Ese derecho fundamental que es la propiedad privada, sin dudas es un tema recurrente en la problemática de mi país, Cuba, no precisamente por su práctica o tenencia cotidiana (como lo es hoy, aún, en la mayoría de los países) sino desgraciadamente por todo lo contrario, por su carencia y su larguísimo anhelo. La propiedad privada en Cuba es apenas un fantasma.

En los países que viven bajo una opresión totalitaria, la norma (y a la vez la estrategia) ha sido la imposición de la llamada “propiedad social”, es decir, el Estado se erige como el dueño, en primer lugar, de los principales medios de producción (como dicta el manual marxista), y desde esa violenta e inmoral toma de poder, el nuevo gobierno, el establishment o grupo de poder, se convierte en rector y juez de todos los aspectos que mueven no sólo los hilos económicos y sociales, sino también los intereses individuales, hasta donde puede subsistir la individualidad, despojada de poder económico y legal, en los ambientes totalitarios.

Desde los inicios de la revolución castrista, los ideólogos del régimen fabricaron los famosos carteles “Esta es tu casa Fidel”, que durante décadas se adhirieron a las puertas de miles de hogares. El mensaje, aunque muchos no lo entendieron, era muy claro: el líder revolucionario, el mandamás absoluto, es el dueño y señor de la isla y sus habitantes. En la revolución socialista ni siquiera las casas son propiedad privada. La historia es elocuente en este sentido.

En las universidades socialistas, e incluso en universidades privadas de países donde funciona el libre mercado, se ha repetido y reconstruido una amplia literatura anticientífica y demagógica que clasifica y vende a las revoluciones socialistas como movimientos sociales en favor del obrero. Obviamente este discurso, más propagandístico que académico, proviene del impacto del aparato de propaganda interna y externa de las llamadas dictaduras del proletariado, unidas en la izquierda internacional, y que, a lo largo de la historia, han terminado siendo y haciendo todo lo opuesto a lo que dicen ser y hacer. Por ello necesitan de una constante reescritura de la historia y una sistemática de la realidad en todos los ámbitos, desde las instituciones internacionales hasta las academias.

Una revolución socialista es un movimiento de rebeldía en contra del capitalismo, es decir, una revolución en contra del derecho de la llamada “clase obrera” a crecer económicamente, a desarrollar sus propios negocios y convertirse en empresarios exitosos. Cuando el socialismo real se impone, los obreros, los trabajadores en general, dejan de producir para la empresa capitalista, que es demolida por el nuevo régimen, y comienzan a trabajar para beneficio del establishment, aunque, lógicamente, el discurso oficial tergiversará la realidad y dirá que absolutamente todo es por el bien común. Si dijeran lo contrario, no serían lo que son: vulgares dictaduras travestidas de movimientos proletarios.

La dictadura de La Habana, según ha necesitado oxigenar su fallida economía, le ha “permitido” a los cubanos, en diferentes momentos, algunas posibilidades para trabajar en sus propios negocios. Pero la realidad es que sus quebradizas “legislaciones” no responden a una economía de libre mercado sino a una economía socialista. En los últimos años, algunos medios, ya no sólo los oficialistas cubanos, sino desde los Estados Unidos, como El Nuevo Herald, NBC, Telemundo 51 y otros, han elogiado y creado o apuntalado una campaña a favor de las llamadas MiPyME (micro, pequeñas y medianas empresas) en Cuba. La realidad es que el régimen ha permitido que algunos ciudadanos creen estas empresas para paliar su sostenido fracaso, disminuir el desabastecimiento, y mantener las fuerzas represivas con el trabajo de los reprimidos y con las remesas de sus familiares y amigos exiliados. Luego de la caída del Bloque Comunista del Este, el dinero que envían aquellos que escaparon de la isla, es la primera para el pueblo hambriento y sometido. Es el exilio quien financia las MiPyME. La industria del exilio.

El Estado socialista, representado por el colectivo, por el pueblo, es quien ostenta el verdadero poder de los bienes y del individuo mismo. Cuando el Estado lo decide, el despojo de la “propiedad privada” es un hecho y para justificarlo sobran las maquiavélicas leyes y antileyes socialistas. El “ser humano” se transforma no en “ser social” sino en “ser socialista” y comienza a vivir en una tumba con una bomba entre las manos. Esa la principal estocada para ejercer con facilidad el control de masas, pues cuando un ciudadano es desposeído de sus bienes, queda desarmado ante el Estado. Así ha sido por más de 6 décadas en el comunismo caribeño y no sabemos cuánto más persista esta terrible realidad.

Según la Real Academia Española, “propiedad” es el “derecho o facultad de poseer alguien algo y poder disponer de ello dentro de los límites legales”. En sistemas que se oponen a priorizar y potenciar los derechos y las libertades individuales, la propiedad privada sobre los medios de producción suele representarse como un rezago del capitalismo (del libre mercado). Incluso, en el socialismo real, la propiedad de la vivienda, que es algo que por lo general tiene un menor coste que un inmueble comercial, pero que contiene un valor esencial para el individuo, es teóricamente vapuleada y demonizada como uno de los rasgos supuestamente perniciosos del sistema antagónico, el inhumano capitalismo. Un discurso falaz. Pues en la práctica el capitalismo, gracias a defender e incentivar la propiedad privada, ha jugado el rol esencial en el progreso de la humanidad. Gracias al libre mercado han avanzado en el mundo las ciencias, la tecnología, la educación, los negocios, las artes, las leyes, la democracia y los llamados logros sociales y políticos.

