Mathew Miller, portavoz del Departamento de Estado norteamericano, en su rueda de prensa de anteayer: «Una de las razones por las cuales (los jefes de Hamás) no quieren liberar a las mujeres a las que retienen como rehenes y a causa de lo cual la pausa militar ha volado en pedazos, es que no quieren que esas mujeres cuenten lo que les ha pasado durante su secuestro».

Miller habla de las supervivientes. De las que, tras la violación, recibieron un tiro en la frente, nunca sabremos nada: salvo lo que las redes sociales de los asesinos y violadores exhibieron como trofeo. La vejación sexual, usada para intimidar a la población civil en un conflicto bélico, está tipificada como crimen de guerra en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998. Y lo que con las mujeres berlinesas hicieron la tropas rusas en 1945 pesa aún en nuestra memoria de europeos. Pero el gobierno español considera, sí, que hay ahora crímenes de guerra que se deben juzgar en Tribunales Internacionales. Sólo que esos crímenes de guerra deben ser atribuidos a las violadas y no a los violadores. A Israel y no a Hamás.

Así lo declararon repetidamente dos exministras en su día, así lo han ratificado ahora otros dos ministros en activo, así lo ha lanzado a los cuatro vientos una vicepresidenta que se proclama feminista –ella sabrá lo que entiende por eso–: es el gobierno israelí, no Hamás, quien debe ser reducido a presidio. Así ha tenido la desvergüenza de sostenerlo el presidente Sánchez Pérez-Castejón, frente al primer ministro israelí. Añadiendo una bizarra amenaza: la de que España reconocería, de modo unilateral, a un Estado palestino gobernado por Hamás, si la Unión Europea no lo hacía colectivamente.

Como es de justicia, el grupo terrorista agradeció entonces el espaldarazo de su amigo muy especial. Comunicado de Hamás: «Apreciamos la postura clara y audaz del primer ministro belga, Alexander De Croo, que afirmó su rechazo a la destrucción de Gaza y al asesinato de civiles; y del español Pedro Sánchez, que condenó las matanzas indiscriminadas del Estado ocupante contra civiles en la Franja, y apuntó la posibilidad de que su país reconozca unilateralmente el Estado palestino, si la Unión Europea no da este paso».

Y, en irreprochable lógica, exige ahora Hamás, por boca de su portavoz, Osama Hamdan, el cumplimiento de aquella promesa de amistad eterna: «Hacemos un llamamiento a Bélgica y España para que, basándose en sus audaces y correctas posiciones, encabecen un movimiento europeo e internacional que visite la Franja de Gaza para conocer el alcance de los crímenes de la ocupación y la profundidad del sufrimiento del pueblo palestino en Gaza». Todo es posible entre amigos: la complicidad, incluso, de una banda de atroces asesinos con el gobierno de un país miembro de la democráticamente tan exquisita, tan feminista y tan suicida Unión Europea.

Tomar rehenes, parapetarse tras la población civil, rodear las unidades militares con multitudes que sirvan de escudos humanos tras los cuales operar impunemente, está tipificado, en el mismo Estatuto, como crimen de guerra. Crimen de guerra, instalar los puestos de mando militar en el interior de escuelas, en túneles bajo hospitales, en centros religiosos, en el corazón de los barrios más poblados, desde donde los propios ataques no puedan ser respondidos sin causar enormes pérdidas de vidas civiles. Es exactamente lo que ha hecho Hamás en Gaza. Bajo los hospitales, bajo las escuelas, bajo las mezquitas, corre la red de túneles militares que aloja centros de mando, armas y milicianos. Es imposible aniquilarlos sin desalojar previamente hospitales, mezquitas, escuelas… ¿Es un crimen de guerra? Sí, lo es. De manual. Pero el Gobierno de Pedro Sánchez Pérez-Castejón quiere llevar ante los tribunales internacionales, no a los asesinos de Hamás que lo perpetran, sino al ejército israelí que combate a los asesinos.

Secuestrar, asesinar, violar, atrincherarse, como tras sacos terreros, tras los cuerpos de su propia población civil para proteger su capacidad de asesinato en masa… Eso es Hamás. No importa. Es el amigo de Sánchez. Y de la tan feminista Yolanda Díaz.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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