A veces, el documental cinematográfico no muestra en imagen lo que el filme intenta expresar en profusión visual y podrían ser justamente esas imágenes nunca vistas las más poderosas, las que más conmueven y revelan la verdad que el documental está ofreciendo de manera magistral. Me refiero al largometraje documental titulado: CAP inédito: conversaciones desde la soledad, 2022, de Carlos Oteyza, producido por  Siboney Films y un equipo creativo y técnico de primer orden. Un filme conmovedor porque muestra al presidente Pérez no vestido con traje de autoridad y dueño de una verdad política incontrovertible sino al Carlos Andrés más parecido a mí, es decir, al compatriota sentado a mi mesa, conversando conmigo, vestido con palabras civiles, respondiendo con sinceridad y sin verse obligado a alzar los brazos victoriosos del político en acción, saltando charcos apoyado por una multitud alborozada. La  imagen de un ser humano traicionado por algunos de sus más cercanos colaboradores por su negativa a revelar el secreto que envuelve a la famosa «partida secreta» y unas no menos cuestionadas cuentas mancomunadas con su nueva pareja sentimental, pero sin mostrar odio ni rencor alguno. Fue condenado a sufrir casa por cárcel y al pagar la condena lo vimos mi mujer Belén y yo sentado en el Teresa Carreño sin que nadie se le acercara, solo le faltaba la campanita que anunciaba la presencia del leproso no en la Edad Media sino en la actual venezolana. Fuimos a  saludarlo a pesar de no ser santo perfecto de nuestra parroquia. «¡Presidente, usted es un héroe civil! Pudo haberse ido del país y sin embargo permaneció en él. ¡Mi mujer y yo nos sentimos muy orgullosos de usted!». Nos miró y por momentos fue el personaje que Oteyza nos devolvió en su glorioso largometraje: un ser amable, espontáneo y familiar, siguiendo su propio impulso y nos agradeció el gesto, pero de inmediato ocupó el lugar el político de los brazos eufóricos, precisamente el ser que no nos gustaba porque es otro: «Mis enemigos políticos decidieron armar una conspiración…», nos apresuramos a estrecharle la mano y dejamos allí al mandatario que durante breves segundos había cambiado de traje y asumido el eco de las palabras que recorren los pasillos de Miraflores.

El espectador al visionar el documental siente que hay en él sensibilidad y amorosa mirada y más si conoce lo que afirma su ficha técnica que «nos acerca a la humanidad de Pérez en los días en que la historia parece abandonarlo; tiempos en los que analiza la crítica situación que vive la democracia a finales de la década de los noventa. La película es también el testimonio de un hombre preso en su casa en Caracas, que busca su libertad mediante una campaña electoral para la Senaduría en 1998.

Quienes se ensañaron con él amañaron un nuevo proceso penal. Fue cuando en aras de una absurda e inexistente supraconstitucionalidad en este mismo año se inicia en su contra un nuevo proceso penal y se le dicta auto de detención por las cuentas mancomunadas con Cecilia Matos, pese a haber cumplido una condena de 2 años y 4 meses entre 1993 y 1996».

Lo que no aparece en el filme lo dice el jefe de seguridad de Carlos Andrés: en San Cristóbal, el defenestrado presidente se acerca en su automóvil para saludar a unos jóvenes que tomaban cerveza al borde de la carretera. Y al bajar el vidrio del auto, inesperadamente uno de los muchachos le tira la cerveza en la cara. Nunca supe de este agravio, pero doy por sentado que con él se inicia la feroz erosión chavista que no termina de arruinarnos. De la misma manera puede el espectador de este largo documental comparar la intensidad de las distintas aclamaciones que animan tanto a Pérez como a Chávez. En una, hay afecto y alegría; en la otra, odio y violencia desatada.

Y pasa Carlos Andrés ante nuestros ojos moviéndose en su vida íntima y personal, respondiendo con serena amabilidad las preguntas que se le hacen, conversando por teléfono, mostrando todo el tiempo sagacidad y clara horizontalidad de pensamiento, como si caminara junto a mí ajustando sus pasos a los míos

Y uno termina gritando que un hombre así no merecía la muerte política que le tocó padecer.


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