RAÚL

Sentí siempre, como Borges, que/mi destino era la lengua castellana./ El bronce de Francisco de Quevedo. Instalado ahí, en la forma superior para hablar con Dios, me hallaba cómodo. Creí que así seguiría, porque/en la lenta noche caminada/no me exaltaron otras/músicas más íntimas,/en forma de lenguas dadas; ni por herencia, ni por azar. Sin embargo, llegó un momento en que quise asomarme a la lengua alemana, no porque me pareciese especialmente dulce, como al ciego que mejor vio la realidad humana de su tiempo, sino para mirar la historia de Europa desde el Setecientos, con otra perspectiva. Peleé gramática y declinaciones y repasé incontables veces das Wörterbuch, sin encontrar el matiz adecuado, y apenas conseguí vislumbrar el enorme valor de un lenguaje riguroso, atractivo y útil, para decir lo que se quiere y no otra cosa. Hoy en días de pronósticos acerca del año que comienza, entre el deseo general de felicidad y el temor, más o menos fundado, de que 2024 sea peor que 2023, he recordado aquellos intentos. Acaso por la generosidad del presidente «incomprendido», para obsequiarnos con tantas lenguas, imprescindibles en la búsqueda del conocimiento universal y el fortalecimiento de los vínculos entre los españoles.

En estas fechas el optimismo sanchista genera un pesimismo equivalente, entre amplísimos sectores de la sociedad española. En ambos casos más visceral que racional, aunque en distintas vísceras según los bandos. Entre los optimistas, creyentes en la biblia de Sánchez, variable, nutricia y acomodaticia, dominan las del aparato digestivo. A pesar de ello haría bien en no confiar demasiado. Ya advertía Morayta en su Historia General de España, que «tan pronto los exaltados llegaron al poder y colocaron en puestos preminentes a muchos de los suyos, los que no recibieron esta distinción, junto a los alborotadores por temperamento, constituyeron una izquierda de la exaltación, mucho más inquieta y decidida que de la que salieron los actuales gobernantes». En aquellos que no entienden los beneficios del sanchismo, porque no los reciben sino que los costean, la reacción negativa se manifiesta, especialmente, en el sistema cardiovascular. Hay otro apartado que se sitúa supuestamente en el sistema cerebral, reaccionando de manera un tanto contradictoria según los días y casi siempre de modo superficial.

Figuran aquí los que reconocen a Sánchez grandes virtudes políticas, en tanto en cuanto consigue mantenerse en el poder en circunstancias difíciles. No entran a ponderar el coste de tales habilidades, o lo banalizan bajo una expresión preocupante, pero indeterminada, «a cualquier precio». Cuando se asustan ante tal panorama disminuyen su admiración por el sumo sacerdote del progreso, campeón universal del antifascismo y muro de contención impermeable, frente a los «otros», la peligrosa derecha amenazante. Sin pretensiones proféticas absolutas, hagamos un repaso de los elementos del poder del presidente. El primero un «discurso», tan eficaz como ridículo, producido por los comunistas y la izquierda en general sin otro bagaje intelectual que identificar a los anticomunistas con los fascistas. Un juicio que equivaldría equiparar no ser católico con ser mormón.

¿Cuándo reaccionarán ante esta superchería, los políticos y ciudadanos de la derecha española que viven atemorizados por su hipotética filiación fascista? La respuesta a esa pregunta será clave para el futuro de nuestra política. Además de esta herramienta, Sánchez ha dividido a los españoles, imponiendo la polarización radical, que asola la política de nuestro país, eso sí, envuelta en un victimismo que encubre sus responsabilidades y achaca los efectos negativos a los demás. Mientras, continúa en su afán de someter a su albedrío el resto de las instituciones del Estado, introduciendo nuevos factores de desigualdad y confrontación entre los ciudadanos.

En este panorama político abundan los personajes dignos de figurar tanto en La historia universal de la infamia, como los no menos siempre peligrosos, que ocuparían lugar destacado en La historia de la estupidez humana. Como escribe P. Tabori, unos nacen estúpidos, otros alcanzan el grado de estupidez y hay individuos a quienes ésta se les adhiere… pero la mayoría lo son como resultado de un duro esfuerzo personal. En todo caso, para destacar en las categorías superiores, se precisa, además, de un cierto grado de imbecilidad moral, y cierta colaboración pública. Tal parece ser el caso del actual ministro de Cultura, Urtasun, cuando equipara el colonialismo belga, mejor de su rey Leopoldo II desde 1885 a 1908, a título personal, con el descubrimiento de América y la Hispanidad.

Algo ha cambiado respecto a la anterior legislatura: el despilfarro en el gasto público, el alarmante déficit presupuestario y el incremento de la deuda tienden a hacerse insostenibles, por el mayor coste de la financiación que en la etapa precedente, salvo en los últimos meses, y el volumen de los compromisos de pago a quienes le mantienen en el poder. La amenaza de inestabilidad política se ha agravado. Veremos.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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