1. Tal como ocurrió en las elecciones del 2 de diciembre de 2007, el pasado domingo 6 los venezolanos rechazamos el comunismo. La diferencia estriba que en 2007 votamos contra un proyecto de aniquilación de la libertad, mientras que hace una semana nos rebelamos contra el padecimiento extremo ocasionado por ese proyecto que fue instaurado de contrabando. Cuando me refiero al comunismo no hablo de otra cosa sino de la imposición oficial de la miseria. A lo largo de la Guerra Fría, el miedo, el hambre, la mentira y la represión fueron los significantes más característicos que se instalaron en el imaginario venezolano para definir el comunismo en Europa del Este, China o Cuba. No es inocente que Chávez, mientras promocionaba su candidatura en 1998, enfatizara en que no pretendía conducir a Venezuela por aquel derrotero. Lo hizo porque estaba claro que los venezolanos temían a la expresión material más universal de aquel sistema: la miseria en todas sus manifestaciones. Chávez terminó instaurándola, sus herederos la profundizaron y por segunda vez en mucho tiempo, el pueblo dijo no.  2. El resultado electoral del 6-D pone de relieve que la mayoría de los venezolanos no asocia chavismo con futuro, escenario gravísimo para un proyecto que dice ser revolucionario. La justificación de toda revolución moderna descansa en la promesa de un futuro al que no se accede por un camino diferente al revolucionario. De modo que en el caso chavista, la promesa del futuro no existe o lo que ofrecen no es precisamente entusiasta al país en general y a buena parte de sus seguidores en particular. Algo lógico, pues su promesa ha dejado de ser lo que viene, para ser lo que se queda. Ninguna revolución se hace para continuar sino para comenzar, para encaminar a la sociedad a una experiencia política completamente diferente y superior a la que deja atrás. El único futuro que puede ofrecer el chavismo es la promesa ya irrealizable de su propio pasado.3. La campaña y la primera valoración de los resultados electorales por quienes fueron derrotados demuestra fehacientemente su desprecio por lo popular, derivación igualmente nefasta para una revolución. Las revoluciones no existen sin sujetos revolucionarios, sin personas que aspiran a la novedosa experiencia de la libertad. La personificación de la revolución y consecuentemente la negación de la pluralidad de sus sujetos no es sino un instrumento para la imposición de una tiranía. Siendo algo de los muchos, toda revolución entraña una concepción de elevada virtud de sus sujetos: quienes la impulsan piensan que son lo mejor para hacer lo mejor, quienes la dirigen saben que la mayor valía de la revolución es el cuerpo social que la empuja. Frente a esas máximas cabe preguntarse ¿qué piensa el chavismo del pueblo venezolano? ¿Cree que en su mayoría es una masa ignorante y hambrienta capaz de ofrendar la libertad por la seguridad de un bocado de comida? ¿Cree que merece el castigo del amo iracundo porque se comió el pan pero no cumplió la orden?4. En esa línea, el chavismo diseñó una campaña electoral que con el propósito de insuflar afectividad y demandar lealtad estuvo sustentada en el recuerdo, en rememorar a Chávez, en obligar a los suyos a amarlo de verdad. Paradójicamente, como todo proyecto totalitario el chavismo odia el recuerdo. Su intención pública se fundamenta en que la gente inmortalice a Chávez y lo asocie con quienes secuestraron su imagen, aunque la intención real e inconfesable sea que la gente no recuerde, porque al recuerdo lo sigue la comparación y de ahí la iluminación del fracaso. Magistralmente lo ilustró Leonardo Padura en El hombre que amaba a los perros al decir que el mayor propósito de Stalin era, abrazado a la remembranza pública de Lenin ya banalizada por la propaganda, acabar con sus antiguos camaradas y con todo el pueblo soviético que recordaba la primera hora de la Revolución. ¿Por qué Maduro llama traidor al otrora pueblo fiel a Chávez? ¿Por qué acabaron a empellones la rueda de prensa que ofrecían Jorge Giordani y Héctor Navarro? Porque recuerdan. @RamirezHoffman  


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