Cuando atravesamos momentos luctuosos en nuestra vida ciudadana es importante tratar de entender que hemos perdido aquello que nunca hemos tenido o, quizás, que desconocemos. Surge esta inquietud ante la presunción de que en realidad nunca hemos vivido plenamente en democracia o quizás me aventuro a decir que no conocemos en su extensión y profundidad lo que significa vivir en una democracia liberal como debe ser.

Esta pregunta surge cuando oímos una magnífica exposición del profesor Oscar Vallés dirigida a los jóvenes desde Cedice orientada a sembrar una reflexión sobre cuál es el significado cultural, moral y político de la democracia.

Esta inquietud se fortalece cuando constatamos que los más importantes centros de análisis político ubican y definen a Venezuela como una  autocracia electoral, entre tantas que hoy surgen en el mundo. Autocracia, según la Real Academia, es una forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley. La connotación de autocracia electoral parecería una suerte de oxímoron, al contraponer un hecho derivado de la imposición a la fuerza del poder con otro emanado de la voluntad popular como es el acto de elegir.

Ante esta disyuntiva, invito a acercarnos a la significación real de vivir en una democracia liberal, el cual integra cuatro instituciones básicas: la participación ciudadana, el igualitarismo ante la ley y las oportunidades, el carácter deliberativo y por supuesto la dimensión electoral.

El principio fundante es acogerse a la idea de una conjugación entre la democracia y el liberalismo, como espacios que se contienen íntimamente y que a la vez definen límites, siempre impregnados de tensiones, como apunta el profesor Vallés. Vivir en democracia es sortear un camino peligroso, lleno de retos y contradicciones, pero que al final resulta la manera más humana de vivir nuestro proyecto de vida. La democracia es definida como un gobierno del pueblo con fronteras liberales, con protección de los derechos individuales, las minorías, contra la tiranía del Estado y de las mayorías. Con la seguridad que otorga el rendimiento de cuentas entre instituciones que garanticen controles, equilibrios efectivos y limiten el ejercicio del Poder Ejecutivo. Esto se logra mediante un Estado de Derecho fuerte,  la existencia de libertades civiles protegidas constitucionalmente, un Poder Judicial independiente, un parlamento fuerte, capaz de hacer que el Ejecutivo rinda cuentas y limite sus poderes.

Otro concepto básico, imprescindible para aprender qué es la democracia, es la captación en su esencialidad del nivel participativo propio de la democracia liberal. Este manoseado concepto enfatiza la participación de los ciudadanos en todos los procesos políticos, electorales y no electorales.  A su vez, refiere cuatro aspectos importantes de la participación ciudadana: las organizaciones de la sociedad civil, los mecanismos de democracia directa y la participación y representación a través de los gobiernos locales y regionales.

El componente deliberativo evalúa el proceso por el cual se toman las decisiones en un sistema de gobierno. Un proceso deliberativo es aquel en el que la decisión pública, centrada en el bien común, genera acciones políticas  –en contraste con presiones emocionales, apegos solidarios, intereses parroquiales o coerción–. Según este principio, la democracia requiere algo más que una sumatoria de las preferencias existentes. Es insustituible el diálogo respetuoso a todos los niveles  –desde la formación de preferencias hasta la decisión final– entre participantes informados y competentes que estén abiertos a los acuerdos.

Otra dimensión que es imprescindible integrar es por supuesto su carácter electoral. El Índice de Democracia Electoral refleja no solo la medida en que los regímenes celebran elecciones limpias, libres y justas, sino también su libertad real de expresión, la vigencia de fuentes alternativas de información y asociación. El Índice de libertad sindical, la libertad de acción de los partidos, la existencia de partidos de la oposición. La calidad del Registro de votantes. Los indicios fraudulentos de compra o presión en el acto de votar. Las amenazas del gobierno y cualquier otro acto de violencia electoral. La coexistencia de medios de comunicación, el ejercicio de la censura gubernamental-Internet. El acoso a los periodistas. La autocensura y sesgos de los medios de comunicación. La convivencia o riesgo de distintas perspectivas de los medios impresos/de radiodifusión/virtuales.

Venezuela es calificada hoy como una autocracia electoral, con todas las fallas que esta denominación contiene; sin embargo, lo que es imprescindible comprender es que la vía electoral es solo una de las caras de la democracia liberal y que a pesar de todas sus restricciones es preferible que exista como una puerta abierta a través de la cual pueda infiltrarse una progresión de la participación ciudadana, el igualitarismo, la deliberación y la limitación del abuso de los gobiernos autocráticos. Confinar la discusión solo a la posibilidad de participar electoralmente es una cara de la moneda, no perdamos de vista las oportunidades para penetrar en nuestro mundo político con nuevas búsquedas, más participación, más debate, más partidos, liderazgo innovador y más generosidad al enfrentar los caminos del futuro.

 


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