El desencuentro de la política con el ciudadano es una deformidad de los últimos tiempos. El pueblo no se siente expresado en quienes nadie eligió. Quien es embrión de una cúpula no puede comprender lo que se mueve en las entrañas. Para aquellos que responden al pensum de estudio del cogollo, solo les importa estar bien con el caudillo. Venezuela gozó de una extraordinaria experiencia  política, nacida desde abajo. Rómulo Betancourt construyó un partido que se asemejaba al venezolano. Supo comprender que el palúdico hombre, con el ombligo pegado a su suerte, merecía ser protagonista de nuestra historia. Una visión de un país al que supo interpretar como nadie. Rafael Caldera entendió que existía la posibilidad de contrarrestar aquella esencia ideológica, con el humanismo cristiano. Para el respetadísimo jurista era una ciclópea tarea lograr un espacio importante ante la fortaleza de una Acción Democrática, sembrada en el alma nacional, pero paulatinamente logró su cometido. A pulso forjó una alternativa que se hizo fuerte para equilibrar las cargas. Tuvo que apagar  horas de estudio para recorrer un país que comenzó a reverdecer con aquella inteligencia atómica. Gustavo Machado era el irreverente gallo rojo que fue ilusión. Fiel a su historia, el PCV hurgó  en las raíces obreras. En la navaja humilde que cortaba la suela de las alpargatas encontró asidero para exteriorizar ideas, no era fácil representar una doctrina desafiante ante una sociedad conservadora. Su pensamiento se inspiró en los trabajadores del campo y la ciudad. Su esencia cavó hondo en las lágrimas copiosas de las injusticias. URD fue las dotes del gran tribuno. Jóvito Villalba parecía un encumbrado senador romano, haciendo gárgaras con un verbo atiborrado de genialidad, su prestigio lo agigantó ante la gente. El amarillo de su bandera no era una apología al paludismo, significaba un pensamiento que no terminó por germinar. Estos hombres encendieron el fuego de la antorcha que fue trasladándose a otras manos.

¿Qué caracterizó a estos pensamientos tan disimiles?

Sin lugar a dudas una lealtad a los principios, una entrega sin descanso a un ideal que anhelaba una Venezuela justa. Sus vidas eran ejemplo de rectitud. Los dones de una política concebida con grandeza. Lo que vemos ahora es el ataque artero. La traición como sello imborrable de una manera equivocada de ser intérprete del colectivo. La deformación contemporánea hace que el ciudadano vea al político como un mentiroso. Un taimado personaje que anda poniendo trampas. El currículo  de muchos líderes actuales es el de aquellos que han hecho de la política el negocio de sus vidas. Mercaderes de sueños, seres nacidos sin memoria, ni trayectoria ejemplar. Hasta ese infierno descendimos, una amarga pena. Afortunadamente existen algunos motivos para creer que podemos cambiar.

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