Por Equipo editorial 

Lo que está sucediendo con la educación en Venezuela es algo que no tiene precedentes en términos de (auto)destrucción de la sociedad.

No solo es ver las escuelas, liceos y universidades bajo dependencia del Estado convertidas en espacios que por su apariencia física parecieran ser parte de los ataques que el genocida Putin ha levantado contra Ucrania, como la dramática situación que vive la Universidad de Oriente [1] en su núcleo de Sucre en Cumaná. O ver el cómo aunque se haya retomado el supuesto escenario presencial de actividades educativas, es decir, el retorno de clases, la verdad es que a lo sumo los estudiantes que «asisten» a tales instituciones, lo hacen por uno o dos días a la semana, porque además que se carecen de servicios públicos indispensables como el agua – máxime en tiempos de covid-19, no hay personal docente para el 100% de las actividades (extra)curriculares, en virtud que una parte importante de ellos, motivado por las pésimas condiciones salariales y sociales  destruidas por Nicolás Maduro y sus artífices ministros, muchos de ellos han abandonado sus funciones, o bien porque emigraron, o porque realizan cualquier tipo de actividad que les permita sobrevivir, porque el salario mensual de unos 10 dólares, apenas si cubre parte del traslado (pasaje), desde sus sitios de residencia hasta los, «centros de educación».

Venezuela vive un enorme grado de atraso en las ciencias de la educación. Nuestros currículos y profesiones universitarias parecieran que se quedaron ancladas en el siglo XX. No hay actualización de ningún pensum en términos de la avasallante tecnología, lo que ha multiplicado de manera anárquica por parte de «instituciones», muchas de ellas desconocidas, la oferta de «diplomados» sin un órgano de supervisión académica, lo cual termina convirtiéndose en una estafa porque tales cursos ni siquiera tienen una estructura de validez y menos de vigencia y legalidad ante otras instancias societarias, nacionales e internacionales.

Igualmente, el régimen de Nicolás Maduro manteniendo un excesivo centralismo, ha obligado a que un director o directora para tener una tiza, cloro o papel higiénico deba enviar una carta al degradado «ministerio de educación» y cuyas misivas sólo son archivadas sin respuestas en el despacho de la jefa ministerial, quien por cierto en una ocasión, y cumpliendo funciones de gobernadora, ante el reclamo magisterial por los ingresos de mengua que recibían los responsables del procesos pedagógico, emplazó a los docentes para que se fueran a «vender plátanos» ante lo que reconoce es la depauperación del trabajo educativo en el país.

La degradación de la educación se comprueba con estudiantes que con los efectos de la crisis que se originó por la pandemia, se agudizaron las debilidades de lectura y escritura, razonamiento matemático, y conocimientos básicos de geografía e historia. Nuestros estudiantes y también docentes carecen de las herramientas básicas para generar sobre ambos aprendizajes y conocimientos que trasciendan un aula, o una «red social» en términos de consolidación de una ciudadanía apta para enfrentar los retos que exige el futuro, no sólo en condiciones económicas, sino también sociales que forjen un equilibrio de valores e intereses comunes por sentidos de identidad nacional, idiosincrasia y derechos humanos dentro de un contexto democrático.

Todo lo narrado, prácticamente ha desaparecido de la sociedad venezolana. Vivimos una preocupante faceta histórica del «sálvese quien pueda», incluso por debajo de sentimientos de solidaridad de países en guerra como Ucrania, porque mientras vemos allí el cómo la sociedad se une en términos de defensa ante el invasor, la naturaleza del egoísmo y el resquebrajamiento del tejido social es lo que fundamenta una forma de vida en los venezolanos, más allá de cualquier hecho circunstancial que demuestre alguna unión de lucha, o favor por quienes han sido golpeados por una interminable crisis.

La educación se ha convertido en un privilegio. Pareciera que sólo quienes puedan pagarla son los llamados al centro del saber. No podremos levantar a Venezuela de una crisis si la educación se convierte en la primera gran diferencia social. Ver niños deambulando por las calles y avenidas en búsqueda de un mendrugo, en vez de tener alimentos en los planteles que fortalezcan el proceso pedagógico hace de la educación venezolana un contraste de cimas y simas entre quienes pueden ser educados y aquellos que han sido (auto)excluidos por el hambre, la miseria y la pobreza.

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