Barrios informales de invasión, Huancayo-Perú. Foto J. L. Hinostroza – R. Quizpe

Por Luis Alfonso Sandia Rondón[1]

 El arquitecto José Luis Hinostroza Martínez, profesor de la Universidad Nacional del Centro del Perú (UNCP) y Rolando Quizpe Merino, egresado de la Facultad de Arquitectura, publicaron el libro: Experiencias y aprendizajes en barrios informales: COVID-19, el cual fue presentado este mes de septiembre por los autores, las autoridades de la UNCP y de su Facultad de Arquitectura. El libro, mediante un recorrido fotográfico, recoge las vivencias de la pandemia en barrios informales de la ciudad de Huancayo, capital de la Región Junín, Perú. Allí la pandemia, dada la precariedad de los servicios básicos y de las condiciones socioeconómicas de los habitantes, genera graves consecuencias sociales, que son comunes a las vividas en muchos asentamientos de este tipo de las ciudades latinoamericanas. Agradezco a los autores la cordial invitación recibida para escribir el epílogo del libro, cuyos conceptos comparto con los lectores en este artículo. 

Ante la sorpresa del mundo y en los albores de la segunda década del siglo XXI, el brote epidémico iniciado en Wuhan, China, en diciembre de 2019, condujo a la declaración por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la última  pandemia que azota a la humanidad: la COVID-19. La enfermedad,  causada por el virus SARS-CoV-2, de tipo coronavirus, hasta septiembre de 2021 ha sido responsable de casi 4,5 millones de muertes y más de 222 millones de enfermos en todo el mundo, mientras que en América Latina se reportan 1,46 millones de fallecidos y más de 44 millones de contagiados.

A pesar de que algunos científicos, políticos, líderes mundiales, pronosticadores y astrólogos, y hasta producciones cinematográficas y de dibujos animados, habían asomado la posibilidad del surgimiento de una pandemia, ningún país, ninguna organización global o nacional, ningún centro de pensamiento o de desarrollo científico o tecnológico estaba, en estos tiempos marcados por los avances y adelantos científicos y tecnológicos, preparado para enfrentar de manera inmediata el surgimiento, la expansión violenta y los drásticos efectos en la salud, el ambiente, la economía, la vida social y la cultura de un agente infeccioso microscópico acelular, tan extremadamente pequeño como letal, que ha puesto en jaque la vida del mundo actual y futuro.

La insurgencia de enfermedades infecciosas de virulenta expansión global ha estado presente en la historia de la humanidad. Desde tiempos antiguos muchos patógenos han sido responsables de la aparición de enfermedades que se extendieron por buena parte del mundo y que generaron miles o millones de enfermos y fallecidos.

La pandemia reciente de mayor impacto fue la gripe española de 1918-1919, que cobró la vida de entre 20 y 50 millones de personas. El brote epidémico se inició en Estados Unidos, pero pronto se extendió por Europa, donde la mayoría de los países en medio de la Primera Guerra Mundial, por un lado, no advirtieron totalmente sus efectos, y por otro, controlaron la difusión de la información en la prensa. Fue en España, un tanto ajena al conflicto bélico, donde los efectos letales de la gripe tuvieron atención de la opinión pública, los medios de la época y de los sistemas de salud, bautizándosele con el nombre de aquel país.

A nivel de los países latinoamericanos, con realidades sociales, económicas y culturales bien particulares, en décadas más recientes ha sido notoria la aparición de brotes epidémicos de relevancias nacionales y mundiales, como el caso de la influenza H1N1, originada en México en 2009, que afectó a más de 100 países, causando unas 20 mil muertes, 600 mil casos confirmados de enfermos y cerca de un millón y medio de casos sospechosos en todo el mundo.

También el cólera, enfermedad que se había identificado como epidemia en países asiáticos, Inglaterra y Egipto entre el siglo XIX y mediados del XX, hace aparición como brote epidémico en enero de 1991 en Chancay, al norte de Lima, Perú, extendiéndose rápidamente a otras ciudades del país, y luego a casi todos los países de América Latina, especialmente Brasil, Ecuador, Bolivia, Argentina, México y Centroamérica. Las tasas registradas en algunos de estos países fueron de más de 100 casos por cada 100.000 habitantes entre 1991 y 1993, año en que la OMS declaró superada la epidemia.

Las enfermedades epidémicas tienen consecuencias variables entre los distintos grupos de población, encontrándose sectores más vulnerables a sus efectos directos en la salud, o a los efectos colaterales de las mismas (sociales, laborares, económicos, culturales o ecológicos). Dado que en muchos casos los agentes patógenos causantes de los brotes epidémicos de enfermedades son virus o bacterias que se desarrollan muy bien en ambientes sanitariamente deficientes, los sectores menos favorecidos social y económicamente, son los que más padecen las consecuencias de las epidemias. En efecto, los impactos de la pandemia de la COVID-19, no escapan de esa condición: los sectores más pobres de los países son los más vulnerables a los embates de la enfermedad y el complicado cuadro social y humano que la misma acarrea.

