1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 10. