Desde la escuela primaria venezolana prechavista, al menos durante gran parte del siglo XX, sus programas de Historia Patria incluían la Guerra a Muerte y el Fusilamiento del General Manuel Piar -decretos firmados  por Simón Bolívar- como episodios únicamente   ejecutados bajo la legislación específica en lugares y tiempos de conflictos bélicos independentistas que en Venezuela abarcaron once años (1812 al 1823).

La inconsulta revolucionaria educación militarista como escolar decreto mudo, luego sellado, se inauguró con la usurpación del término “bolivariano”, palabra para definir a su exclusiva nueva Venezuela. Órdenes superiores originadas sin discusión parlamentaria, por capricho, resentimiento, avaricia, intereses sectoriales y muy especialmente por simulación heroica, a falta de una épica propia, borraron décadas total o parcialmente civilistas consideradas basura y falsa independencia para iniciar su propio calendario de intrépidos guerreros salvadores, ahora sí, de una soberanía verdaderamente nacional. Un generalato que dirige batallas económicas, judiciales y comunicacionales, encerrados en su cuartel central, el Fuerte Tiuna.

Así fue como ”seguro mató a confiado” y a 22 años de farsa, las evidencias quedan  desnudas en su cartilla que contiene: sometimiento voluntario a la invasión sovietista cubana, venta de propiedades públicas y privadas expropiadas a los mejores postores de los imperios ruso, chino, iraní, más cualquier régimen cuyo postulado autoritario y ganancia monetaria les convenga. Entrega de vastos y productivos territorios estadales, ahora desérticos, a las guerrillas colombianas. Saqueo sin tregua de la riqueza minera para beneficio de sus bolsillos dolarizados en estrecho vínculo con el comercio transnacional del narcocrimen organizado.

En lo sucesivo, mientras tanto gritan como chantaje que la pobreza padecida por 90% poblacional deriva de las sanciones aplicadas por Estados Unidos a varios de su alta  dirigencia, delincuentes investigados a fondo y para nada involucran a lo que resta del sufrido país.

Es el escenario bajo etiqueta de “bolivariano” pretende justificar sus continuos crímenes de guerra cainista modificando símbolos tradicionales: en el escudo nacional al caballo blanco que representa la libertad en acción progresista sin pausa, siempre hacia adelante, le torcieron el cuello para que mire hacia la pétrea izquierda, agregaron una estrella chavista a las siete de la bandera tricolor. Al blanquísimo criollo Libertador de Venezuela le tiznan  su rostro para que luzca zambo y puedan bautizar a Hugo Chávez Frías como su hijo histórico destinado por la providencia castrocubana para perfeccionar la inconclusa tarea de su paterno antecesor putativo. Ni siquiera el peronismo se atrevió a titular la república argentina como sanmartiniana, ni a Chile nación o’higginiana, ni sucrenista al Ecuador. Sin adjetivar con apellidos mantienen respeto a todos los primarios fundadores de sus naciones independizadas, para no manchar con oportunistas cambios sus méritos basales.

El engaño criminal empoderado ilegítimamente a través del inconstitucional militarismo, en toda su extensa dimensión, culmina con crímenes de represiva guerra fratricida – ejecuciones, prisiones arbitrarias, matanzas, desapariciones, seudosuicidios de oponentes y tanto más de un largo prontuario, son sus elementos constitutivos, la naturaleza misma  del castrochavismo.

Suponiendo que Simón Bolívar aparezca como fantasma onírico de la canalla uniformada  en sus placenteras largas siestas diurnas y nocturnas, para preguntarles con qué derecho  utilizan su apellido. Sin falta, en reunión de emergencia, el ilegítimo Congreso que hoy manda por vía de las armas en su país natal, promulgaría uno más de sus decretos indiscutibles: “Bajo pena de muerte, prohibido soñar, imaginar o nombrar sin permiso al padre de nuestro Comandante Eterno”. Aprobado con la señal de costumbre.

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