Es notorio en este sentido, que algunas medidas implementadas en los países como paliativo para frenar los contagios del coronavirus SARS-CoV-2, referidas a las recomendaciones “quédate en casa”, “no salgas a la calle”, “lávate las manos” o “cada familia una escuela (virtual)”, solo han sido parcial o totalmente exitosas en aquellos rangos socioeconómicos más aventajados, pertenecientes a grupos que viven en sectores formales de las ciudades, con acceso seguro a los servicios básicos (agua potable, sistemas de cloacas y saneamiento, recolección y manejo de residuos, electricidad, internet, seguridad social, servicios de salud, educación, servicios recreativos, etc.). Son en general grupos de sectores medios y altos, con buenos y estables ingresos económicos, conformados por empleados que tienen trabajos públicos o privados seguros o son profesionales o empresarios con buen nivel de formación académica, pertenecientes a sectores típicamente pudientes desde el punto de vista económico.

Pero aquellos sectores sociales que mayoritariamente habitan en barrios informales, frecuentemente de invasión, no consolidados, con habitantes desempleados o sub empleados y que viven del ingreso de su trabajo informal diario, cuyas viviendas son precarias por los materiales de construcción, con superficies pequeñas para el total de habitantes, insuficientes ambientes para la vida sana, sometidos a hacinamiento, sin servicios básicos y ubicadas en las periferias de las ciudades y en sitios fisiográficamente inestables o sometidos a riesgos socio naturales, no pueden cumplir a cabalidad con esas medidas propuestas para contener la pandemia y sus efectos. Allí no tienen acceso seguro al agua potable para el consumo y el aseo personal o de la vivienda, no tienen espacios en sus hogares para pasar días y meses de encierro, no disponen de medios recreativos para aliviar el agobio del “quédate en casa”, no tienen acceso seguro y barato a internet para conectarse a la educación virtual; allí, si no trabajan diariamente no pueden garantizar la satisfacción de sus necesidades de alimentación diaria de forma segura y, eventualmente, cuando tienen ayudas sociales, las mismas no son suficientes ni constantes.

Al respecto, António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, declaró en octubre de 2020  que “para las personas más pobres del mundo, la pandemia de COVID-19 representa una doble crisis”, dado que “los más pobres son las que corren mayor riesgo de contagiarse del virus y son a su vez los que tienen menos acceso a una atención de salud de calidad”. A esto se suma que el Banco Mundial estima que entre 2020 y 2021 la pandemia de COVID-19 podría sumir en la pobreza a 150 millones de personas. Por ello, plantea el secretario general de la ONU, se “viven tiempos extraordinarios que requieren esfuerzos extraordinarios para luchar contra la pobreza. La pandemia exige medidas colectivas enérgicas. Los gobiernos deben acelerar la transformación económica invirtiendo en una recuperación ecológica y sostenible”.

En este contexto, el libro Experiencias y aprendizajes en barrios informales: COVID-19, ofrece un recorrido visual, con descripción y análisis de los efectos de la pandemia en dos sectores informales de ocupación habitacional de la ciudad de Huancayo, capital de la Región Junín, Perú, región donde la COVID-19 ha causado hasta septiembre de 2021 más de 72.000 casos positivos y más de 2.600 muertes. Las imágenes revelan cómo la informalidad y la pobreza se han ajustado a los efectos de la pandemia en estos barrios, que quizás reflejan la realidad vivida en muchos sectores similares de las ciudades latinoamericanas. Allí, a pesar de los toques de queda, de los radicales meses de restricciones para la movilidad, las actividades económicas y el despliegue normal de actividades sociales que se han impuesto, la vida sigue, asumiendo los ajustes que los tiempos imponen y reflejando que son realidades con vida propia y que seguirán allí, con atención del Estado o sin ella, esperando la llegada de mejores tiempos en los que se imponga la dignificación de sus condiciones de vida y la posibilidad plena de acceso al bienestar y su desarrollo sostenible.

El libro en formato digital puede ser visitado en:

https://issuu.com/joseluishinostrozamartinez/docs/jlhm_22_julio_publicacion_bnp_issu_final_libro_dig

Barrios periféricos de Huancayo-Perú, ubicados en terrenos inestables carentes de servicios básicos y de difícil accesibilidad Foto J. L. Hinostroza-R. Quizpe
Preparación de “Ollas Comunes” para apoyar a los vecinos más necesitados en tiempos de pandemia. Barrios La Esperanza y Hualashuata, Huancayo –Perú. Foto J. L. Hinostroza-R. Quizpe.
Organización de mujeres para la preparación de Ollas Comunes en tiempos de pandemia. Barrios informales Huancayo –Perú. Foto J. L. Hinostroza-R. Quizpe

[1] Profesor titular Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela

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