La corrección política se ha convertido en una peligrosa forma de control del pensamiento

Una característica distintiva de nuestra contemporaneidad es la aparente ausencia del pensamiento como principal rector de nuestras acciones. En la actualidad el hombre pareciera responder a los distintos planteamientos desde un patrón en el que se ha sustituido lo reflexivo y hasta lo intuitivo por una serie de reflejos estructurados que trabajan de manera casi programada en nuestro cerebro. El condicionamiento tecnológico y comunicacional al que se ha sometido a la humanidad en los últimos cincuenta años ha generado una distorsión de lo racional y una alteración cognitiva de la existencia. Cada vez es más frecuente que los individuos estén desposeídos de un razonamiento que produzca una reflexión constructiva. Las ideas en el presente son asimiladas como fragmentos modulares y complementarios que se van adecuando alternadamente hasta configurar un ideario que carece de dialéctica.

El hombre contemporáneo se rige por un estilo de vida que hoy en día dificulta la abstracción, estado en el que se es posible observar las situaciones y generar un análisis distante y necesario, proceso que permite surjan las ideas y de ese modo establecer la resolución a las interrogantes que se plateen. Es recurrente que el juicio colectivo esté sustentado con figuras ambivalentes y que tienda a comulgar amablemente con el conjunto de la población: el imperio de lo políticamente correcto, sistema que ha socavado la crítica y la resistencia del individuo ante la imposición de ciertos patrones de conducta y pensamiento. Cada día las personas parecen integradas a una colectivización de las opiniones, pero esta integración solo conduce a eliminar las identidades propias y desaparecer el pensar como expresión individual del ser humano. Por otro lado, la unificación de criterios es inversamente proporcional a la cohesión social y la hegemonía de lo establecido por una mayoría acaba aislando a lo que no se adapte a la conveniencia del dictamen generalizado.

El tiempo es la dimensión fundamental donde se desarrollan los cambios y fracturas con todo aquello que, de forma rigurosa, establece la disposición sociocultural de los pueblos. Cuando hay un quiebre abrupto con la estructura de pensamiento y el orden hegemónico se produce de una lenta descomposición que acaba separando la visión colectiva y disecciona los tejidos sociales que constituyen la identidad y el sentido de pertenencia. Es así que podemos constatar que el mapa social e identitario de la actualidad dista del esquema de venezolanidad que nos identificaba desde la segunda mitad del siglo XX.

Más allá de los términos económicos, la globalización ha derruido las bases culturales y ha producido una fallida igualdad que, además de forzada, es inconsistente con la realidad que afrontan las distintas condiciones de vida de la humanidad. La instauración de elementos ajenos a la sinonimia de cada nación solo ha ocasionado el deterioro progresivo de la similitud con la esencia que originó las características positivas de los gentilicios, y maximiza aspectos negativos del individuo. Hoy es común que un amplio sector de la población enmarque su perspectiva en un espectro donde le resulten familiares aspectos no relacionadas con su origen cultural. Temas emblemáticos como la fe, el idioma, los principios y la interrelación social han sido sustituidos por nuevos conceptos que aproximan a las nuevas generaciones y estas, enmarcadas en la ilusión de la identidad global, dejan a un lado los elementos diferenciales. La unificación de la visión integral permite que, por ejemplo, un joven del estado Lara se apropie de creencias, tradiciones y patrones que son originarios a una objetividad de la cual él no pertenece y que no se corresponden a su sustantividad social y geográfica.

Los nuevos patrones de pensamiento parecen irreconociblemente distanciados de lo culturalmente establecido

El hombre de hoy tiene como fundamento la indiferenciación con los patrones del individuo, renunciando a la construcción de una visión personal y persigue sumarse a la identificación global, en la que cada quien se asemeja al otro, careciendo de expresión de su propia razón, y se conduce sin diversidad en el juicio. La humanidad da muestras de que marcha por un camino desconocido pero sin que esta se haga planteamientos: una ausencia de conexión con la necesidad de conocer lo que es el ser y el estar.

El conocimiento objetivo y la realidad empírica fueron erradamente catalogadas como afines a los sistemas que pretendían preservar el control y mantener las desigualdades entre los distintos grupos sociales vulnerables. La aplicación de lo políticamente correcto y la globalización del pensamiento ha estado cimentado en la falsa creencia de que esto llevará a ciertas minorías a verdaderos estados de justicia, igualdad y a alcanzar de una moralidad permisiva y tolerante. Por desgracia, las aspiraciones de equidad, respeto y aceptación abarca tópicos relacionados con la diversidad en la sexualidad o legalización de la eutanasia, por ejemplo. Estos logros han impactado las bases de las creencias religiosas y los fundamentos éticos, así mismo,  se han visto afectadas el desmontaje de las tradiciones culturales al ser muchas prácticas señaladas como no correctas para el presente.

Causa preocupación que se está estableciendo una posición dogmática en la que la corrección política fomenta la obligación del apego a sus directrices y genera una conformidad, escenario en el que cedemos la postura particular a favor de una expresión colectiva del pensamiento. Como consecuencia, se establecen pilares nada tolerantes y que no dan espacio al cuestionamiento y se acaba aceptando como verdad los postulados de la nueva corriente hegemónica que es la que configura el nuevo diseño moral sin lugar para la elección. La corrección política se puede describir así: cuando un grupo apunta a lo establecido y políticamente incorrecto, alcanza posiciones de poder y rompe con la hegemonía previa. Estos nuevos protagonistas se transforman en lo políticamente correcto y así garantizan el monopolio de la supremacía, para lo cual  castigan a la disidencia por medio de la opinión pública.

De acuerdo con lo expuesto en libro de Geoffrey Hughes, Corrección Política: Una historia de semántica y cultura, se deduce que lo “correcto” dejó de ser una elección sustentada en la ética y la religión para convertirse en una férrea imposición de todo aquello que se aleja de nuestros principios. El omnipotente poder de lo establecido por la nueva hegemonía, coarta y conculca la opinión distinta, sometiendo a quienes la adversan a algo tan violento que restringe  y redunda en la autocensura, extinguiendo la expresión individual de la consciencia. Frases como “no se puede decir eso” son una devastadora amenaza que cada día empobrece la diversidad de las ideas.

Lo ocurrido con los niños en el Carnaval de Torrevieja (España) debe llamarnos a reflexión

Coordinado desde las nuevas esferas del poder, se realiza un sistemático ataque a los cimientos tradicionales,  erosionando con agresividad todo aquello que nos identificó como sociedades y perjudicando la concepción que se tiene de la sociedad. Poderosos intereses han creado una estructura que domina a la opinión pública y esta se ha convertido en un ariete que arremete contra toda resistencia a un nuevo orden en el que privan las ideologías de género, el animalismo, el aborto, la inclusión forzada, la globalización cultural y el desmantelamiento de las religiones, entre otras corrientes.

Hoy, gran parte de la humanidad está condicionada a omitir sus veredictos, renunciando al disentimiento, lo que resulta en anodinos elementos en el colectivo. Con mayor frecuencia se olvida que la identidad es una constante reconstrucción del ser y que trascendemos gracias a una conexión espiritual con la fe y la sustancia existencial que da forma a la vida. Jamás debemos renunciar a enfrentarnos a todo aquello que amenace nuestra esencia, misma que nace en lo que creemos y en la capacidad de discernir que está bien o mal. La única opción que nos queda es romper el yugo de las tiranías políticas, sociales y mediáticas que nos acorralan, nos intimidan y nos alejan de un principal mandato: ser libres.

@EduardoViloriaarnaval


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