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Sobre la escritura en tiempos de crisis.

El otro día, una joven psicóloga venezolana en el exilio me invitó a una conversación con las y los seguidores de su grupo. Psiquear se llama ese grupo. Psiquear es hacer alma, me explicó. Me gustó su invitación. Más me gustó lo que hacen y ese nombre de asunto hondo en medio de tanta barbarie, tanta banalidad, tanto odio y tanto dolor que nos atropella. Entonces, ¡armamos la conversa! Aquel encuentro fue nutritivo y sanador desde la primera pregunta: ¿Cuál es el papel de la escritura en tiempos de crisis?

Pues, pareciera que las crisis forman parte de nuestras vidas. Uno escucha: Que esa niña es así ¡Esa es la crisis de la infancia! Que ese muchacho es asao ¡Esa es la crisis de la adolescencia! Que esa señorita es sancochao ¡Esa es la crisis de la juventud! Que ese señor es así ¡Esa es la crisis de la senilidad! Es decir que, por un lado, la criticadera y, por el otro, unas vidas medicalizadas, etiquetadas como críticas en cada una de sus etapas ¡Chico, pero nadie se esperaba esta crisis exógena, ni que se iba a prolongar como hasta la fecha! ¡Pero pasa, todo pasa, pasa todo como la ciruela pasa!, según decía Don José Ignacio Cabrujas, uno de mis maestros más queridos.

Ahora, si es cierto ese diagnóstico reiterado de las crisis como acompañantes de la vida, entonces la cosa no es nueva. Conocemos de crisis. Si es así, entonces vamos a mirarla como quien ve, no sé, a un animal que vive ahí en el bosque, entre el follaje o en los contornos. Un animal a quien se le respeta, se le atiende y hasta puede uno llegar a querer (como la gata que amaba a su novio, un mono llamado Panchito)– Ese es un recuerdo de mi infancia que lo tengo bastante querido y hasta del que escribí hace mucho tiempo ¡en la crisis de la adolescencia! y se ha quedado allí, y me sigue diciendo cosas–. Es decir, que el papel de la escritura en tiempos de crisis o fuera de ella es que se nos presenta como un umbral, una puerta o una ventana, como cada quien lo vea, para acceder a uno, al sí mismo y a reconocerse como persona capaz de estremecerse, de emocionarse, sensible de vibrar con las crisis, así como con unas imágenes o con una música y estar apto para enfocar entonces en los sentires, las pulsaciones, las intuiciones, en los recuerdos y las visiones, y emocionarte con aquello y sentirte y reírte hasta con el fenecido Tío Luis quien sigue vivo en uno y que tenía a esa gata y a ese mono como mascotas de su casa, y que esa casa que visitaste alguna vez también existe todavía en el corazón… Escribir esos recuerdos te reafirman en lo que eres, te hacen ver-te, re-ligarte, vernos y religarnos con las y los demás, con la otredad. Así como escribir las fantasías y los sueños de futuro que te pueden reforzar el presente y el porvenir… Es como si dándole la vuelta a la vicisitud, pudiéramos expandirnos en lugar de constreñirnos que es por donde nos llevan las crisis…  En fin, todas las vivencias, puestas en la escritura es un asunto tan gustoso como leer libros…  y en la medida en que más escribes y más hablas, más lees y más escuchas, entonces lo quieres hacer mejor, más frecuentemente y eso te lleva al deseo de saber más palabras para expresarte con más tino, con mayor asertividad…

Es decir, que la escritura, como el juego, como los libros, como la poesía, como el teatro y las demás artes te salvan de que te arrastren las corrientes y te lleve el maremágnum… El arte quita del alma el polvo de la vida cotidiana, decía el artista y maestro Pablo Picasso ¡a quien habrá que celebrársele en octubre de este año su 140º aniversario de nacimiento!….  Y cuando uno mira el panorama actual y pasado, con todas esas palabras, con todos esos libros que ha escrito la humanidad, uno se admira y agradece que esos poetas hayan escrito, escriban y nos sigan dejando esos regalos para afinarnos el alma y poder seguir bregando duro en las gestas cotidianas, como las llamaba Don Ernesto Sábato.

Escribir, además, es obra de Dios por los hombres ¡y por las mujeres, por supuesto! Escribir es extensión posible de lo natural, de la original naturaleza humana… Escribir es también una manera de agradecer a las divinidades ¡Cristo, Buda, Alá, las diosas y los dioses del Olimpo, las divinidades waraos o baré o mapuche! Agradecer y tratar de retribuir toda la maravilla de la naturaleza, incluyendo a los seres humanos, aunque mal paguemos con ideologías obligadas y dogmas cargosos, con caprichos, rigideces y otras imposiciones que lo que hacen es perturbar el libre flujo del sentipensamiento…

Es tiempo de muertes y despedidas, así como también de nacimientos y renacimientos, de posibilidad de recontactar con nuestro lado humanista ¡a tiempo completo! Es tiempo de sacudirse de esa condición de receptor, de copiar y pegar solamente, de ser repetidores, de ser apáticos y dejarse llevar por la inercia, de ser pasivos hasta con uno mismo para convertirse en autor, apelar al ingenio con otras posibles e imposibles combinaciones de los elementos, asumirse como creadores que todas y todos somos también, desde que uno se levanta a ordeñar el coco y hasta que anochezca ¡porque ante la destrucción: ¡creación!…

Ahora, más que siempre, es propicio vincularse más a la escritura y a la lectura, a las artes y a la poesía como vías hacia el disfrute de la vida perdurable, tal como nos enseñó nuestro amado poeta ¡venezolanísimo! Aquiles Nazoa, y acceder gustosos al acto cotidiano de compartir el pan del conocimiento y el vino de las palabras más bellas del idioma en constantes ejercicios de amor y de entrega, de servicio, de artesanía emocional, intelectual y física para, a partir de allí, seguir construyendo entre todas y todos el futuro digno que merecemos los seres humanos en relaciones cada vez más armoniosas con el entorno, con la naturaleza, con la propia naturaleza… Abrirse como las flores y esparcir polen como las abejas…. Vida colmenera e ingenio para escribir, crear, persistir y seguir siendo, para resistir y continuar valorando este frágil milagro de estar vivo ¿Verdad, querido Don Eugenio?

www.arteascopio.com

 


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