El coronavirus ha generado una avalancha de información a través de todos los medios de comunicación y las redes sociales. A cada minuto nos enteramos de los crecientes estragos que el nuevo virus está produciendo a nivel global; ello determina que sea imposible dejarlo a un lado, apartarlo de nuestras mentes, lo que de suyo afecta el ánimo de cualquiera y nos coloca en la terrible paradoja de hacerle detallado seguimiento y, además, pensar constantemente en él. Ni siquiera la deliciosa lectura de un libro como Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe, de un autor (para mí) de culto como es Octavio Paz, logra sustraernos del karma que experimenta hoy la humanidad.

Sobre la calidad y objetividad noticiosa en relación con esta nueva pandemia, estimo que la prensa europea y norteamericana son las que se llevan la palma, y –en mi modesta opinión- de manera muy especial la imprescindible revista Foreign Affairs. Ello, sin embargo, no disminuye los particulares méritos de la prensa libre en general y, de modo singular, la de un país como Venezuela que se mantiene en pie de lucha a pesar de las restricciones que emanan de la dictadura y la larga crisis económica.

Son muchos los que todavía piensan que esta es una tragedia de pocas semanas o meses, cuando la realidad es que el drama puede extenderse por lo que resta de este año y buena parte del próximo, cuando finalmente comience a producirse la vacuna contra el terrible flagelo chino. Para ese momento se estima que no menos de 70% de la población mundial se habrá contagiado y el número de muertes alcanzará cifras espeluznantes.

Peor todavía, hay quienes se escandalizan con la sola idea de poner en una misma balanza la consideración de un tema tan vital como es el de mantener por el tiempo que sea necesario el aislamiento de las personas o tener que volver al trabajo para evitar una crisis económica de enorme envergadura. Nos guste o no, a lo más que podemos aspirar es a que el mayor número de personas solo se resguarde en sus casas por un lapso de tiempo prudencial porque al final podría ser más grave el remedio que la enfermedad.

El alerta que acaba de hacer el Fondo Monetario Internacional está en sintonía con el señalamiento anterior. A dicho organismo le preocupa el resurgimiento de una nueva crisis bancaria como la de 2008. En el informe que ha preparado al respecto, la institución recuerda cómo en aquel momento las fuertes pérdidas que sufrieron las entidades debido a la crisis de liquidez se tradujeron en una sequía de crédito que multiplicó el impacto de un terremoto exclusivamente financiero en la economía real. Ahora eso puede repetirse nuevamente. No perdamos pues de vista esa advertencia de una entidad calificada.

Para la inmensa capa de la población que conforma el estrato de los pobres, su alimentación depende del ingreso que obtiene día a día; los que forman parte de ese sector no cuentan con los recursos o ahorros que les permita mantenerse en casa durante meses y a la vez estar bien alimentados. De igual manera, muchas empresas (pequeñas, medianas y hasta grandes) podrían colapsar al no poder generar los ingresos indispensables para cubrir sus gastos fijos (pagos de créditos, hipotecas, alquileres, nómina de personal, etc.), lo que generaría más desempleos. El asunto pues tiene muchas aristas.

La simple prudencia aconseja que el regreso al trabajo se concrete lentamente sin dar lugar a aglomeraciones abruptas. Las reuniones en grandes estadios, salas de conciertos, teatros, cines y sitios equivalente serían las últimas en producirse, quizás bien avanzado el 2021.

Durante todo ese proceso de normalización las políticas de apoyo económico que pongan en práctica los gobiernos serán fundamentales. Ello implicará enormes gastos por parte de los respectivos Estados que tendrán impactos negativos más adelante. Obviamente que eso será traumático para las grandes potencias y un verdadero calvario para los países más empobrecidos, como es el caso del nuestro.

En este terrible escenario que se superpone al drama que ya venimos padeciendo por la represión y las malas políticas económicas ejecutadas en los gobiernos de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro Moros, el nivel de profunda pobreza que ahora padecemos se puede transformar en un enorme y portentoso iceberg que la revolución tendrá que domeñar, tarea nada fácil sin una salida democrática.

Así, pues, el coronavirus puede convertirse en un elemento letal para la “revolución bonita” y un aliado fundamental para el retorno de la democracia en Venezuela. El estado de postración económica en que se encuentra nuestro país ya no soporta nada más. Adicionalmente, el drama que se vive en el sector de la salud es dantesco. Siendo eso así, por más apoyo que se reciba de Xi Jinping –el cual no será ilimitado–, no se está en condiciones de replicar acá el éxito que tuvo China dentro de sus fronteras.

Concluimos entonces rememorando un importante propósito bíblico: “Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados” (Romanos 8:28).

@EddyReyesT


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