En este mundo globalizado, donde los grandes intereses políticos o económicos mueven sus tentáculos en forma tal que parecen creer o aspirar a dominar los más importantes dilemas del planeta, generalmente con grandilocuentes declaraciones, de pronto nos encontramos que uno de nuestros más diminutos compañeros de viaje –los virus– se salen de madre poniendo en peligro la vida de toda la raza humana tan creída de su imbatible superioridad y casi convencida de que es cierto aquello de que dominamos el mundo. Es evidente de que el tema amerita un redimensionamiento con un llamado a la humildad y la reflexión. Nadie es inmune y ningún esquema o interés humano puede sentirse intocable ante la amenaza de este minúsculo e invisible agente.

Es así como hoy observamos la reacción de los más variados estamentos que de una u otra manera tratan de ofrecer explicaciones de cosas que ni ellos conocen a ciencia cierta.

Existen quienes genuinamente buscan explicaciones científicas, quienes responsabilizan del tema a la organización política o económica de las naciones, cuando lo cierto es que ricos y pobres, famosos y anónimos, poderosos y pedestres sin distinción resultan contagiados por este ínfimo elemento vital que viene para igualarnos a todos en nuestra fragilidad, vulnerabilidad y mortalidad de una manera que debe llevarnos a una reflexión íntima de la que deberíamos rescatar al menos algunos de los más genuinos valores humanos que en el mundo de hoy parecen estar devaluados.

No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a este tipo de reto. Ya en la Edad Media la peste negra y la bubónica causaron decisivos números de bajas en Europa, igual que la devastadora gripe española que entre 1918 y 1920 mató a varias decenas de millones de personas en casi todo el mundo. Pero en esas épocas no había ni radio, ni televisión, ni Internet, ni redes sociales ni viajes internacionales que pudieran difundir, magnificar o explicar con amplia difusión lo que estaba ocurriendo. No es el caso actual en el que cualquier noticia –especialmente si es macabra– se difunde, magnifica y comenta en tiempo real ayudando a extender el factor miedo como una consideración crucial de la situación dando lugar a cuarentenas masivas, corridas de bolsa, disrupción en las cadenas productivas, escasez de insumos y hasta excusas ciertas o no pero que pueden servir –y sirven– para arrimar la brasa a uno u otro interés del espectro político.

Pareciera que el mundo en general fue sorprendido por el brote, pero así y todo no deja de ser visible el distinto grado de preparación para la respuesta que cada país puede exhibir. Desde China donde de inmediato se construyó un megahospital  para atender la emergencia con abundante disponibilidad de medios hasta naciones como la nuestra donde la situación ya existente sirvió para desnudar la falta de recursos y de previsión convirtiendo la emergencia en un tema más del debate político en el que hasta el ingreso de ayuda internacional se arropa en el campo de uno u otro bando de la pugna política revelando la continua existencia del virus del egoísmo y  la soberbia que está siempre presente en la sociedad humana.

En semanas o meses la presente pandemia habrá sido superada con un costo en vidas y recursos difícil de cuantificar hoy. Los humanos seguiremos creyéndonos amos y señores del planeta. En tal carácter probablemente repetiremos las agresiones a la naturaleza, el cambio climático, la depredación, la desigualdad social y demás prácticas que han venido definiendo a nuestra especie como actora responsable de lo bueno y lo malo que constituye el balance vital de cada uno de sus individuos. Quien esto escribe deja al amable lector   compartir o no tan escéptica visión.


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