¿Cuánto pesa la clase media en las decisiones políticas? ¿Existe una o varias expresiones de la clase media? Un reciente artículo de Joel Kotkin, miembro de estudios urbanos en la Universidad Chapman, California, y experto en tendencias demográficas, sociales y económicas, pone de relieve algo que la simplificación cotidiana olvida: la diversidad de la clase media. Para Kotkin son “las dos clases media”, para otros –sociólogos, economistas– seguramente se trata de más.

Kotkin describe así sus dos clases media: la compuesta por artesanos, técnicos, propietarios de pequeñas empresas, con una actividad profundamente vinculada a la economía privada, y la integrada por la burocracia, profesionales, docentes, científicos, intelectuales, organizaciones sin fines de lucro. La primera, según el autor, valora más la libertad económica y la actividad privada; la segunda depende más de la acción del Estado y favorece un cierto margen de control y regulación. Las diferencias entre las dos clases media pueden darse, otra vez según Kotkin, en muchos planos: el papel del Estado, la dimensión de las libertades económicas, la identidad nacional o la multiculturalidad, el nacionalismo o la globalización.

Más allá de las definiciones y caracterizaciones, no hay duda del peso de la clase media en la vida política, de allí el interés con el que los políticos se acercan a ella, o a ellas, y tratan de ganar su adhesión haciéndose eco de sus aspiraciones. Los políticos, dice Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, fundador y director académico del Centro de Política Basada en Evidencia, tienden a elegir lo que sea políticamente más rentable. Muchos resultados electorales recientes tienen su explicación precisamente en esa capacidad para interpretar la posición de una u otra clase media y de acomodar su discurso a conveniencia.

El éxito electoral, sin embargo, no garantiza ni el cumplimiento de la oferta ni menos el éxito de la gestión. La diferencia entre el estatismo y un mayor espacio para el ejercicio de las libertades económicas se expresa en los discursos, pero, sobre todo, y de manera evidente, en los resultados. Se expresa, por ejemplo, en la diferencia para la población entre simple ingreso y bienestar económico, entre subsidios y oportunidad para crear riqueza, entre transferencias y creación de fuentes de trabajo, entre pobreza y movilidad social, entre dependencia y libertad para crecer, entre gasto público y participación responsable, entre ofertas y sostenibilidad.

No cabe duda sobre la necesidad de fortalecer la clase media y de procurar la confluencia de sus intereses con políticas realistas que estimulen el desarrollo económico y el bienestar colectivo, evitando la trampa del inmediatismo y asegurando su sostenibilidad. Se impone una política que busque la necesaria confluencia entre la libertad económica y la función coordinadora y reguladora, entre la expectativa de apoyo del Estado y el costo de los servicios. Es cierto que los países de nuestra región se enfrentan a perspectivas de crecimiento reducidas frente a crecientes demandas sociales. La sabiduría del buen gobierno reside precisamente en cumplir con las dos exigencias, afirmando el crecimiento y ocupándose efectiva y simultáneamente de atender las demandas. Frente al crecimiento de las demandas sociales no es suficiente respuesta la multiplicación de las promesas. Se impone la difícil vuelta al realismo y a un discurso que supere el paternalismo estatal y el inmediatismo.

En Venezuela asistimos al drama de una clase media que se reduce y se empobrece cada día, diezmada por la emigración y debilitada por el envejecimiento de la población. Informes como los recientes de la Cepal añaden estadísticas para confirmarlo. La esperanza de una democracia que entierre el autoritarismo reside, sin embargo, en una clase media fuerte, consciente de su poder, de su responsabilidad y de su función en la generación de crecimiento y bienestar. Una clase media dispuesta a ser actor importante en las decisiones y no solo pieza de uso acomodaticio en el juego político.

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