Las primeras fábulas en las que los principios y valores se relataban como una enseñanza, fueron los cuentos de Esopo. Los contenidos en sus narrativas sobre la empatía, el valor de la honradez y la capacidad de hacer el bien -además de inolvidables-  fueron ejemplarizantes. Hoy en día las definimos como “moralejas”.

El hombre, el niño y el burro es un cuento infantil del legado de Esopo. Si él fue esclavo o genio, no es lo importante. La trascendencia histórica de su obra, así como el crear ese género literario, vivirá por siempre en la literatura universal. En esa  fábula, todos intercambian sus posiciones de “esfuerzo” en el recorrer de un camino. Las posiciones, a pesar de su intercambio, no logran complacer a todos los públicos: todos tienen perspectivas diferentes según la asimetría de la carga. Me explico:

Si el niño y el hombre caminan junto al burro son unos pendejos

Si el niño está encima del burro, ¡qué bríos las del niño!

Y si es el hombre el que se monta en el burro y el niño camina, ¡qué abusador es ese señor!

“No habrá un momento en el que todo el mundo esté de acuerdo con algo. Siempre que intentamos complacer a los demás dejamos que sus ideas estén por encima de las nuestras y en ocasiones por encima de nuestro principios”.

Me atrajo mucho la declaración de una científica española que comentaba sobre los salarios de Cristiano Ronaldo y Leo Messi. En su mensaje instaba a que los llamasen a ellos para encontrar la cura a la pandemia. Ella en un gesto, tal vez de impotencia, tal vez de arrogancia, comparaba los ingresos de sus colegas científicos, en franca minimización con las vedettes del balompié mundial. Te comprendo doctora, pero como inmortalizó la frase mi hermano, el Dr. Juan Carlos Ojeda: Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Sigo

Al igual que me dediqué a leer las opiniones de la doctora, también me he desvelado para intentar encontrar algo en común en las diversas declaraciones y opciones que nos presentan líderes, empresarios, catedráticos e intelectuales en todo el globo. La coincidencia de que nos enfrentamos a un gran problema político y social a nivel universal, pareciese ser el mínimo común denominador. (sorry, soy ingeniero).

Un buen amigo me dijo una vez en el seminario menor de los Legionarios de Cristo en Mérida que el acto de contrición no es un sentimiento de pena o de vergüenza. Es nuestra mejor disposición de enmendar de libre voluntad, con todo el arrepentimiento, los errores cometidos. Si no viniesen esas frases de nuestro cardenal Baltazar Porras, tal vez dudaría en pedirles un acto de contrición. A todos.

Los científicos no son “sabelotodo”. Quienes dirigen el mundo empresarial no son propiamente los herederos de Einstein. Los banqueros no son sinónimo de la Madre Teresa de Calcuta y tanto los líderes sociales como políticos no son más “sabiondos” que el papá de Peppa (Peppa Pig dixit). Aparte de esas noticias que quizás ya conocían, les tengo otra información. Siempre los intereses de los Estados han sido los que de alguna manera “joden” a la población mundial. Me disculpan si he sido ofensivo.

En este párrafo, sí quiero ser ofensivo –con todo respeto–. Mi irreverencia es simplemente un mensaje para llamar a la reflexión. ¿A quiénes? A los dueños del mundo, del capital, del comercio, de las joyas, del petróleo. A todos quienes juegan a ser los dioses del universo y hunden en la miseria a la humanidad. Por favor, no se conceptualicen ustedes como seres humanos.

Entiendo la indignación de la doctora. Ella, al igual que muchos, se siente ofendida porque algunos jugadores ganan dinero (Ronaldo y Messi). También ganan obscenidades los artistas, los empresarios, los líderes sociales y todo aquel que les genere riquezas. Por mí está bien. Todo lo que les produzca dinero, a quienes les gusta el dinero –está bien–. ¿Sabe qué me indigna, doctora? Los que en complicidad política saquean países, asesinan por diamantes, trafican con drogas y hacen del comercio sexual infantil una de las industrias más lucrativas. ¿Quiere cambiar el mundo? Enseñémosle moral y principios a los ricos a los dueños del poder.

¿Para qué?  Ese es el punto que debemos plantearnos con toda nuestra franqueza y con todo nuestro corazón. Preguntarles: cuántas botellas de champaña pueden tomarse al día, cuántas langostas o caviar pueden ingerir, cuántos carros pueden conducir o con cuántas mujeres pueden estar. Es demostrarles que por esa vanidad que les consume muchos no comen en África. Que sería una mejor inversión esculpir su nombre en los libros. Como Jesús, como Constantino o como la Madre Teresa. Cambiar el mundo para un mayor compromiso social les haría cambiar el significado de «moraleja” y los haría inmortales en la historia.

@CarluchoOJEDA


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