asistencia sanitaria.

Histórica, filosófica y políticamente, la libertad es un concepto muy complejo, que tiene muchas aristas. Pero lo que los cubanos están demandando es libertad individual y libertad política; la libertad del cautiverio y la libertad para elegir qué libro leer, a qué dioses elevar nuestras plegarias, o a quién querer; la libertad para optar por un medio de vida y la libertad para escoger el periódico que mejor satisfaga nuestras necesidades de información; la libertad de irse o de quedarse, y la libertad para participar en el proceso político, debatir ideas, votar políticas públicas, y elegir a nuestros gobernantes.

Sin duda, la libertad no lo es todo. Nelson Mandela decía que no quería para su pueblo libertad sin pan, pero que tampoco quería pan sin libertad; demandar la primera no significa renunciar a lo segundo. Pero el argumento del bloqueo -en Cuba o Venezuela- sólo sirve para distraer el debate, alejándolo del problema más perentorio, que no es la economía en ruinas, sino el hambre de libertad, que es lo que preocupa a los ciudadanos de esos países y a la comunidad internacional. Si tuvieran libertad, podrían satisfacer sus necesidades más apremiantes, construir su propio destino, y mirar al futuro con más esperanza.

No es el bloqueo el responsable de la represión brutal de las protestas cívicas, ni de las más de quinientas personas detenidas, muchas de ellas desaparecidas. Ninguna sanción económica justifica la tortura y la persecución política. Ni la ausencia de poderes públicos independientes es una consecuencia del bloqueo, ni éste es la causa de que allí haya jueces y fiscales al servicio de sus amos. Tampoco es el bloqueo el responsable de que en Cuba no haya medios de información independientes, o que se haya apagado Internet, evitando que los cubanos puedan comunicarse unos con otros, que puedan saber qué es lo que está pasando, o que puedan seguir enviando información al exterior. Es el régimen cubano -no el imperialismo yanqui- el que impide la existencia de partidos políticos distintos del Partido Comunista. Y es, también, el régimen cubano el que, durante 62 años, ha impedido la realización de elecciones libres y transparentes.

Lo que ha habido en Cuba -como lo comienza a haber en Venezuela- es un bloqueo interno, que impide que sus ciudadanos puedan viajar al exterior, que puedan tener acceso a informaciones e ideas de toda índole, que puedan comunicarse entre ellos con libertad, que puedan manifestarse pacíficamente sin temor a la represión, y que puedan escoger el tipo de sociedad en que desean vivir. Es Cuba quien no permite operar en su territorio a las compañías extranjeras de telecomunicaciones, que -entre otras cosas- podrían proporcionar un amplio acceso a Internet. ¡Es Cuba la que acaba de levantar la prohibición para importar medicinas! Pero los cubanos ya parecen haberse cansado, y es probable que pronto puedan ver la luz de la ansiada libertad.


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