Aunque a muchos no les cause gracia, una probabilidad que se asoma con cierta fuerza como vía de solución a la crisis de Venezuela es la negociación. Aquí hablamos de una alternativa que, según algunas voces, se estaría imponiendo en función de las nuevas y evidentes circunstancias. Pero ¡un momento!, Las cosas por partes. Lo primero: pretender que unas negociaciones entre el régimen y la oposición puedan darse en estos precisos momentos no es previsible ni mucho menos recomendable para la causa democrática. Antes que alguien pueda sentarse cómodo en una silla y soportar el rostro cínico de un eventual enviado de Maduro (digamos Jorgito Rodríguez), algunos pasos previos e indispensables tendrían que cumplirse, si es que es el caso.

El diagnóstico

Al hacer un diagnóstico de la situación actual, seguimos observando una oposición venezolana, aún dividida, que se encuentra en la etapa de reformulación de estrategias, y que tiene como obligación inmediata la conformación de un verdadero bloque unitario, sin fisuras, que permita el fortalecimiento de su posición frente al régimen madurista. La figura de Juan Guaidó se sigue perfilando como el eje aglutinador de los factores adversos al gobierno de facto. Y esto es así, puesto que Independientemente del grado de aprobación interna que pueda tener el líder venezolano, lo que determina tal condición – en medio de la confusión, desmovilización y desaliento de la población – es su renovado reconocimiento por parte de los principales factores de apoyo internacional.

Por un lado, la nueva administración de Joe Biden ha ratificado la investidura de Juan Guaidó como presidente interino y de la Asamblea Nacional, electa en diciembre de 2015. Una posición similar reafirmada por el Grupo de Lima, luego de su rechazo al proceso electoral parlamentario de diciembre de 2020. La Unión Europea, por su parte, en medio de la ambigüedad que la ha caracterizado, por cuenta de ese requisito de unanimidad exigido en el seno de su Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, se ha decantado – a partir de enero de este año – por referirse a Juan Guaidó sólo como interlocutor privilegiado y líder de la oposición, en torno a cuya figura se debe forjar una posición unificada de los sectores enfrentados al régimen.

Ya teniendo claro que la principal fortaleza de la oposición venezolana frente al régimen descansa en los factores internacionales de apoyo; vale decir, entre los más importantes, la Unión Europa, el Grupo de Lima y los Estados Unidos, es preciso identificar el carácter y el nivel de diálogo, entendimiento y negociación que se presentan como más factibles.

Factores de apoyo internacional

El miércoles 3 de febrero, el vocero del Departamento de Estado, Ned Price, informaba que su gobierno no tenía planteado “en el corto plazo” un contacto directo con Nicolás Maduro, agregando que trabajarían conjuntamente con sus aliados internacionales, la asamblea Nacional y el presidente interino, Juan Guaidó. El señor Price señaló, así mismo, que “el objetivo primordial del gobierno Biden-Harris es apoyar una transición democrática y pacífica en Venezuela, a través de elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas…” Estas declaraciones constituyen una ratificación de la aproximación multilateral esbozada días antes por el Secretario de Estados, Antony Blinken, respecto al tratamiento que se dará al régimen de Maduro. De ellas se infieren, por tanto, que en un primer nivel se ha de producir un acercamiento de Washington con sus pares europeos y latinoamericanos, un marco a todas luces exploratorio que podría conllevar eventualmente a la formulación de una estrategia en común.

Por su parte, la Unión Europea y algunos países latinoamericanos han manifestado, en el marco del Grupo Internacional de Contacto (GIC), que “…la única forma de salir de la crisis es reanudar las negociaciones políticas con prontitud y establecer con urgencia un diálogo inclusivo y un proceso de transición liderado por Venezuela que conduzca a elecciones creíbles, inclusivas y transparentes, de conformidad con las disposiciones de la Constitución y las leyes de Venezuela”. Es obvio que las recomendaciones del GIC de alguna manera privilegian los contactos y entendimientos entre los actores políticos locales y de la sociedad civil, mientras que las manifestaciones preliminares de la administración Biden insisten en un proceso de transición democrática y pacífica en Venezuela, a través de elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas, sin definir exactamente cual sería la vía.

