La historia es testigo de un sinnúmero de enfermedades terribles, calificadas como “pandemias” por la Organización Mundial de la Salud. Para esta agencia de las Naciones Unidas, que tiene confiada la responsabilidad internacional de la salud pública, “pandemia no es otra cosa que una epidemia a una escala mayor, mucho más extendida. Y una epidemia no es otra cosa que una enfermedad que alcanza un nivel de incidencia mayor que el normalmente esperado. Por lo tanto, una enfermedad que se extiende más de lo esperado y de una forma mucho más extensa de lo que se preveía es considerada una pandemia”. La definición pudiera considerarse como un “trabalenguas”, pero con la gravedad de que jamás ha sido un juego. No hay dudas de que es mucho más que esto.

La propia OMS menciona las que nos han azotado: 1. Viruela, enfermedad infecciosa que más muertos ha causado; 2. Sarampión, ha matado a más de 200 millones; 3. Gripe española, una de la más graves, con 50 a 100 millones de fallecidos; 4. Peste negra, la más letal históricamente hablando; 5. VIH o sida, con 25 millones; 6. Plaga de Justiniano, con casi 25 millones de cadáveres; 7. Tercera pandemia (así se le calificó), en Yunnan (China), activa hasta 1959, llevándose al mundo desconocido a más de 12 millones; 8. Tifus, con 4 millones en el pico, aunque por fortuna ya no es un peligro; 9. Cólera, con 3 millones; 10. Gripe de Hong Kong, que llenó su asqueroso pocket con casi 1 millón y en corto tiempo. El mundo ha sido jamaqueado, pues, por unas cuantas severas dolencias. No han sido simples catarros.

Pero si hablamos de pandemias no deberíamos, por lo menos, dejar de mencionar aquellas, que no son pocas, causadas por los gobiernos, calificables como “pandemias políticas”. El virus que las produce no demanda de mayor investigación, de médicos especializados, de duchos enfermeros, ni de laboratorios y máquinas sofisticados, pues derivan de aquellos que detentan el poder político que alcanzan a través de los mecanismos formales estatuidos en los denominados contratos sociales, que desde Jean Jacob Rousseau han inspirado fórmulas, lastimosamente probables, para posibilitar la convivencia humana.

Las leyes romanas, fuentes de parte considerable del orden jurídico universal, tipificaron el dolos malus para calificar los comportamientos punitivos y por tanto contrarios a la ley. La intencionalidad los diferencia de aquellos generados por conductas culposas que vulneran los preceptos de la prudencia y diligencia que el ciudadano, como “buen padre de familia”, está compelido a observar. Ante este escenario deberíamos tener claro que con respecto a los gobernantes y políticos pareciera que el poder sancionatorio se limita a aquel que, en algunos pocos casos, aplica el propio pueblo al desechar su reelección. La destrucción por las equivocadas políticas que adelantan, entre ellas, las aplicadas en la mayor parte de América Latina a troche y moche y apoyadas en gente cuya conciencia se compra, incluyendo un desmesurado enriquecimiento, parecieran formar parte de un extraño protocolo rezagado entre reclamos de sanciones, que pocas veces se observan.

Venezuela es hoy, tal vez, la prueba más contundente de uno de esos cataclismos. La búsqueda de lo que suele llamarse “un pluralismo moral” prosigue siendo una meta en el tránsito hacia la democracia liberal. Así lo acota Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia. Creemos que hace referencia a un sentir para resolver las dificultades, pues de lo contrario, lo harán quienes no tienen razón.

Es necesario, asimismo, que fuera de “la patogénesis viral”, la ciencia que estudia las enfermedades causadas por virus, nos preguntáramos, también, si serían de igual modo “pandemias o pandemitas”, aquellas distorsiones que producen una enorme diversidad de “discriminaciones”, resultado en la mayoría de los casos de la prevalencia de intereses, falta de comprensión, solidaridad y amor y que alteran el alma, la tolerancia y hasta la fe, prolongando la esperanza y en demasía. Unas cuantas son y con ellas convivimos en un proceso de desplazamiento en la esfera social: blancos y negros, ricos y pobres, católicos y musulmanes, judíos y cristianos, revolucionarios y no, dictadores y demócratas, gobernantes y gobernados, escuálidos y afectos al caudillo de turno y hasta políticos versus aquellos ensimismados en lo que suele calificarse como la antipolítica.

El Grupo Editorial Herder, en 1995, publicó el libro Búsqueda de Dios y sentido de la vida, cuyas páginas dan testimonio del importantísimo diálogo entre Viktor E. Frankl, catedrático de Neurología y Psiquiatría en la Universidad de Viena y el no menos reconocido teólogo Pinchas Lapide, ambos ex presidiarios de campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.

