No sabemos en qué suspiro o vertiginoso abrir y cerrar de ojos se va la vida. Casi siempre nos damos cuenta cuando es tarde. Y se hace tarde porque la mayoría de las veces olvidamos que el tiempo tiene la mala costumbre de correr y cuando nos damos cuenta, en esa carrera también la vida se nos escapó.

Hay vidas que se desperdician en existencias rutinarias o en el peor de los casos, se malgastan cobijando envidias, venganzas, celos, frustraciones y ambiciones que dañan a otros. Otras vidas parten sin aprender que perdonando se crece, que sembrar y albergar sentimientos y acciones negativas no enaltecen al alma y hacen de la bondad una cualidad difícil de recobrar.

El tiempo perdido no se recupera jamás, es una realidad no una frase, y desperdiciarlo radica en no valorar, reconocer ni disfrutar la felicidad, que es la esencia de la vida.

Sí, el objetivo de la vida es aprender a ser feliz, tan simple y complejo como eso. Debemos descubrir la felicidad en lo poco o mucho que tengamos, intentemos tratar de tropezarnos con ella donde quiera que esté y si se asoma aunque sea un poquito, vamos a exhibirla para que otros la descubran e intenten conquistar su propia felicidad. Eso sí, hay que cuidarla y no dejarla escapar porque la mayoría de las veces, hallarla de nuevo no es fácil.

Pero hay un problema, la vida es corta, lo sabemos y no lo aceptamos. Lo admitimos cuando nos percatamos que de niños pasamos a adolescentes, luego a adultos y después, casi en un instante imperceptible, nos transformamos en padres al igual que les ocurrió a los nuestros para al final y con suerte, algún día llegar a ser abuelos como ellos. Por extraño que parezca, es en ese momento, (quizás algunos lo descubran un poco antes), cuando se toma conciencia del motivo real por el cual existimos. De eso trata esta historia que es tan breve como la vida misma.

En el cielo, varios ángeles estaban revoloteando sobre nubes tejidas con sueños de hombres y mujeres que anhelan ser felices. Entre ellos sobresalía un querubín, travieso y dicharachero, quien feliz iba riendo las ocurrencias de Dios.

—Espera –dijo el ángel asomando su rostro entre las nubes– ese hombre a quien la gente aplaude y quiere, ¿quién es?

—¿A cuál te refieres? –respondió Dios asomándose también.

—A ese, padre. Al que habla con dibujos animados y que no hace más que sonreír y meter la pelota en una canasta.

—Ahhh… ese es un jugador de la NBA, se llama…

—¡No importa! –dijo interrumpiendo a Dios- No quiero saber su nombre… me gusta y me cae bien. ¡Quiero que sea mi papá!

—Lo que me pides no puedo concedértelo. Tú eres un ángel y cuando los ángeles llegan a la tierra, lo sabes, duran poco en ella. Así ha ocurrido con tantos niños y jóvenes que han partido antes de tiempo. Tu destino no es nacer. Eres parte de una luz inmensa a la cual perteneces y nuestro deber es guiar y proteger el alma de los seres vivos, además…

—¡Por favor…! Déjame nacer –insistió el ángel interrumpiendo de nuevo a Dios– prometo, padre, que haré feliz a mucha gente aunque sea poco el tiempo que me quede entre tantas almas… Te prometo que enseñaré lo que es valorar y amar a la familia. Te prometo que daré tanto amor, que cuando llegue el momento de partir le enseñaré a muchos que la felicidad son esos retazos de alegría que nos hacen sentir que ese inmenso universo que tú creaste está dentro de cada uno de nosotros… La gente comprenderá y en mi último vuelo con mi papá, entenderán, por duro que sea, que el amor no acaba con la muerte, que es como Einstein decía con respecto a la energía: nunca se destruye solo se transforma, así es el amor y aceptarán también que cada minuto de vida es invaluable porque no sabemos que jugada tiene el destino. Lo importante, que es lo que tú, yo y muchos otros ya sabemos, es que mientras estemos vivos siempre hay que luchar para ser felices y…

—¡Trece años en la tierra! –ahora fue Dios quien interrumpió al ángel– No puedo darte más tiempo.

El ángel aceptó. Dios lo complació y lo envió al mundo como niña. Ella fue feliz, amó y fue amada. Gianna fue su nombre, la segunda hija de Kobe Bryant. El ángel humano de dulce sonrisa y cabello rizado, cumplió su palabra porque durante su corto paso por la vida, al igual que su padre, enseñó que la perseverancia augura el triunfo, que la felicidad está en el amor, que la unión de la familia es invaluable y que es en el cielo donde se inician historias que serán infinitas, pero en la tierra esas historias serán tan breves como la vida misma y es allí cuando los ángeles vuelven a volar.

@jortegac15

 


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