¿Qué tan grave es la epidemia de coronavirus al día de hoy, y qué tan seria es la amenaza hacia adelante? No lo sabemos todavía, pero lo que sí está claro es que el miedo se ha expandido de manera rápida y masiva, empujado tanto por lo que se conoce como por lo que la imaginación y los nuevos medios de comunicación instantánea generan.

La aparición del virus pone de manifiesto ciertos rasgos del tiempo en que vivimos, obligándonos a percibirlos de manera más intensa y evidente. En ese sentido el virus y sus consecuencias son la metáfora de una época. El nuestro es un tiempo obsesionado por un presunto y cercano apocalipsis, obsesión que en etapas recientes se ha evidenciado en el tema del cambio climático, y que antes y por años se mostró bajo la figura de la guerra nuclear. Ello es paradójico, pues la nuestra es también la era de la ciencia y la tecnología, en las que tantas esperanzas hemos cifrado como instrumentos para superar los males que ancestralmente aquejan a la humanidad. La amenaza de una peste pandémica parecía relegada a la Edad Media.

El coronavirus remueve otro rasgo de nuestro tiempo, un rasgo focalizado con intensidad en Occidente. Nuestras sociedades dan la impresión de cargar sobre sus hombros un hondo sentido de culpa, que en alguna medida explica algunos aspectos de la llamada “corrección política”, por ejemplo en lo relativo a la inmigración. Tal sentido de culpa posiblemente se origina en un conjunto de factores, uno de los cuales, que cabe destacar con referencia al coronavirus, se refiere a lo que un pensador alemán del siglo pasado, Max Horkheimer, calificó como “la venganza de la naturaleza”. Se trata de la idea según la cual nuestra actitud depredadora hacia el planeta que habitamos, ya muy larga históricamente, está pasando sus facturas a una humanidad que ha irrespetado y violentado el entorno en que vivimos, saqueando los reinos animal y vegetal y erosionando el clima en magnitudes quizás irreparables.

Lo dicho antes no significa que estemos tomando partido por una u otra de las tesis sobre el cambio climático, y en general acerca de los retos ecológicos que enfrentamos. Lo que intentamos señalar es el significado que el pánico del coronavirus expresa, con relación a nuestras obsesiones modernas y a las aparentes o reales culpas que nos persiguen.

En tercer término, la amenaza del coronavirus, el veloz esparcimiento del temor ante el mismo, las reacciones opacas, alarmistas, y en ocasiones incompetentes de los gobiernos nacionales y las organizaciones internacionales por igual, exhiben la fragilidad de nuestros arreglos socioeconómicos y de las instituciones políticas que los sostienen. En particular, la crisis en China, donde como sabemos surgió el virus en primer lugar, enseña que un régimen totalitario y obnubilado por el afán de controlar a la sociedad, puede ser también sacudido por un intimidante desafío, que luce como una alerta, un aviso, una admonición.

De pronto, en Europa por ejemplo, las aspiraciones sobre fronteras abiertas empiezan a estremecerse, y las tensiones y defensas psicológicas enraizadas en nuestro prolongado pasado tribal emergen a la superficie, vulnerando mediante vetustas pulsiones los mitos contemporáneos. Y todo esto podría ser solo el principio de un complejo proceso, que con maestría describieron en sus libros autores como Daniel Defoe (Diario del año de la peste) y Albert Camus (La peste), un proceso que seguramente sacará a flote las peores miserias y la más elevada nobleza de nuestra condición humana.


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