Ilustración: Rogelio Chovet

El día en que vendió la exclusiva de su repentino embarazo, nadie le creyó. Ya estaban acostumbrados: si María del Mar negociaba una de sus intimidades (su cita «secreta» con el Ministro en la habitación #304 con vista a la bahía; su chapuzón topless en la islita “y que” desierta, pero atestada de paparazzi; la bofetada notoria de la Señora Esposa del Ministro a su llegada al aeropuerto) era porque estaba cortísima de dinero.

Nadie tomó en serio lo de su gravidez y muchos afirmaron: «Dentro de un par de semanas vende lo de una supuesta pérdida. Esquiando en Suiza, cabalgando en Kentucky, windsurfeando en Puerto Rico. Perderá a esa criatura ficticia que tantas revistas vendió. ¿Esta vez cuánto le pagarán?».

Pero María del Mar sí estaba encinta. Del Ministro no era, ya ella había ovulado… ¿o sería que estaba retrasada?… o… ¿cómo cuándo fue que fue?… ¡Qué difícil era llevar esas cuentas! ¡Qué lío con la matemática y esa cosa tan poco glamorosa que es… bueno, eso ahí que a una le da cada veintiocho días masomenos! Seguro que era del Ex Guardaespaldas de la Princesa, o quizá del Torero Retirado, o a lo mejor del Gigoló de Turno (el que salió desnudo en todas las portadas y le robó completico el show y la  protagonización ¡y eso sí es verdad que no se le hace a una dama!). De uno de esos era… al menos que… aquella noche en el velero en pleno mar Mediterráneo, después de los Rubi Rose (pero en vez de vodka con jugo de toronja y una cucharadita de agua de rosas, la misma vodka con jugo de arándanos y un toque de lima) y la guitarrita esa llamada bouzouki y el backgammon (que no hay quien lo entienda, pero que es tan jet set y tal). La verdad es que habían sido demasiados cocteles y una exageración de pastillas contra el mareo y, bueno, ¿qué quieren que les diga?… ahí estaba ese Marinero Griego con un zarcillo de oro. Imperdonable ese Marinero Griego. Al día siguiente, cuando atracaron en El Pireo, él la vio más allá del recuerdo y el arete de corsario le brilló. ¡Tiiin! A ella no se le había olvidado ese destellito.

En el momento en que la barriga de María del Mar fue algo incuestionable (y desconcertante, pues a sus admiradores les costaba trabajo reconocer a su sex symbol tan repleta de líquido amniótico), ella le subió la tarifa a sus exclusivas y la prensa hizo el seguimiento minuto a segundo: los ecosonogramas borroneaditos; los bostezos y náuseas; las declaraciones del Ginecólogo Vasco con el bigote recién pintado; la confidencia de la Enfermera Andaluza: «María del Mar tiene celulitis» (¡Qué gran titular! ¡Cómo se vendió ese número!); el resentimiento de la Futura Abuela, doña Sonsoles del Pilar, porque «¡Vamos, es que no me dejáis hacer de nada!” (sic);  las aceitunas remojadas en crema catalana y otros antojitos como los chipirones rellenos de turrón de Jijona o los churros con bacalao. Pero había más: el centerfold tan lleno de pezones y redondeces; el escándalo de la paternidad del Ministro y su ulterior confesión desgarradora: «Yo, hace un año, me hice la vasectomía» (¡Y la edición se agotó!); las fotos comprometedoras de Panagiotis Tsantilas, el Marinero Ateniense, y María del Mar explayada en la litera de su camarote (y tuvieron que hacer un segundo tiraje seguido de un tercero); los desmentidos y diretes y la cadena infinita de chismes, y finalmente la noticia: «¡Anuncia la Cigüeña: será una Niña!».

