El poder de una frase no es desdeñable, en muchos casos es capaz de inclinar la voluntad de una mayoría parlamentaria y aún calmar el alboroto de unos agitados y tumultuarios jacobinos. Narra José Ortega y Gasset que cuando se discutía el destino de los despojos mortales de Mirabeau, el más grande y brillante orador y estadista que había dominado la voluntad de esa misma Asamblea Nacional y de la Revolución francesa en su conjunto, el diputado Chenier (hermano de Andrea Chenier que inspiró la opera de Giordano) el diputado –repito- opuesto a los honores póstumos a Mirabeau, había afirmado: “No hay gran hombre sin virtud” y retruca Ortega con certero criterio: “No hay gran hombre con pequeña virtud”. No obstante la “frase” tuvo éxito por algunos años, aunque luego se hizo justicia.

Así se crean las frases que luego son asumidas como hechos concretos y, por años hemos hablado del “espíritu del 23 de enero” como una entidad, casi una doctrina concreta, trasladable en el tiempo y las circunstancias. El famoso “espíritu” y en el fondo hay que tomarlo así, se refiere a la sumatoria de realidades que llevó a la aplastante mayoría de los venezolanos a desear, a necesitar, a anhelar la defenestración de Marcos Pérez Jiménez de la primera magistratura del Estado.

Todo este amplio prolegómeno explica el porqué se habla hoy de que María Corina debe rescatar el espíritu del 23 de enero y canalizar el aplastante rechazo (cifrado en 80%) que “atesora” el incunable presidente de la República. Eso mis queridos compatriotas o conciudadanos ya se ha producido. Se llama REPULSA y la sentimos en cada célula de nuestros cuerpos, todos aquellos que amamos y sentimos a Venezuela como una savia común y viva, de la cual nos sabemos parte.

Para 1958 se estaban cumpliendo 10 años de la caída de Don Rómulo Gallegos y el termino “caída” es el mas exacto, mucho mas exacto que el de “derrocamiento” a menos que emulando a CAP, digamos auto-derrocamiento, ante la indiferencia colectiva inexplicable ante un gran hombre que, después de haber obtenido 74% de los votos se cayera, sin pena ni gloria y sin que nadie disparara ni una guaratara en su defensa.

Emitido este duro juicio -estrictamente político- debo dejar constancia, particularmente para las nuevas generaciones, de que en nada empequeñece mi admiración por el ciudadano, el prosista, el intelectual, el maestro de juventudes, el ser humano excepcional que fue Gallegos. Simplemente no fue un político.

La repulsa actual más que al “régimen” es a la “cultura” chavista, la cual con las diferencias de matices que impone cada sensibilidad es palpable a lo largo y ancho del espectro social –incluidos algunos funcionarios públicos con los cuales nos vemos constreñidos a interactuar- actitud que apreciamos hasta en personas de la más rudimentaria formación que se avergüenzan de las payasadas de Maduro y del vergonzoso papel internacional que estamos protagonizando. Fueron 7 años de Pérez Jiménez, que se sumaron a los dos años de la ”Dictablanda” del comandante Carlos Delgado Chalbaud (1948-1950), hombre culto más forzado que voluntario al golpe de 1948 y unos meses del antiguo “muchacho” de la generación de 1928, el Dr. Germán Suárez Flamerich. Todos ellos juntos y multiplicados, palidecen ante la indignación colectiva de hoy.

La repulsa es un hecho imparable.

Sería necesaria una virtual guerra civil, para sostener en el poder un régimen que lo que les produce a sus gobernados es asco… los venezolanos –pese al discursillo oficial al uso, no soñamos con rubios marines libertarios, ni con el señor Trump trans-converso en Míster Godiva, expulsando a los profanadores del templo. Lo que queremos es que se vaya, hasta donde San Juan Agachó el dedo, o al carajo (ahora que sabemos que no es grosería, sino el destino más remoto dentro del velamen de un barco de velas del siglo XVI).

La unidad se llama María Corina

Lenta pero reiteradamente, en los últimos años, la verdadera voluntad popular se ha develado, ya no existe el brumoso horizonte de indefiniciones que había privado por largos años, uno a uno la “trulla” de aspirantes que oscurecía el panorama se ha ido diluyendo y aclarando, unos por cobardes, otros por inconsistencia intelectual o falta de carisma, otros llenos de méritos por caprichos de veleidosa fortuna. Algún amigo entre ellos.

Y de ese cardumen de aspirantes emergió la impecable imagen de María Corina Machado, le cobraron las deudas que no tenía, presentándola como una niña rica jugando a la política, nada mas falso. Que supiera comer con cubiertos, que hablara, además de un correcto castellano otras lenguas de utilísima práctica en las relaciones internacionales, credenciales todas recomendables –yo diría necesarias- en un Jefe de Estado, en este mundo globalizado y complejo. Todos estos elementos convergen en nuestra candidata, Venezuela se merece, después de la ordalía del chavismo-madurismo un conductor de excelencia. No solo se lo merece, lo necesita, se trata de reconstruir un Estado, un país descoyuntado y corroído por el morbo dela corrupción incitada e implantada como política de Estado.

Previsible epílogo

El artículo que precede fue escrito el 23 de enero de 2024, hoy día 26, ya el país escuchó las intervenciones histeroides de Jorge Rodríguez, la teleculebra golpista de Maduro y otros exordios patrioteros de algún sicofante agitado, poseso de mal disimulado pánico, por no decir culillo, parapetado detrás de una risible manifestación de los súcubos y las súcubas del vergonzante TSJ. María Corina, también esto era previsible, respondió con la claridad y la mesura de quién sabe qué tiene la conciencia limpia y el amor y la fe del pueblo venezolano con ella. Con pocas palabras que me permito citar:

«El régimen decidió acabar con el Acuerdo de Barbados. Lo que NO se acaba es nuestra lucha por la conquista de la democracia a través de elecciones libres y limpias. Maduro y su sistema criminal escogieron el peor camino para ellos: unas elecciones fraudulentas. Eso no va a pasar. Que nadie lo dude, esto es HASTA EL FINAL».

@MariaCorinaYa

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Quiera Dios que el previsible epílogo no termine también siendo previsiblemente trágico.


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