El conversatorio ilustra en lo concerniente a las dificultades del ser humano para entenderse con Dios, tarea que pasa por comprenderlo. Uno de los párrafos (Prólogo) constituye una de las tantas evidencias: “Con menos claridad hemos visto que fe y ciencia son dos caminos de una misma búsqueda de la verdad que nos impulsa poco a poco hacia adelante, aunque probablemente nunca hallemos aquí abajo su meta”. Pero, también, “el hombre no se comprende aún a sí mismo, sino que se halla constantemente en camino”. La diversidad en la fe se percibe, igualmente, en la histórica conversación de los dos genios, pero, también, en la negación de aquella. Pasajes y anécdotas como estos ilustran: “Debes creer en Dios, pues te curó el sarampión, a lo cual el enfermo recuperado responde, pero también me dio el sarampión”. Igualmente, la nota que dejó escrita el presidiario de Siberia: “Busqué a Dios, y él me rehuyó. Busqué a mi alma, y no la encontré. Busqué a mi hermano, y encontré las tres cosas”. No es fácil, diría el común de los mortales.

Pero al análisis, por supuesto, complicado, que se hace en el referido “diálogo”, con ocasión del planteamiento del teólogo Lapide ¿Ahora bien puede uno abandonar su fe en Dios, de acuerdo con el pasaje de Dostoievski “Si Dios puede permitir el sufrimiento, e incluso la muerte de un solo niño inocente no puedo creer en Él?”. La idea es indagar si Frankl valida la apreciación de que el sufrimiento humano desvanece la fe, afirmación que Pinchas trata de justificar al plantear que para algunos cuantos “el sufrimiento en Auschwitz condujo a la pérdida de la fe. Sostengo que fue lo contrario, es la repuesta del brillante neurólogo y psiquiatra.

Pareciera, por lo dicho, que deberíamos convivir con fe en un ser superior para mantenernos esperanzado en lo bueno. Consecuencialmente, los conflictos personales, entre ellos, la próxima existencia, son más tolerables con fe que sin ella.

El coronavirus nos mantiene bajo el temor propio de la conciencia, mucho más, por supuesto, que las pandemias no virulentas, numerosas y de índole, por cierto, social. La ventaja pudiera ser que la virosis sea transitoria. Probablemente, menos duraderas  que las últimas.

¿Qué más puedo comentarles estimados amigos?

Sabemos que son numerosos los que dudan (los gnósticos), pero, asimismo, aquellos que creemos en Dios, como ser superior, y en Cristo, quien, como pareciera inferirse del reciente pero maravilloso libro de César Vidal Más que un rabino, asumió el rol de enviado para que le prestáramos atención a fin de que nos salváramos. Estas apreciaciones del filósofo y teólogo madrileño pudieran llevarnos de la mano, por lo menos, para orar al “Crucificado”, particularmente, por los convencidos de que murió por nosotros y en expiación de nuestra vida tumultuosa: 1. La importancia que el autor atribuye al erudito judío David Flusser, que afirma: “No tenemos ningún motivo para dudar de que el Crucificado se apareciera a Pedro, luego a los Doce, después a más de quinientos hermanos a la vez… luego a Santiago, más tarde a todos los Apóstoles y, finalmente, a Pablo en el camino de Damasco; 2. Pero, también, al reconocimiento que Vidal atribuye al propio Pinchas Lapide, otro estudioso judío, por sostener: “Yo acepto la resurrección del Domingo de Pascua no como una invención de la comunidad de discípulos sino como un acontecimiento histórico… Sin la experiencia del Sinaí no hay judaísmo, sin la experiencia de Pascua, no hay cristianismo…”. Vidal, no obstante, advierte que “en realidad, el que Jesús volviera de entre los muertos iba a tener unas consecuencias muchísimo más amplias que la de llevar el mensaje de Sinaí al mundo. A fin de cuentas, no había sido un rabino, sino mucho más.

Nuestro mensaje está referido a que el pesimismo no nos arrope, mantengamos la fe y la esperanza para salir airosos y proseguir combatiendo las pandemias, tanto las virulentas, como las de índole política, económica y social.

Así finaliza su charla de 1 hora Wang Mao, el profesor de Medicina Legal en Irlanda, con los títulos de psiquiatra, teólogo y abogado concedidos en Alemania.

La invitación se la formula el profesor venezolano de química de la Universidad de Arizona, Vladimiro Mujica, con el patrocinio de Venamérica, Democracy of the Americas y el National Institute for Democracy and Development. La sede, el Hotel Marriot en Boca Ratón, Florida. Se trata de una de las mentes más prodigiosas del mundo, fue el argumento de Mujica para comprometer a las citadas instituciones, sensibles como él a la crisis pandémica actual, el coronavirus, cuyos estragos están en pleno desarrollo.

La presentación que hace del doctor Mao es recibida con sobrado interés, el cual no opaca, sin embargo, el terror en los asistentes, algunos de ellos ya provistos de guantes y mascarillas.

Son exactamente las 2:00 de la tarde.

@LuisBGuerra

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