Foto: Transparencia.org.ve

La situación del venezolano en el país es dantesca, producto de los efectos provocados a conciencia por el modelo socialista impuesto a la ciudadanía con métodos dictatoriales y nadie duda de sus vínculos con el crimen organizado internacional. Vivir la cotidianidad de esa situación, agravada por la pandemia, reduce la calidad de vida y restringe la posibilidad de ser atendido por el sistema de salud, sumado a la fatal caída del ingreso familiar a niveles tan extremos que obliga a esfuerzos increíbles para la supervivencia.

Estudios realizados por instituciones confiables ponen de manifiesto que 96% de los hogares venezolanos reporta pobreza, y más de la mitad, se ha incorporado muy recientemente a ella como consecuencia de la pérdida de empleos, emprendimientos y carencia persistente de bienes y servicios. Cerca de 40% de los hogares reporta la imposibilidad de obtener recursos económicos suficientes, potenciados por la cuarentena, el aislamiento y la ausencia de actividades productivas.

Es notable y catastrófico que toda esta realidad se traduzca en ingresos medios  que rondan  los 0,72 dólares/mes, cuyo extremo jamás supera los 4 dólares/mes y que no permite cubrir siquiera la cesta básica, ni aun sumando los recursos percibidos por el grupo familiar, los cuales hacen milagros para mantener el nivel de vida apenas suficiente para no morir de hambre, sin contar con el efecto bárbaro que produce la hiperinflación tan gigantesca que cuesta ver su valor comparado con hace algunos años, la cifra no cabe en un papel y se traduce en un dólar que se adquiere con un valor equivalente a billones de bolívares a valor actual.

De alguna manera, la mitad de las familias se ayudan para paliar esta situación y declaran recibir remesas familiares de quienes emigraron; sin embargo, se aprecia que dichas remesas se han reducido significativamente, pues también les está costando producir dinero.

La consecuencia de no poder costear la cesta básica tiene sus efectos directos en la dieta vital al limitar la calidad y cantidad de la ingesta alimentaria, siendo los niños significativamente afectados, además de lo que ello representa para su potencial futuro. La situación viene acompañada de ansiedad y preocupación por la manutención, y la imposibilidad de atender la obligación educativa. Estos indicadores son comparados con aquellos que reciben parte de sus salarios en dólares provenientes generalmente de empresas que todavía sobreviven o de aquellos que especulan al transar sus servicios en dólares ante la poca apreciación que tienen de esa moneda para fijar el costo de los servicios y de bienes usados; indicadores también odiosamente comparados con 3% de aquellos que poseen los recursos necesarios sin entrar en consideraciones de donde proviene la fuente de sus ingresos, pero que todos presumimos de dónde vienen.

Según una encuesta realizada por Tendencias Digitales, la mayoría de las personas, estimada en casi 70%, tiene una visión pesimista de su situación actual; han abandonado la idea  de iniciar emprendimientos de sus actividades y 19% deseaba irse del país, pero sus planes se vieron pospuestos potenciados por la crisis, la pandemia china, la precariedad de los ingresos y las circunstancias generales que estamos viviendo, lo cual determina que esté enfocado en la preocupación del por ahora, sin pensar demasiado en el futuro.

Los que han emigrado al exterior por lo general no están en mejores condiciones, dejaron una vida y bienes atrás, la educación percibida no es reconocida sino excepcionalmente en los países donde se ha emigrado, por lo tanto, tienen que trabajar en oficios o actividades fuera de su profesión o formación, y no pueden trabajar fácilmente si no han logrado obtener el permiso o la visa adecuada, por tanto, su situación se hace extrema, sus condiciones no son buenas y el esfuerzo de mantenerse es doblemente difícil. Además, sufren las consecuencias de la xenofobia y el rechazo, aun en países supuestamente amigos de los que muchos migraron a Venezuela en una ocasión pasada.

Toda esta circunstancia desvía la atención a los problemas sentidos y no ha facilitado contribuir con el impulso necesario para forzar la salida del régimen. El venezolano tiene miedo, es cauteloso, sujeto de denuncia, persecución y represión. Sus derechos no existen y la dirigencia opositora, en la que por lo general no confía, se mueve en un mundo difícil de entender, de cohabitación y ausencia de liderazgo para producir el cambio, el cual se enuncia pero no se hace por falta de voluntad o conveniencia.

Lo expresado anteriormente en cierta forma puede explicar parcialmente por qué no se ha podido cambiar al modelo de gobierno, aun cuando cuenta con la comprensión y el apoyo internacional. Está claro que es necesario el cambio cuando se ha reconocido la usurpación del poder y se han demostrado los vínculos terroristas del régimen y su asociación a organizaciones criminales.

No ha habido el mecanismo adecuado para el cambio por indiferencia más allá de las protestas, de la insatisfacción popular y el deseo de que los países que apoyan al sistema democrático intervengan, ya no solo mediante la imposición de restricciones económicas sino militarmente, pero sin querer entender que si no se produce la acción interna nadie podrá venir sin ser acusado de invasor. Este último elemento ha sido esgrimido por el régimen para denunciar al llamado imperialismo con vulgar desparpajo cuando hemos sido intervenidos por cubanos expoliadores y las estrategias interesadas coaligadas de Rusia, China e Irán, el soporte de la guerrilla colombiana y de los delincuentes paramilitares del propio país.

No es posible la intervención militar humanitaria de coalición de países democráticos sin la participación del pueblo venezolano de manera activa cuyo futuro y  destino nos corresponde decidirlo, claro está, nada fácil por cuanto se trata de remover del poder a una organización que está dispuesta a asesinar a su propio pueblo, especialmente, cuando el régimen ha retado a los países democráticos, y dice tener apoyo del eje del mal integrado por aquellos que desean afectar la seguridad de los países democráticos, y desestabilizarlos para instalar gobiernos favorables, ni siguiera asociadas a estrategias ideológicas, sino de carácter político militar que con la etiqueta de socialistas o progres favorezcan sus intereses económicos.

El régimen se hace cada vez más beligerante y es asesorado por los cubanos cuyos mecanismos de supervivencia han experimentado todo tipo de restricciones económicas, a las cuales han sido sometidos. Son campeones, con sesenta años de aguante a cambio de haber sometido a la ruina a su gente, a la destrucción de su infraestructura cuya dictadura no ha podido ser desplazada.

Reconociendo que el régimen no las tiene fácil porque está lidiando con crisis simultáneas y persecuciones judiciales, los venezolanos la tienen aún más difícil a pesar de que los dirigentes y capos de la dictadura se sienten acorralados, aislados y perseguidos, se aferran a la silla como borrachos en una mesa ante una botella vacía con la esperanza de que le sirvan otra,

El sufrimiento de los venezolanos está generando un dilema ético en los principales actores políticos para responder a la situación emergente de cuánto más deben sufrir los venezolanos. Solo el pueblo y su reacción producirá la confrontación que será aliviada por la fuerza de países democráticos. Frente al escenario comentado, solo queda que se concrete el cese de la usurpación, se forme ya un gobierno integrado por líderes fuertes y contundentes, con la disposición moral suficiente para conducir la protesta, provocar la acción generalizada de romper con la miseria y lograr la aspiración de libertad del venezolano. Nadie nos va a resolver si no luchamos


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