En lo que sí coincide el comunicado del GIC respecto a la posición del Departamento de Estado es en lo que expresa como “…su continua voluntad de incrementar los contactos con socios regionales e internacionales para fomentar un entendimiento común y una respuesta a la situación de Venezuela. Los esfuerzos internacionales articulados y complementarios son cruciales para ayudar a los venezolanos a restaurar la democracia y el orden constitucional”.

Un primer nivel de negociaciones

Es muy probable que la posición dada a conocer por los voceros estadounidenses de no entenderse directamente con Nicolás Maduro – apostando más a una aproximación multilateral-, sirva en parte de parámetro a la estrategia que ha de seguir a corto plazo la oposición venezolana. Después de todo, el gobierno de los Estados Unidos sigue representando, con la nueva administración, la fuente de apoyo más segura y confiable con la que cuenta Juan Guaidó. Sobre esta base, el único nivel de negociación que podemos identificar por los momentos es aquel que involucre a los factores internacionales de apoyo a la causa democrática.

En efecto, así como es deseable a nivel interno un proceso de entendimiento entre los diversos sectores de la oposición, con el fin de conformar un verdadero bloque unitario, se hace indispensable que a nivel internacional sea trazada una estrategia igualmente común. Cuando hablamos de las únicas negociaciones a la vista, nos referimos al trabajo conjunto que deben emprender, por ejemplo, la Unión Europea y los Estados Unidos, con miras a procurar un acercamiento máximo de sus posiciones. Si bien el objetivo común sigue siendo el restablecimiento de la democracia en Venezuela, existen algunas divergencias en cuanto a las formas de armar el rompecabezas. El asunto sobre  la investidura de Juan Guaidó como presidente interino, ya desechado por el Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Europea, le ha restado peso institucional al lado opositor, fortaleciendo paradójicamente a un régimen con el cual Europa ha decidido seguir entendiéndose, a pesar de no reconocer la validez de las elecciones del 6 de diciembre.

Por otra parte, el tema de las sanciones – único instrumento de presión real sobre el régimen – se presenta como uno de los eslabones más complejos a ser explorados y sobre el cual será necesario llegar a términos de entendimiento común. Mientras Europa se ha concentrado en las llamadas sanciones selectivas, que afectan a individualidades del entorno de Nicolás Maduro, los Estados Unidos ha implementado una política más severa, con incidencia importante, tanto en aquellas, como en las fuentes económicas y de financiamiento oficial del gobierno de facto.

Como ya dijimos anteriormente, Europa estaría dispuesta a entenderse directamente con todos los actores políticos y de la sociedad civil en Venezuela, mientras que Washington ha descartado, al menos por los momentos, cualquier acercamiento directo con quien considera un “brutal dictador”.

A modo de conclusión, no es previsible, en el futuro inmediato, un escenario de negociación directa (en su estricto sentido) entre la oposición democrática y el régimen de Nicolás Maduro. Previo a esta posibilidad, el sector opositor tiene ante sí el reto impostergable de seguir construyendo las capacidades necesarias que le permitan fortalecer su posición frente al régimen, hoy día muy debilitada. La construcción de estas capacidades pasa, a nivel interno, por la creación de un frente democrático unificado, que habrá de ser acompañado por una estrategia internacional mancomunada, de la mano de Estados Unidos y Europa, como sus cabezas más visibles. Mientras tanto, en la determinación de una estrategia conjunta entre los factores de apoyo internacional a la democracia, será vital la revaluación del conjunto de las sanciones impuestas al régimen madurista, con el objeto tal vez de reorientarlas y hacer de ellas un instrumento de mayor eficacia.

Es imperativo tener presente que cualquier consideración futura sobre un eventual proceso de negociaciones debe basarse en la convicción de que, sin una amenaza creíble, un régimen de la naturaleza al que se enfrenta Venezuela no cederá jamás en su posición fundamental y existencial de perpetuarse en el poder.

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