Ciento cincuenta intelectuales, la mayoría estadounidenses y de abrumadoras tendencias “progre”, es decir, de izquierda, firmaron hace poco una carta pública, en la que pretenden alzar una voz de alerta y difundir su alarma, ante los desmanes que sus propias ideas están provocando en la sociedad norteamericana, extendiéndose también hacia partes de Europa. La carta circula de manera profusa en Internet y los lectores pueden acceder a ella sin dificultades.

Lo primero que cabe decirles a los firmantes de esa misiva, que de no ser tan patética suscitaría risa, es esto: ¡demasiado tarde! Ya el fatídico geniecillo que salió al aire cuando abrieron la botella no regresará a su vida anterior, ya el Frankenstein de la intolerancia ideológica, del pensamiento único, de la corrección política sustentada en el odio y las persecuciones camina por las calles, y no saciará sus ansias de imponerse de forma absoluta sino a través de más graves y dolorosas confrontaciones. Para Estados Unidos y sus universidades, medios de comunicación y sectores políticos “progre”, falta aún un largo trecho de tropelías y desafueros por recorrer, hasta que las fuerzas hoy acosadas, atemorizadas, vejadas y silenciadas se reagrupen y comiencen una contraofensiva, cosa que a no dudar ocurrirá.

Entre los firmantes de la carta encontramos nombres como, por ejemplo, el de Noam Chomsky, típico miembro de lo que en Francia llaman la “izquierda caviar”, quien lleva cinco décadas predicando a sus estudiantes en prestigiosas universidades que su país, Estados Unidos, es el culpable de todos los males de la tierra, de nuestra galaxia y del universo entero. Chomsky se ha entregado a ello con el empeño propio de un fanático, y en el camino ha estado dispuesto a respaldar toda clase de tiranos y déspotas, incluyendo variados caudillos y maleantes tercermundistas, con tal de que pasen la prueba de oponerse a Estados Unidos con el máximo rencor posible.

Sin embargo, ahora Chomsky y los que suscriben la carta muestran su inquietud, con relación al deterioro de la calidad del debate público en las sociedades liberales de Occidente, y nos indican que  el reciente “despertar” que ha vivido Estados Unidos (es decir, las protestas violentas y la intimidación contra los que no se someten al rampante radicalismo hoy dominante), está acompañado de un “nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y tolerancia de las diferencias en favor de una conformidad ideológica”. Todo ello, enfatizan, ha acabado en una “forma propia de dogma y coerción”. No contentos con semejante hipocresía, la intelectualidad progre nos advierte que “el intercambio libre de información e ideas, la savia de la sociedad liberal, está cada día más constreñido”, que esto favorece el “escarnio público” y el “ostracismo” y resuelve las ideas complejas con una “certidumbre moral ciega”.

Cabe recordar a buen número de los firmantes de esa carta, monumento de disimulo y fariseísmo, que el derrumbe del comunismo soviético, lejos de cavar en las mentes de la intelectualidad de izquierda, en general, la tumba del socialismo, ha significado más bien una nueva guerra contra el capitalismo y una renovada reivindicación del credo socialista, a lo que se suman incesantes ataques las instituciones y principios de la sociedad libre y democrática. La nueva libertad que se pregona es una tiranía que asfixia la discusión, estigmatiza a los que no se rinden ante las pretensiones de superioridad moral “progre”, y despliega una implacable voluntad para satanizar y amedrentar a las personas e instituciones, sean medios de comunicación, universidades, corporaciones, otras asociaciones e iglesias, que parezcan no ajustarse a los dogmas “políticamente correctos”.

No podemos sino repudiar la carta comentada, que no solo llega demasiado tarde, como ya afirmamos, sino que con un lenguaje ambiguo y sinuoso intenta condenar los excesos que a todas luces están teniendo lugar, pero sin verdaderamente cuestionar lo esencial. En otras palabras, los creadores del Frankenstein actualizado no son capaces de acumular las energías éticas necesarias para hablar sin mordaza, para trazar de manera sincera las raíces de lo que ahora está ocurriendo, y para poner punto final, al menos en el plano de la inequívoca condena moral, política e ideológica, a la cacería de brujas desatada por los nuevos bolcheviques, hoy otra vez vestidos con el ropaje de la virtud incuestionable y de una presuntamente imbatible razón histórica.

En síntesis, no les creemos a los que firman esa carta, ni pensamos que tendrá efecto alguno sobre aquellos a quienes están tratando de moderar. Al contrario, las cosas empeorarán y las cacerías de brujas se harán más abrasadoras. Pero vendrá una reacción muy poderosa, quizás más temprano que tarde, y seguramente será terrible, como siempre ocurre cuando se desatan las furias de la historia.


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