La esperanza se trata de esperar confiados en un resultado deseado. Para los cristianos es una virtud teologal mediante la cual se tiene plena confianza en los resultados positivos de los  designios de Dios. La esperanza no es aguardar al milagro. No es un término pasivo. Al contrario, la esperanza también implica acción, movimiento para alcanzar el objetivo deseado. La esperanza activa es aquella que generamos con el hacer, y ese hacer nos da la confianza que alimenta nuestra esperanza para seguir con acciones superando los obstáculos hasta conseguir la meta.

La esperanza impulsa a las personas a comportarse de una manera positiva frente a cualquier circunstancia de la vida, incluso ante las más adversas. Las personas con esperanza afrontan los quehaceres cotidianos de una manera distinta a las frustradas y negativas. Si se les ve desde afuera, se puede cometer el error de pensar que las personas con esperanza son así porque todo les sale bien, y es al revés,  las personas con esperanza atraen y trabajan de forma positiva y de esta forma gran parte de sus estudios, trabajos, o vida en general les sale bien. Ellos afrontan los problemas siempre con mente positiva y con una felicidad espiritual que les permite continuar adelante sin mayores problemas.

Llevado al plano sociológico, se puede decir que en las sociedades con esperanza se vive mejor, pues las personas hacen las cosas de manera espontánea, con buena actitud, con fe y normalmente cuando las cosas se hacen así salen bien.

Antiguamente la sociedad venezolana parece haber sido una sociedad siempre esperanzada en un futuro mejor. Se vivía un clima de paz, de confianza que se ha perdido. Por el contrario, hoy en día vivimos en un país lleno de agresividad, de desconfianza y de odio. Muchos hoy viven sin esperanza y eso nos lleva a un escenario sombrío, de frustración, impotencia y amargura frente a la realidad. Basta con salir a la calle y ver a la gente agresiva, acelerada, rabiosa, de mal humor, cosa que revela un escenario de poca esperanza.

Evidentemente, la realidad que vivimos no ayuda. Los venezolanos no estamos viviendo una situación normal o positiva. La profunda crisis política ha desencadenado la peor crisis económica y social de nuestra historia. Tristemente, la situación en vez de mejorar, empeora y pareciera que a muy pocos les importa el país, más que sus intereses particulares. Son muchos años ya de conflicto, de incertidumbre, de crisis en todo sentido y a todo nivel. Sin embargo, no podemos perder la esperanza porque si eso sucede entonces sí todo estará perdido.

Nuestra esperanza no puede basarse en un acontecimiento o hecho coyuntural, sino en procesos firmes de cambios profundos. Habrán reveses siempre en el camino, pero debemos apostar a un trabajo serio de largo plazo. Mejorar las cosas de verdad no ocurre de la noche a la mañana y no sucede con pañitos de agua caliente. Seamos responsables y dejemos de actuar de forma soñadora e infantil.

Sea por razones políticas, económicas, sociales o personales, no se puede permitir que nos quiten la esperanza de nuestros rostros y de nuestras vidas.  Salgamos a la calle todos los días con entusiasmo, con optimismo, con ganas de hacer las cosas bien y de tratar bien a las demás personas; verán cómo las cosas nos empiezan a salir mejor.

Busquemos ser nosotros esa esperanza activa que con acciones cotidianas construye esa Venezuela posible con la que todos soñamos. Ese país en donde cabemos todos. En donde reina la ley, el respeto, la fraternidad y la concordia. Un país de oportunidades para todos. Un país en el que los venezolanos podamos desarrollar nuestro máximo potencial. Ese país es posible y se construye con trabajo perseverante y constante. No esperemos que nadie nos regale nada. ¡Luchemos nosotros con fuerza, tesón y nunca perdamos la esperanza!


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