Zelenski a favor de que negociaciones entre Rusia y Ucrania sean en Jerusalén
Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania

Al  Dr. Samir Kabbabe debemos unas cuantas semblanzas de eminentes médicos venezolanos publicadas en Prodavinci, entre ellas las de Félix Pifano, Francisco de Venanzi, Louis Daniel Beauperthuy, Enrique Tejera y, naturalmente, la del Dr. José María Vargas, a quien considera «padre de la medicina nacional y de la civilidad», y cuyo nombre viene a cuento porque el jueves 10 de marzo de 2022, cuando pergeñé estas líneas, se conmemoró el 236° aniversario de su nacimiento y, además, se celebró el Día del Médico, justo reconocimiento a quienes se han dedicado a salvar vidas, especialmente en estos tiempos de un coronavirus cebado con los profesionales de la salud. Y este mismo jueves llegó a su quingentésimo día en prisión el periodista Roland Carreño. No le olvidemos. Ni a él ni al resto de los presos políticos, negados a rebuznar como Más-burro y la recua de asnos pastoreada por el bellaco y el padrino. Debemos agregar a nuestro inventario de recuerdos uno más bien anecdótico, pero de inmenso valor simbólico en un país petrolero: el 10 de marzo de 1904 pudo verse en las accidentadas y, presumo, enlodadas calles de Caracas el primer automóvil llegado a Venezuela: un Panhard Levassor, propiedad de la consorte del Cabito, Zoila Martínez de Castro, quien lo trajo a su regreso de una tournée europea. Después del recargado y digresivo exordio, procede aterrizar en el presente: Hoy, domingo 13, votarán los colombianos para elegir senadores, diputados y candidatos presidenciales (primarias). Estaremos pendientes del Petro (del de carne y hueso, no del criptojuguete de Nicolás).

No ha dejado de ser noticia la plaga originada a finales de 2019 en un mercado chino, opacada de momento por el fragor de la invasión neoestalinista o neohitleriana, tal quiere y sostiene el maniqueo reduccionismo de quienes detentan el monopolio de la verdad, en oposición a los mayoristas de la mentira, porque al margen o en paralelo a la curva de contagios y fallecimientos, se desarrollan la asimétrica guerra debida a la voracidad territorial de Vladimir Putin, y un careo entre la narrativa arcangélica de Occidente y la satánica de Moscú, coreada aquiescentemente en Caracas, Managua y La Habana. Productos de semejantes antagonismos son la desinformación, el sesgo noticioso y los pensamientos ilusorios en tanto soportes de la homérica resistencia de los ucranianos bajo el liderazgo de Volodímir Zelenski, actor devenido en político emergente y transformado en valeroso Popeye resistiendo la crueldad, corpulencia e insolencia de un agresor, Brutus, enamorado de la bella Olivia, Rosario o… Kiev.

Las negociaciones dirigidas a poner fin al conflicto ruso-ucraniano parecieran no conducir a acuerdo alguno. Se imputa al agresor-invasor el irrespeto recurrente de los altos el fuego acordados y de las treguas pactadas a objeto de facilitar la evacuación de la población civil, victima potencial (y factual) de su artillería, y probablemente sea así; sin embargo, los alegatos del acusado llegan a nuestros oídos a través de los altavoces del acusador como un knockout moral —y derrota cultural y política, según Femando Mires—. Y no es descartable una retirada con el rabo entre las piernas: allí están, a guisa de ejemplo, Vietnam y Afganistán —empero, la moral poco o ningún peso tiene en el costo de los combustibles. Los precios del gas y del petróleo se dispararon y no se sabe hasta dónde   llegarán—. Las bolsas de las mayores economías del globo fluctuarán seguramente al compás de los vaivenes de la guerra y, aunque la Unión Europea, unida como nunca antes, se apresta a discutir una precipitada admisión en su seno de Ucrania, Moldavia y Georgia — ¿con fines disuasorios?—, Putin se envalentona y amenaza con represalias nunca vistas, porque tiene cómo y con qué hacerlo: soldados, como arroz (o trigo); sofisticado armamento de última generación, un aterrador arsenal nuclear, ¡cuidadito compai’ gallo, cuidadito!, y los insumos energéticos indispensables para poner en movimiento los engranajes productivos de Alemania y otras naciones industrializadas, pero carentes de combustibles fósiles. No es ostentación el desafío del oso a la UE y los países miembros de la OTAN. ¡Es poder!

