La premisa es sencilla y es como las dos caras de una moneda: todo lo que colabore con el continuismo de la hegemonía es perjudicial para el país; y todo lo que contribuya a superar la hegemonía es positivo para la nación.

Ni más ni menos. No es complicado de enunciar, pero la mala experiencia de estos años de mengua demuestra que es muy difícil de asimilar y todavía más de poner en práctica.

¿Por qué? Una pregunta que tiene varias respuestas, y casi todas son ominosas. Aparte de los mandoneros de la hegemonía, para quienes el continuismo es vital; hay grupos políticos para quienes es confortable. En lo político y patrimonial. No están interesados en un cambio verdadero, aunque de cuando en vez lo digan.

Otros se aferran a una estrategia votacional, que no ha causado problemas graves al continuismo. Al contrario, le ha ido dando cuerda para quedarse en el poder.

Algunos confunden la aspiración de cambio efectivo con un ánimo de violencia extremista. Semejante consideración es inaceptable y la propia Constitución formalmente vigente así lo explaya.

Habría una realidad muy distinta, si la mencionada premisa fuera el fundamento de la lucha política y social para reconstruir a Venezuela. Y estamos a tiempo.


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