La edición 25 de la conferencia sobre cambio climático de las Naciones Unidas, que se celebrará en breve en Madrid, intentará reglamentar o clarificar aún más los “pasos” que se deben dar para cumplir, finalmente, el mandato del llamado Acuerdo de París.

Recordemos un poco la cita parisina que es vinculante y obliga a los estados firmantes a tener planes concretos para “reducir el aumento de la temperatura en un máximo de dos grados respecto a los niveles preindustriales”. Teóricamente se estableció así, pero en la práctica desde 2015 –fecha del acuerdo parisino- no se logró llegar a la meta. Por eso ahora en COP 25 se debatirán y aprobarán nuevos procedimientos referidos a “sistemas de comercio e intercambio de emisiones” además que otros países se comprometan a revisar sus planes en reducción de emisiones de C02 (dióxido de carbono). Las ciudades van a desempeñar rol principal en ésta agenda global los próximos años.

Coincido, plenamente, con el secretario general de Naciones Unidas: en ésta década serán “las ciudades donde en gran parte se ganará o perderá la batalla climática”, en el marco de la lucha global contra el cambio climático.

Para el año 2050 siete de cada diez personas vivirán en zonas urbanas en países en desarrollo. De manera que conceptos como planificación urbana, eficiencia energética, sosteniblidad, manejo de residuos y sistemas de transporte eficiente deben ser consensuados, reglamentados y modernizados permanentemente para tratar de acercanos a las metas del Acuerdo de París. La tecnología y los gobiernos democráticos y participativos son vitales para construir éste nuevo escenario.

El mundo está comprometido a que sus ciudades principales (grandes conglomerados con altos volúmenes de población) reduzcan su “enorme huella climática”, siendo más eficientes en el uso de energía –dado que más de dos tercios a nivel mundial de la energía se consume en ciudades en forma de electricidad vía carbón y gas– siendo, entonces, las ciudades “responsables” del 70% de las emisiones mundiales de CO2.

Por ello es vital escuchar qué tipo de innovaciones tecnológicas y avances existen para renovar la industria de la construcción, para mejorar la vivienda, nuevos modelos de eficiencia energética, generación de energía y transporte pero respetando siempre que los costos de implementar éstos nuevos paradigmas no sean superiores a los actuales, respetando de no generar brechas de desempleo muy altas y tratando de que la transición de fósiles (petróleo a gas y a renovables) sea amable y sin generar desórdenes en las economías de los estados.

La viabilidad de las comunidades humanas evitando llegar a una emergencia climática pasa por ser equilibrados en las propuestas. Es un hecho irrefutable que: no podemos deshacernos del petróleo hoy. Ni del gas. Ni podemos depender de renovables 100%. Es un proceso. Una transición que tomará tiempo y mejores condiciones tecnológicas. Urge seguir mejorando la tecnología. Cuanto mejor sea la tecnología esa transición será menos costosa.

El objetivo de reducir las emisiones de CO2 al menos en 45% para 2030 es un reto muy ambicioso. Ojalá se pueda cumplir. Dependerá de las condiciones políticas, económicas y de tecnología que apuren la “transición” que hemos estado comentando.

El primer paso es reducir la “adicción” al carbón de China y muchos países del Asia, que consideran al carbón como elemento central de generación eléctrica por los costos. Un mix entre renovables, gas y petróleo debe atacar esa “adicción” como primer paso a lograr energía más barata, de mayor acceso y de menor contaminación. Europa dio el paso de ir eliminando paulatinamente el carbón del mix energético.

Por ello urge armonizar planes nacionales, estatales, municipales para construir modelos de transición energética, de eficiencia y lograr ciudades más sostenibles, de consumo eficiente de energía, de tratamiento sostenible de residuos, de uso de transporte alternativo y masivo y principalmente de fuerte regulación de estímulo a inversiones privadas y públicas en renovables.


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