Una controversia global, relacionada con la —para algunos— muy redituable «corrección» política, se acaba de desencadenar y es ya incendio descontrolado; otro de los tantos de un singular estío, que amenaza oscuridad glacial sin más que cadenas para dar, cuya causa, en apariencia fútil y hasta desternillante, ha sido el «atezamiento» de la infortunada Ana Bolena en el multiverso de la ficción televisiva, específicamente en una serie británica cuya antesala en la hoguera 4.0 de las necedades le ha asegurado a sus productores una audiencia de millones de «escandalómanos»… Sí, una nueva movida en el lucrativo negocio de las polvaredas del que enormes beneficios han obtenido personajes como Trump, Musk o Balvin, y que ha convertido a las empresas que controlan las grandes redes sociales, por la no tan impensada retroacción de los dislates de las legiones de agresores y confundidores sedicentes influencers que ellas han engendrado, en los verdaderos centros de poder de estos inicios del siglo XXI.

Por supuesto, el problema que subyace tras la mencionada polémica no tiene nada que ver con la actriz, en cuanto individuo, que encarna a la segunda esposa de Enrique VIII en tal serie, ni tampoco con sus aptitudes histriónicas, o aun con la inexactitud de los hechos históricos incluidos en esta, por cuya índole, como la de miles y miles de obras semejantes, sería simplemente disparatado y vano cualquier intento de diseccionarla bajo el microscopio de la historiografía. La cuestión, central en el marco de la crisis cultural y, por consiguiente, sociopolítica del turbulento mundo de hoy, se relaciona más bien con el desvío y transformación de innumerables esfuerzos reivindicativos en corrientes que de inadvertido modo están contribuyendo a la constricción de las libertades que se desean conquistar o expandir para todos en todas partes.

Si, verbigracia, los niños y jóvenes que todavía no cuentan con una sólida formación comienzan a consumir de manera frecuente productos contracontraculturales pletóricos de falseamientos y edulcoraciones que ocultan realidades pasadas y presentes como los prejuicios, las persecuciones, la esclavitud, el totalitarismo u otros horrores, en un contexto de cancelación de datos históricos, evidencias científicas e innumerables piezas de literatura y de arte en general, ¿podrán acaso desarrollar el tipo de pensamiento que en un cercano futuro, poco alentador por lo que ahora se puede vislumbrar, les permita luchar por sus derechos, acabar con regímenes tiránicos e impedir el renacimiento de antiguos monstruos? La respuesta es bastante obvia.

¿Es que «historias» como la de esa Ana Bolena o la de negros padres fundadores de alguna nación americana, en ficciones entremezcladas con lo factual en el imaginario de amplios sectores, no podrían terminar afianzando la imagen de épocas de igualdad, la impostura de lo que no fue, y borrando en consecuencia una memoria tan necesaria para alimentar el espíritu de la justicia y de la defensa de los derechos humanos? ¿En qué podrían convertirse falsos retratos como el de un mundo con mujeres empoderadas desde los albores de la humanidad y hombres como Wilde o Turing en remotas y hasta actuales vidas de completitud, suma, entre otras cosas, de la aceptación y de la posibilidad de autorrealización? ¿Cómo mañana podrán reconocerse a tiempo las múltiples formas de la bestia que todo lo devora si hoy el fingimiento con los rostros del respeto, eternos en él, no permite ver la verdad de las tropelías y los crímenes del ayer y del ahora?

Una miríada de buenas intenciones, mal encauzadas unas y manipuladas desde las sombras otras, se está constituyendo en instrumento de la forja de una distopía peor que la que discurre en estos momentos ante ojos que, de selectivo modo, oscurecen en su campo de visión aspectos de la realidad que de mirarse con claridad, con auténtico sentido de la ética y con la mejor de las disposiciones del ánimo obligarían a la mancomunada acometida de difíciles acciones para el establecimiento de un muy distinto marco relacional; uno que permita anteponer en verdad y en términos de derechos fundamentales los intereses de todos a los de grupos que pretenden alcanzar sus fines sin considerar la libertad del «otro». Y tales grupos no solo incluyen los de «minorías» tradicionalmente perseguidas, sino también los de aquellos que se han embarcado en una suerte de «purificadora» cruzada devenida en espejo del despropósito; los grupos de la «contracorrección».

Así, por ejemplo, a la sandez que eleva a cruentos y esclavistas pueblos precolombinos al seráfico éter de la bondad y perfección infinitas, se opone otra que ubica a la Europa de finales de la Edad Media y principios de la Moderna en un vergel sin absolutismo, Inquisición, censura, opresión, corrupción, ambiciones desmedidas, guerras, fanatismo, atraso, pobreza y mil formas de perversión, y frente al grave deterioro intelectual y del tejido de convenientes valores en la sociedad global que lleva a tomar el desprecio del mérito, el atropello o la deformación y el empobrecimiento de las lenguas por inclusión, resurge la no menos grave justificación de viejos prejuicios y odios.

Ello ha dado lugar a una falsa disyuntiva que, a su vez, se ha erigido en el arma con la que inescrupulosos de toda laya chantajean y polarizan, con lo cual, y he ahí el quid de la cuestión, el terreno de los derechos humanos y de la democracia se reduce a un alarmante ritmo. Por tanto, más allá del beso que recibió Blancanieves, del «todes» y del diluvio de idioteces que tuerce importantes luchas y diluye valiosos esfuerzos y recursos, lo sustantivo y urgente tiene que ver con el rescate, o más bien, con la promoción de la cultura de libertad que jamás, en ningún lugar, ha sido una completa realidad.

La solución a los grandes problemas de la contemporaneidad, incluidos el totalitarismo, los prejuicios, la exclusión social, la pobreza, la crisis climática y muchos otros, estriba en tal cultura, aunque de todas las empresas humanas, la de su generalizado desarrollo y consolidación es la mayor y más difícil… Y muy lejos está el mundo de contarla como uno de sus mejores logros.

@MiguelCardozoM

 


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