1.     Enero a diciembre de 2019 describe un contraste brutal: de la esperanza a la decepción. A comienzos de año un joven casi desconocido representó la ilusión de la mayor parte del país. Elegido presidente de la Asamblea Nacional porque “le tocaba” a su partido y otros aspirantes estaban impedidos o descartados, se convirtió en una figura de resonancia mundial. Se juramentó como presidente encargado, contra la opinión de la mayoría de los partidos que controlan la AN, recibió el apoyo nacional y también de decenas de países.

2.     Entonces lanzó el grito de guerra “cese de la usurpación”, destinado a derrumbar el régimen de Maduro. Los ciudadanos preparaban su llegada al territorio donde todo iba a ser posible y las penas pasadas se convertirían en esfuerzo transformador. Hoy se experimenta un duro contraste. Se pasó del heroico “cese de la usurpación” a la melancólica afirmación: “Tengo los votos para la reelección”. Aquello le importaba al país entero, esto último concreta una desvaída victoria burocrática que conllevaría un discurso “radical” en el cual Guaidó se independizaría del control que ejerce la AN sobre él y también se “liberaría” del control de su propio partido. Si es que el régimen no da un zarpazo…

3.     Esa caída en barrena se explica por una serie de errores que van desde la arrogancia aquella de la entrada “sí o sí” de la ayuda humanitaria, el manejo del tema de los bonos 2020, la mamarrachada del 30 de abril en la cual se iba a tumbar el chavismo ¡con los chavistas más criminales! Y luego los tóxicos diálogos de Noruega y Barbados. Operaciones todas hechas desde la arrogancia del que dice “tengo el apoyo de más de 50 países”, que era como decir “tengo en el bolsillo a la comunidad internacional”; situación ahora licuada con la sola y notable excepción de los funcionarios más relacionados con la causa venezolana en el gobierno de Estados Unidos. El resto entre enfriados y escépticos, algunos inventando la versión vigésima del diálogo.

4.     2020 se inicia mal para la causa democrática, lo cual no excluye las sorpresas que son lo único previsible en medio del caos. Las fuerzas democráticas están disgregadas, los partidos disminuidos y la mayoría de estos sometidos a vendavales internos. La diáspora política es un fenómeno peculiar que ha actuado como fuerza centrífuga sobre los partidos, al lado de decepciones, maniobras y devastaciones en las estructuras que ya eran precarias desde hace años.

5.     Lo que ha crecido, sobre todo este año, es la franja de los que no están alineados ni con el régimen ni con la estructura dominante en la AN. No son indiferentes sino descreídos; no son antipolíticos sino ultrapolíticos, su radicalidad los lleva a preferir, ansiar, buscar, otra forma de hacer política. Resolver cómo debe ser la representación de este sector es resolver el acertijo de la Venezuela de hoy.


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