La revolución nos obliga a viajar. Por las razones que conocemos, ya en Venezuela no podemos tramitar visa para ir a la patria de Donald Trump. Por motivos de conveniencia, tomé la decisión de hacerlo en la Embajada de Estados Unidos en Panamá y aproveché así la ocasión para ver a mi hijo y su esposa, quienes tienen varios años residiendo allí.

Como ya es normal, el Aeropuerto Internacional de Maiquetía estaba desolado a mi llegada. Nada que ver con las grandes congestiones de viajeros de la época de la democracia y el período del boom petrolero durante una parte del gobierno de Hugo Chávez (2004–2013), cuando el precio del barril del petróleo subió de 32 a 103 dólares. Los actuales tiempos de vacas flacas ponen de manifiesto el declive incontestable que marcha en paralelo con el pobre apoyo popular que tiene hoy Nicolás Maduro.

Precisamente por la terrible crisis que vivimos me causaron sorpresa los adelantos tecnológicos que encontré en los procesos de chequeo de las maletas y el equipaje de mano por parte del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional; con ello se evitan revisiones innecesarias. También me causó buena impresión la rapidez con que tres funcionarios del Sebin actuaron para ayudar a una dama que se tropezó y casi cayó de bruces cuando se retiraba de la zona antes indicada. Uno solo desearía que ese excelente trato y buena disposición también lo tuvieran todos los integrantes del cuerpo para con los presos políticos y los opositores al gobierno; pero eso es mucho pedir a una dictadura primitiva.

El amplio pasillo que transito al dirigirme a la puerta de embarque pone de manifiesto su sorprendente soledad a pesar de la hora (11:00 am). La misma desolación se repite en las diferentes tiendas libres de impuestos y cafetines. La imagen de decaimiento es simplemente brutal.

Al llegar finalmente al sitio de embarque me encuentro con un amplio espacio con suficientes sillas, un pequeño mueble destinado a la recarga de los teléfonos celulares y un televisor pantalla plana colgado del techo que transmite una y otra vez una propaganda del gobierno “revolucionario” sobre la hermosa geografía venezolana. Es refrescante ver repetidamente esas imágenes que nos presentan un país de alucinantes playas, ríos, montañas, llanos y ciudades vistas desde las alturas. Al final, sin embargo, la bendita publicidad deja el desagradable sabor del ocultamiento del drama político y social que padecemos a diario en todos los rincones del país.

Es notorio que para la propaganda de la dictadura no hay pobreza extrema, desnutrición, inseguridad jurídica, hiperinflación, violación de los derechos humanos, emigración, presos políticos, destrucción del aparato productivo, ni todos los trastrocamientos que seamos capaces de imaginar.

A la hora pautada abordamos el vuelo a Panamá. La atención durante el viaje estuvo al mismo nivel que tenían las aerolíneas venezolanas antes de la llegada de la plaga revolucionaria. Al desembarcar enfrentamos el intenso movimiento de viajeros que teníamos en nuestro país en plena democracia. Las tiendas comerciales, cafeterías y restaurantes del Aeropuerto Internacional de Tocumen rebosan de clientes. El de Maiquetía luce frente a él como insignificante pigmeo.

El trámite de ingreso al país es expedito y también el retiro del equipaje. A la salida mi hijo nos recibe. El trayecto a la ciudad es rápido, a través de vías en perfecto estado. Llama especialmente la atención la gran cantidad de vehículos nuevos y de las marcas más sofisticadas, un indicador de que la economía nacional se mueve a pesar de los problemas que se confrontan a nivel global.

Dos datos sobre la inmigración venezolana en Panamá dicen mucho. Por un lado ya se han contabilizado más de 90.000 ciudadanos venezolanos en diferentes condiciones migratorias. Y por el otro, solo 63.102 de ellos tienen permisos de residencia. Un detalle anecdótico del asunto es que en el edificio donde reside actualmente mi hijo, casi 70% de los propietarios son venezolanos. Así, pues, ellos impulsan la economía del país que los acoge y amplían sus propios horizontes mientras la dictadura arrasa con la patria de Bolívar.

Pero las esperanzas no se pierden. El contundente respaldo que el martes 4 de febrero recibieron Juan Guaidó y la democracia venezolana por parte de Donald Trump, durante el tradicional discurso del Estado de la Unión en Washington DC, así como la ovación que le tributaron los miembros del Congreso de Estados Unidos, nos colman de optimismo. La alegría es mayor tras la reunión de ambos gobernantes en la Casa Blanca, al día siguiente. La arrechera y preocupación de Nicolás Maduro y su círculo es ahora monumental.

@EddyReyesT

 


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