Sus fanáticos querían ponerle nombre. Organizaron concursos, rifas, bingos bailables, romerías, ferias, tomatinas, fallas y novilladas sin caballos. Hubo cartas al editor, emails al periódico y a las revistas, llamadas telefónicas, encuestas y votaciones en los mercados. Varios meses después, María del Mar declaró: «Ya es un hecho: mi Nenita se llamará Rosaleda por consenso popular».

Y nació Rosaleda: 3 kilos. Coloradita, perfecta, diez deditos en las manos, diez deditos en los pies. Un buclecito negro, que ahí mismo se le cayó. Ojos azules, luego, marrones. El Ministro respiró aliviado, a él no se parecía… ¿¡para qué tuvo que salir a contar lo de su vasectomía!? Ahora era pura guasa en el ministerio y en todas partes. «¡Hala, venga, ¿qué tal os va en casa, Podaíto!?», le había aflojado el mismísimo Señor Presidente del Gobierno en plena Sesión Extraordinaria de las Cortes Generales. «Podaíto».  Ja-ja. Su Señora Esposa no se reía. Ella prosiguió con la demanda de divorcio. (La ganó).

Y la argolla dorada del Marinero siguió brillando entre Mykonos y Rodas.

Pero las cámaras estaban con Rosaleda: desde su veloz aparición en la sala de parto hasta el retén; de allí a su cuarto lleno de rositas; y que si los ramos y los globos y los peluches; y las visitas de gente muy famosa y la tuna que vino y le cantó: Clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón. Hoy te traigo clavelitos colorados igual que un fresón. ¡Qué barbaridad!  ¡María del Mar no podía creer la suma de dinero que valían estas novedades! ¡Jjjoooder, haberlo sabido antes!

Lactancia fotográfica. Buchito también. Cambio de pañales limpios (¡no faltaba más!) documentado gráficamente para la posteridad. Primer baño, primera sonrisa, primer gugú, primeros gateos y pasitos. “Rosaleda, la Nena del Flash” (por fortuna ese epíteto decorativo no trascendió).

Y Rosaleda creció compartiendo todo con todos: bautizo florido; llegada al jardín de infancia con una rosa bordada en el uniformito; rubeola indiscreta; diente volado gracias a una patada no intencional del compañerito Cayetano; Primera Comunión en donde no levitó pese a los cuentos y pronósticos de las monjitas que la prepararon (y es que las religiosas de la formación católica del colegio Santa María de los Rosales eran un tanto nerviosillas y exaltadas). Supuestamente iba a sentir un arrobamiento, un frío en el alma, una pérdida de respiración, un éxtasis, pero no, no sintió nada de eso. La hostia sabía a oblea rancia, pero no se lo dijo a nadie. Una figura pública, por poquitos años que tenga, debe saber qué decir y qué callar. Primeros zapatos de tacón; jueguito inaugural de ropa interior «¡Uy, madre mía, pero qué sexy!»; Froilán, el primer novio y manitos trituradas por la pasión; Borja, el segundo novio y primer beso… y primera depresión de su mamá (ya la María del Mar de siempre no era «La Novia de los Rotativos», ahora era: “La Madre de…”); graduación con calificaciones regulares y qué importa; año en París para perfeccionar el francés;  el profesor de esgrima: Louis-Armand Leroy, escapada a Normandía en plan didáctico-histórico-cultural y pérdida de la virginidad (¡¡¡Record de ventas!!!) y segunda gran depresión de su mamá (ese número no se agotó).

De haber sabido que la primicia de su compromiso inesperado —con uno ahí, madrileño él, con el pelo empegostado y sin afeitar, de lo más picaflor, bastante tonto del culo y desaprobado por la mayoría— iba a llevar a su madre, a “La Futura Suegra de…”, a un intento fallido de suicidio (sin reporteros, ni testigos, sin ni siquiera la camarita de un celular y nadie, absolutamente nadie, que pagara por esa noticia) Rosaleda hubiera hecho las cosas de otra manera.

Ahora estaba lloviendo y su vida se deshacía como si fuera papel.

@carolinaespada


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