El título de este artículo puede parecer poco práctico en momentos en los que uno está ávido de noticias que prometan cambios. Los necesitamos, sin duda, pero llegarán si abonamos el terreno con una mirada más profunda a nuestro interior. Uno desea resultados inmediatos, rápidos, externos y materiales. A veces, sin embargo, las circunstancias nos fuerzan a ser pacientes. Este es un medio muy provechoso para reconocer nuestras limitaciones y madurar los procesos que nos enseñan que las virtudes no se adquieren de un día para otro.

Muchas cosas tienen que cambiar en el país, pero esto no sucederá si no cambiamos nosotros. Y aunque esto suene a frase hecha, es bastante acertada. Las costumbres y los modos de organizarnos, de “habérnosla con la realidad” –como decían los filósofos de la Escuela de Madrid– cambiarán de modo progresivo si nosotros lo hacemos por dentro.

Augusto Mijares insistía en la importancia de asimilar que las virtudes se adquieren “gradualmente”. Nadie llega a ser sabio en dos días, ni humilde en dos meses, ni fuerte en un año. Los hombres aprendemos poco a poco y según seamos lentos o más rápidos, soberbios o humildes,  receptivos o cerrados a las lecciones de la vida, nos abriremos a la reflexión y al cambio que ameritan siempre nuestras actitudes interiores. De ese cambio personal dependen nuestras relaciones con los demás y en consecuencia, la fuerza que podamos irradiar en nuestro entorno. La eclosión de una nueva vida nace de adentro hacia afuera. Es la ley de la naturaleza.

Las circunstancias exteriores, el dolor en todas sus formas, pueden debilitar por un tiempo largo si los golpes son constantes y agresivos. El hambre, por ejemplo, de muchos venezolanos; la desesperanza y la incertidumbre, son realidades que generan sufrimiento, ansiedad y tristeza. Esa vida que germina en la intimidad, en medio de dudas y oscuridades, necesita de la ayuda de una mano amiga que le impulse a surgir, porque sí, el dolor puede debilitar. Sin embargo, las situaciones difíciles, aparentemente  insolubles porque todo parece “reducido a la impotencia o la nada” (Bossuet), son siempre una invitación a rendirnos humildemente hasta reconocer que en muchos momentos no podemos solos. Con el tiempo, el sufrimiento bien asimilado fortalece enormemente, pero mientras se sufre, es humano necesitar de comprensión por parte de otro. Lo positivo de estas situaciones es que constatamos que nos necesitamos unos a otros y que muchas vidas penden de nuestra respuesta a las circunstancias.

La esperanza de que lo que nos supera debe ocultar un sentido que tal vez no vemos, obliga a descubrir en nosotros una capacidad para bienes más grandes y elevados. La humildad es una virtud que atrae bendiciones de Dios y no nos hace menos hombres pedirle con la honestidad y sencillez más honda de la que seamos capaces, luz y fortaleza para orientarnos en estos difíciles momentos.

La reconstrucción del país pasa por una profunda renovación moral y esto aplica para todos. Václav Havel apelaba a la misma necesidad en Checoslovaquia. Por eso no es gratuito que definiera su política como “existencial”, pues la transformación de las circunstancias amerita de un cambio interior que resulta realmente en una “ubicación” en el mundo que confiera sentido a la propia vida.

El curso histórico, nuestro paso por esta tierra, tiene un sentido que implica todo lo que hacemos. Por eso, lo que vivimos no es un “problema puntual” que interrumpe u obstruye nuestro caminar y que por lo mismo puede ser resuelto de un modo puramente pragmático, con una “estrategia” eficaz. El país entero está inserto en una dinámica caótica que exige de nuestra parte un cambio profundo. Hay que aprender a trabajar en equipo, a resaltar y reconocer las virtudes de los demás, a dejar de criticar los esfuerzos de muchos y a admitir que en una sociedad enferma (en un régimen totalitario), como decía Havel, todos tenemos la culpa. Si bien la gravedad de las acciones no puede ser atribuida a todos por igual, una vida comunitaria tan debilitada como la nuestra solo puede ser regenerada desde su propia intimidad, esto es, en el corazón de cada uno.

Cambiemos nosotros. Tengamos la suficiente honestidad de enfrentarnos con nuestra propia conciencia, de hurgar en los movimientos de nuestro corazón, de implicarnos con los sufrimientos de las grandes mayorías, porque de un problema que nos afecta a todos se sale en equipo. Con grandes individualidades no se hace mucho. Toda persona notable es siempre una referencia, pero la regeneración cultural tiene que poder ser un proceso político-social que implique a todos los venezolanos. Recordemos en estos consejos a muchos de nuestros intelectuales: a Augusto Mijares, a Rómulo Gallegos, a Mariano Picón  Salas, a Mario Briceño Iragorry, entre otros. El país nos necesita a todos.


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