En las sociedades que no gozan del libre mercado, que no respetan los derechos humanos y que han deformado la democracia: los mecanismos de estatización y colectivización, son parte fundamental (fundamentalista) de la bota que aplasta la propiedad privada. Un proceso que puede acelerarse hacia un nivel totalitario, como ocurrió en la Cuba de comienzos de la década de 1960, o ejecutarse escalonadamente, por sectores y períodos, como en la Venezuela chavista, que abrió las puertas en el hemisferio occidental al socialismo al siglo XXI. Luego, con el dinero del petróleo chavista y la inteligencia y la contrainteligencia cubanas, ese cancer sociopolítico se ha ramificado por el continente.

Se trata, en definitiva, de la imposición de un sistema de producción que, en lugar de respetar e incentivar a los productores privados (grandes, medianos y pequeños) les expropia, nacionaliza o estatiza sus medios para ponerlos bajo el control del gobierno, objetando que tal ataque al derecho y la propiedad privada se ejecuta en función de una planificación social que sólo busca el bien común. Pero la realidad ha demostrado que el propósito es institucionalizar el robo desde la nueva “ley” impuesta. No olvidemos que el desfalco de estos gobiernos corruptos comienza con el desmantelamiento de las leyes, reescribiendo la Constitución, legislando en contra del individuo y asaltando los poderes públicos. Luego, con las instituciones y poderes controlados, el juego les resulta fácil de ganar, una y otra vez.

Los ideólogos y gendarmes de los regímenes comunistas, como el cubano y otros similares, cuya naturaleza y supervivencia dependen de oprimir las libertades, saben perfectamente que la propiedad privada es el primer obstáculo para mantenerse en el poder. Sin propiedad privada, el individuo está exento de recursos para enfrentarse al Estado totalitario. Por eso estos regígemes condenan, someten, desmantelan o hieren de muerte a la propiedad privada. De ahí el funesto éxito de nuestros enemigos, los llamados “progresistas”, los mayores enemigos de la libertad y del progreso. Ningún régimen que sobreponga la economía estatizada por sobre la economía de libre mercado ha sido ni podrá ser exitoso. Los burócratas estatistas dictan antileyes, pero los procesos económicos tienen sus leyes y fluyen de manera natural.

El éxito jamás vendrá de la mano del Estado. Las instancias gubernamentales deben mantener el orden, la seguridad de los ciudadanos y el cumplimiento de las leyes. El éxito de las sociedades se debe, en primer lugar, al esfuerzo de los individuos. Y por supuesto, a la garantía de un sistema que defienda, a capa y espada, la libertad individual. El único éxito de los regímenes totalitarios es su indecente persistencia en el poder, a pesar de sus fracasos.

En la dinámica de la Cuba revolucionaria, a golpe de terror, desinformación, adoctrinamiento, miserable dependencia estatal y significativa dosis de contubernio internacional: se ha cimentado una sociedad enferma (grave, me atrevo a asegurar) de colectivismo. Un mal que incluso no pocos de los que se han fugado de la isla continúan arrastrando, como cadenas intangibles, hacia otras latitudes y culturas. Lo comprobamos en los éxodos que en las últimas décadas se han asentado en los Estados Unidos. Y es entendible, pues como advirtiera la escritora checa ​​Monika Zgustova, traductora de Milan Kundera: “Un régimen totalitario deja a la gente marcada y tocada”.

Los cubanos somos un ejemplo más que elocuente de todo esto. Somos el manual perfecto de lo que no se debe hacer como sociedad ante la disyuntiva de priorizar la propiedad privada o cederle nuestros derechos a la falacia de la propiedad estatal o pública. La respuesta resulta obvia. Sin embargo, los hechos expresan que no se ha comprendido el crudo mensaje de la historia: anteponer lo público o estatal a lo privado es un grave error que se sigue cometiendo, con mayor o menor intensidad, en Latinoamérica y Europa. Y hay quienes, sin temor a ser tildados de alarmistas, hemos manifestado nuestra preocupación por el futuro de los estados Unidos.

Frases como la que sigue identifican a los enemigos de la libertad: “Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades priadas de los demás”, así, en el Manifiesto del Partido Comunista, publicado por primera vez en Londres el 21 de febrero de 1848, Carlos Marx y Federico Engels, incitan al individuo a automutilarse. Desde entonces, la lucha por defender los derechos y libertades, entre ellos la propiedad privada, se ha vuelto una de las más arduas peleas del individuo frente a los regímenes de inspiración colectivista.

En contraposición a la doctrina socialista, hay una frase, totalmente contraria, que no debemos olvidar: “Todas las civilizaciones, hasta el presente, se han basado en la propiedad privada de los medios de producción. Civilización y propiedad privada fueron siempre de la mano”, escribió el célebre economista y pensador Ludwig von Mises en La acción humana, uno de los libros más importantes para la defensa de la libertad y la propiedad privada, columna vertebral para defender los derechos humanos, los derechos fundamentales, la vida de las personas. Pasar por alto su vital importancia es un error que le ha abierto las puertas históricamente a las dictaduras, y con ellas a la miseria, la frustración y la muerte. Cuando se hiere la propiedad privada, la libertad corre peligro. No lo olvidemos.

*Ponencia dictada en la Universidad Internacional de la Florida en el Foro La Propiedad Privada es un Derecho Humano. Usurpaciones y Amenazas, julio 2023. 


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