El coronavirus llegó inesperadamente al mundo y a Venezuela particularmente en el momento más difícil de su historia republicana, inmersa en una crisis humanitaria-sanitaria compleja causada por la usurpación; la cual carece de todo punto de sustentación salvo las bayonetas en manos de un alto mando degenerado en guardia pretoriana del dictador.

El estado de alarma ha servido al régimen forajido para un control soñado de la población, le ha permitido avanzar en el autoritarismo y la restricción de las libertades. Se ha desatado la “furia bolivariana” contra cualquier asomo de protesta social; se ha traducido en mayores niveles de censura y la imposición del silencio frente a la narrativa oficial contraria a la verdad y la vida misma.

Según el director del Programa Mundial de Alimentos se cierne sobre el país una hambruna de proporciones bíblicas, ya se sabe de gente muriendo de hambre y no hablemos del crimen constituido por el patético cuadro de la desnutrición infantil; estamos rozando una caída de 70% en el consumo de alimentos, esto es una monstruosidad.

El nivel de daño infligido a la economía es letal, Venezuela ha perdido dos terceras partes de su producto interno bruto, más de 70% del PIB. Se estima una caída para este año de 25 puntos. Todos los sectores de la actividad económica desde la producción más elemental de bienes y servicios hasta la extracción de petróleo, están sufriendo problemas en términos de su capacidad para producir.

Evidenciamos una destrucción paulatina del bolívar como institución social, no es medio de cambio, no es patrón contable y no es reservorio de valor; porque ciertamente el precio de la moneda dólar lo ha demolido estructuralmente en su forma de bolívar fuerte y en su condición de bolívar soberano. El bolívar queda anclado a una moneda inexistente que es el petro y pierde todas sus cualidades monetarias.

En el momento que ocurre la reconversión monetaria, toda la administración pública queda sumida en la más absoluta de las miserias.

Los profesores universitarios en su mayor rango académico que es profesor titular, y en la mayor de las dedicaciones que es la exclusiva, ganan menos de 4 dólares y con el ajuste salarial llegan por escala a 8 dólares. Es absolutamente miserable lo que percibe un profesor universitario en Venezuela; frente a los controles de precios no pueden con el salario devengado comprar un kilo de leche en polvo, porque supera la remuneración salarial.

En Venezuela se ha llegado a la precarización del salario; en términos de las relaciones laborales se llama desalarización del salario que entraña la destrucción del trabajo como institución social.

Resulta innecesario acudir al trabajo en un país donde los gastos por el simple hecho de acudir a trabajar superan las remuneraciones percibidas, constituyendo un acto absolutamente antieconómico.

Frente a este cuadro el equipo de Maduro sigue inyectando, ni siquiera imprime, masa monetaria desordenada para poder financiar su batería de bonos que en valor per cápita no supera los 2 dólares, pero que su efecto consolidado tiene características demoledoras no solamente sobre la estructura inflacionaria de la república sino sobre la realidad del tipo de cambio. Continúa existiendo una presión en la pulverización del tipo de cambio.

En el mes de abril tuvimos una inflación de 80%, lo cual llevaría a 4.200% la inflación anualizada. Dentro de ese esquema solamente es la miseria la que medra en los diferentes sectores, particularmente en el de la tercera edad, los pensionados y jubilados, un sector muy vulnerable, porque no está siquiera bancarizado de forma eficiente, y la mayoría no posee tarjetas de débito ni mecanismos electrónicos de pagos, que permitan un proceso de transacciones para esa capa de la población de manera más fluida.

Solo un cambio radical de rumbo político, previo el cese de la usurpación, permitirá actuar en pro de los ciudadanos; los asuntos venezolanos los resolveríamos entre nosotros por la vía electoral, manifestación directa de la soberanía popular, pero ha sido confiscada.

La lógica del régimen es la violencia a contrapelo de la lógica del poder en democracia. Frente a esto qué hacer: organizarnos contra la ignominia como un solo hombre y seguir demandando la ayuda internacional para restablecer el orden constitucional roto.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!


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