En septiembre la prensa mundial se vio repleta de elucubraciones acerca de la inexplicable desaparición del escenario chino de su ministro de Defensa.  Li Shangfu había sido designado, además, Consejero de Estado, un rol de envergadura en el gabinete. Li era igualmente miembro destacado de la Comisión Militar Central del Partido Comunista, el órgano de control de las Fuerzas Armadas. Desde agosto de este año no se le volvió a ver en ninguna aparición a las que obligan sus funciones ni la prensa china dio pista alguna sobre su ausencia.

Tres generales de muy alta gradación pocos días antes habían presentado sus renuncias forzadas a posiciones de gran calibre. Ocupaban los cargos de comandante de la Fuerza Misilística Táctica del Partido Comunista y su Comisario Político, así como también el Presidente de la Corte Militar del Ejército de Liberación.

En cualquier otro país la alarma general habría sido de consideración, pero en el caso de estos destacados funcionarios, solo el silencio de las autoridades fue la respuesta a los interrogantes de la prensa.

Las especulaciones de los entendidos en los temas chinos tienden a poner de relieve que los detentores de estos cargos pudieran eventualmente estar señalados de corrupción ligada al manejo presupuestario del sector que estaba siendo considerablemente ampliado por la decisión de mejoramiento del arsenal chino. Pero tampoco ha habido luces que permitan afirmar tal cosa.

Algo sí es común a estos cuatro casos de ausencias inexplicadas, al igual que a la destitución del ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Xi, Qin Gang, quien fuera suspendido de su cargo intempestivamente en julio pasado, aduciendo razones de salud. Es el hecho de que todos ellos, recientemente designados en sus funciones, eran fichas de Xi Jinping, quien, sin duda alguna, había sido parte activa y decisiva en su selección para las funciones asignadas. Es evidente que la separación de sus responsabilidades tendría que haber sido también respaldada por el jefe del gobierno. Los estudiosos de los temas chinos se refieren a estos hechos como purgas con características especiales que ocurren con frecuencia en entornos opacos y autoritarios.

Pareciera necesario ir más lejos que ello. Por un lado, si, en efecto, se trata de purgas a las que el propio Xi es obligado por otros factores de poder en el seno de su partido, existe de su lado una debilidad manifiesta: le hacen prescindir de sus más estrechos aliados políticos y le atan de manos frente al hecho.

Por otro lado, el caballo de batalla del líder Xi al acceder al poder fue y ha sido la batalla contra la corrupción. Visto desde ese ángulo, la incursión de integrantes de su entorno cercano en hechos cuestionables apunta hacia un fracaso notorio de su “leitmotiv”. Pereciera que en las esferas que deberían actuar bajo su control, estos escollos no solo subsisten sino se acentúan.

Lo anterior nos llevaría a una sola conclusión factual. Un gran interrogante se cierne sobre el liderazgo con que el jefe del gobierno cuenta al cabo de poco más de una década en la cúspide gubernamental. O bien este dirigente no es capaz de enderezar el rumbo de las distorsiones o las fracturas internas son de tal calado que el hombre más poderoso de China no las logra contener. ¿Cómo queda, a todas estas, la imagen que el hombre proyecta dentro y fuera de su imperio?


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