¿De qué vale la pura crítica si esta no conlleva, siquiera, a un ápice de esperanza? De seguro a petrificar lo que se critica, lo que merece, incluso, las más duras y valederas de las mismas.

De lo contrario se puede decir algo parecido. Una esperanza vaporosa que no esté sustentada en una crítica articulada y sólida de la realidad, tampoco conduce a ninguna parte que no sea el continuismo destructor del presente. Las esperanzas aéreas no son auspiciosas.

Si no tuviera esperanza no escribiría estas breves líneas. Y si la crítica a la hegemonía despótica y depredadora no fuera tan demoledora, sería difícil construir una esperanza razonable.

Falta, eso sí, gente más comprometida con la crítica y con la esperanza. No me refiero, claro está, a los que le dan un barniz opositor a su complicidad y proclaman la esperanza aérea para un futuro imposible.

Me refiero a los que conocen la realidad, pero tienen temor de ser considerados políticamente incorrectos. Cosa absurda, porque la ambigüedad y la insidia de los cómplices directos no puede ser más beneficiosa para la hegemonía.

Una crítica que destruya la esperanza no sirve para nada. Una supuesta esperanza que se funde en una crítica blandengue o hasta en un apoyo disfrazado, al poder establecido, hace mucho pero mucho daño.

Crítica recia y esperanza con sustento es lo que se necesita para animar la lucha, superar la hegemonía y cambiar de manera real y efectiva a Venezuela.


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