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La ola de protesta ciudadana escenificada en la mayor de las Antillas es un suceso que ha sorprendido a propios y extraños por su ocurrencia (aunque en el pasado reciente hubo muestras de descontento activo promovidas por nuevos actores de la disidencia), magnitud, alcance nacional y por la convergencia de lo político y lo económico –social en sus demandas. Ese movimiento demuestra que no todo está atado y bien atado como llegó a decir Franco de España en las postrimerías de su vida; que los más que justificados deseos de cambio están emergiendo con fuerza.

Antes de continuar analizando esos sucesos conviene hacer referencia a acontecimientos del pasado cubano para precisar de cuáles polvos provienen parte de estos lodos. Cuba experimentó desde 1940 hasta 1952 un sistema democrático parecido en lo constitucional e institucional al vigente en Venezuela de 1958 a 1999. La democracia cubana se inició con un proceso constituyente cuyo producto fue una Constitución avanzada en lo político y social para su tiempo. Hubo Estado de Derecho, pluralismo auténtico (incluso los comunistas participaron activamente y tuvieron ministros, parlamentarios, alcaldes y concejales), alternabilidad (diferentes partidos se alternaron en el gobierno), libertad de prensa, libertad de asociación y otros componentes de un régimen republicano. Ese sistema fue lastrado por el gansterismo político, la corrupción e inequidades sociales. Pero tenía los mecanismos para que desde dentro del sistema fuesen viables procesos de reforma para superar sus lastres y actores con la voluntad y fuerza política para acometerlos. De hecho, lo previsible según  testimonios de la época el probable triunfador en los comicios generales de 1952 era el Partido del Pueblo Cubano (PPP), comprometido con la superación de los lastres mencionados. El golpe de Estado, a escasos meses antes de los comicios, liderado por el general Batista y sectores de la oficialidad, apoyado por segmentos de la alta burguesía cubana y avalado y reconocido por Estados Unidos (uno de sus mayores  errores junto con la Enmienda Platt en su relación con Cuba) acabó con la democracia. Las consecuencias más graves y trascendentes de ese golpe fueron: potenciar el sentimiento antinorteamericano, clausurar la posibilidad de cambios positivos por vía pacífica, institucional y civilizada. Lo cual creó condiciones para las aventuras insurreccionales de las cuales se benefició Fidel Castro (político poco relevante y un tanto desprestigiado por su pertenencia a grupos gansteriles en los años cuarenta).

La Revolución cubana se hizo con el objetivo central de recuperar la democracia y la vigencia de la Constitución de 1940 por eso concitó un enorme apoyo sociopolítico. Ese proceso fue secuestrado por Fidel Castro (por su vocación autocrática) en alianza con los comunistas cubanos (PSP).

Cuba junto con Corea del Norte son residuos del comunismo fenecido en los noventa del siglo pasado; antiguallas devenidas en distopias.

La resiliencia del castrocomunismo como sistema fue posible gracias a la legitimidad original de la Revolución cubana, el carisma de Fidel Castro, la represión, el subsidio económico y el apoyo de la URSS, luego sustituida  en ese rol por el régimen chavista. También por la miopía de las democracias del continente americano –en particular de Estados Unidos– respecto de la peligrosidad y riesgo que suponía su permanencia, en no hacer lo suficiente para aprovechar el virtual colapso del sistema durante el llamado Periodo Especial (momento de debilidad suprema de Cuba como Estado y sociedad). Durante un tiempo, presidentes democráticos de América Latina tuvieron como atracción máxima la presencia de Fidel en su toma de posesión, otorgándole legitimidad y reconocimiento a cambio de nada con relación a la gobernanza fidelista.

En esta ocasión, de nuevo, la izquierda latinoamericana en general y sectores de la europea han dado muestras de su alienación con el castrocomunismo y de su doble rasero para posicionarse con relación a los autoritarismos: los de izquierda son justificables y los de derecha automáticamente condenables. En especial da asco y pena ajena los ocurrido con el gobierno español y el PSOE sobre el tema y los acontecimientos reseñados.

La resistencia al cambio de la cúpula cubana deviene de razones ideológicas, de la firme convicción de los regímenes totalitarios de que el poder es para siempre, del mantenimiento de los privilegios económicos  disfrutados por los capitostes del régimen; al respecto es clave el rol desempeñado por la cúpula militar cubiche que gestiona y usufructúa desde el holding Gaesca los pocos sectores rentables de la economía; haber convertido a la institución castrense (al igual que lo hizo el chavismo) en un actor económico fue una jugada dirigida a mantener su apoyo al sistema más allá de las convicciones ideológicas, hace tiempo deterioradas.

Lo que está sucediendo en Cuba puede tener el potencial de generar cambios hacia la liberación, superación y transformación del sistema vigente o ser un intento frustrado por la represión y el terrorismo de Estado vista la intransigencia expresada en el discurso y la acción de la nomenclatura comunista.

Los cambios y las transformaciones en los totalitarismos comunistas se han dado, en general, por la confluencia de la presión activa de la sociedad, la iniciativa de sectores del sistema convencidos de que el statu quo imperante está agotado y en el hecho de que la URSS no estuvo dispuesta, está vez, a usar los tanques para ahogar el movimiento disidente.

Lo responsable y patriótico sería oír las exigencias de cambios formulados por la sociedad, tomar nota de los mismos y emprender un proceso de reformas incluyente, creíble y factible. Insistir en el inmovilismo y en cambios cosméticos  es seguir castigando a la sociedad y exponerse a una ruptura traumática como la ocurrida en Rumania en 1989.

El asunto es que en Cuba no se percibe la existencia de algo parecido a la Perestroika y al Glasnot.

Lo que termine pasando en Cuba tendrá una incidencia importante en lo que ocurra en Venezuela para bien o para mal, habida cuenta de la influencia e injerencia cubana en los asuntos internos del país.

La comunidad internacional democrática no debe ignorar lo que sucede en Cuba, tampoco limitarse a las declaraciones y exhortos. La Cuba comunista es un Estado forajido, enclave caribeño de la causa autoritaria internacional. Su permanencia es una amenaza para la seguridad nacional de los Estados democráticos. No se debe desaprovechar la debilidad del Estado cubano como se hizo cuando el Período Especial en los noventa del siglo pasado para presionar por los cambios que demanda la sociedad cubana.

 


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