Si un lector se preguntase por qué este escriba se refiere en registro de comedia y no en clave de tragedia a una conflagración de impreciso desenlace entre el infortunio ucraniano y la soberbia rusa, yo podría responderle citando un par de líneas salidas de la pluma de  Carlos Marx —aunque, confieso, mi marxismo, como el de Woody Allen, se identifica con la tendencia Groucho—: las dos primeras del primer capítulo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». O podría echar mano a la letra del tango Por la vuelta (Enrique Cadícamo), malogrado en arreglo de Billo para el empalagoso Felipe Pirela,  y apuntar, simplemente, «La historia vuelve a repetirse…», porque en 2014, ocho años antes de su reciente y flagrante violación del derecho internacional, el siniestro enano de San Petersburgo y ex alto cargo de la KGB se apropió de Crimea —regalo de Nikita Jruschov a Ucrania (1954)—; y, entonces, la Unión Europea y Estados Unidos apenas chillaron y se limitaron a aplicar sanciones tan inocuas cuales  las burladas a placer desde Miraflores y Fuerte Tiuna, mediante alineaciones, triangulaciones y otros arreglos poligonales con impresentables regímenes análogos al chavomadurista. Si aquello fue un drama y quizás un cisne negro, lo de hoy es un remake; una reposición previsible y deplorable.

Las hostilidades en desarrollo y sus azarosas consecuencias han movilizado al presidente de Francia, Emmanuel Macron; al primer ministro de Alemania, Olaf Scholz; a la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen y al brexificado y despelucado primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, en una cruzada diplomática en procura, no solo de un arreglo al conflicto en trance de extenderse temporal y espacialmente, y de una paz duradera, sino de alternativas al abastecimiento gasífero y petrolero de la región, afectada por el embargo impuesto a Moscú. Los europeos dirigen sus miradas al Medio Oriente y hasta coquetean con Irán e Irak. Y en este lado del mundo, las circunstancias, colocaron a la petro alicaída Venezuela en la mira de Washington —vainas del pragmatismo o de la real politik, ¡oh, Bismark!—. Así, cuando menos lo esperábamos, una delegación gringa se presentó en palacio con vaya usted a saber cuál tejemaneje entre manos. El radicalismo subió de tono y, como siempre sucede, los extremos coincidieron. Ya, con la automatizada toma de posiciones en la contienda, gente aparentemente informada puso en circulación, con intención de abonarla a la catadura de Putin, una sucinta, fútil e insustancial definición de comunista con foto y rúbrica de Margaret Thatcher. Quien puso semejante petardo, atrincherado en las redes sociales, olvidó la condena a muerte de Bobby Sands y 9 de sus compañeros prisioneros del Ejército Republicano Irlandés Provisional (IRA) y del Ejército Irlandés de Liberación Nacional, implícita en la indiferencia de  la «dama de hierro» a una vindicativa y prolongada huelga de hambre. No, no era distinta Margaret de Vladimir, pero no les falta razón a quienes, con la visita de los enviados del presidente Biden, quedaron con los ojos claros y sin vista. Esa aproximación motorizada, entre otras adversidades, por el súbito incremento del precio de la gasolina y la necesidad de compensar el déficit generado por el embargo a las importaciones desde Rusia se tradujo, de inmediato, en la liberación de dos ciudadanos estadounidense vinculados a Citgo y, en consecuencia, se tuvo como incontrovertible fait accompli el enmerdamiento del ventilador del interinato, pues, aunque  del tête-à-tête entre los emisarios de la Casa Blanca y el «mesmésemo» Nicolai Madurovsky poco trascendió a la rumorología y  mentideros locales, el secretario de estado Antony  Blinken despejó las dudas al respecto: «Recibimos con beneplácito la liberación de los ciudadanos estadounidenses Gustavo Cárdenas y Jorge Alberto Fernández, detenidos injustamente en Venezuela. Llegaron hace poco a Estados Unidos, acompañados por nuestro enviado presidencial especial para Asuntos de Rehenes, Roger Carstens».

El principal aliado de la Unión Europea busca opciones para paliar la grave carencia derivada del severo castigo económico infligido a Rusia. Y, ¿arte de magia o de birlibirloque?, aparece en el catalejo yankee la desgraciada tierra de gracia. Lo explica  a su modo  el  Sr. Blinken: «A nivel mundial, el gobierno de Joe Biden tiene un interés en mantener un suministro constante de energía, incluso a través de esfuerzos diplomáticos […] todas esas cosas se aplican cuando se trata de Venezuela…y de otros países del mundo donde se tienen multiplicidad de intereses». No tuvo Guaidó vela en ese entierro, a pesar de suscribir el relato angelical adosado al deificado Volodímir Zelenski,y mantener a Citgo Petroleum Corporation, la más importante subsidiaria de Pdvsa, bajo el control de su provisoria administración. ¡Juan, se acabó tu cuarto de hora…solo te queda México, y no te vistas que no vas!, sentenciaron las aves de carroña de la oposición a la oposición. De México ¡nanay!, advirtió cebolla. A todas esas, Jen Psaki, portavoz de la Oficina Oval, subrayó: «Estados Unidos sigue sin reconocer a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela». Y quien ha de quedarse en casa vistiendo el camisón de Petra es el propio zarcillo bigotón.«Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras»

 


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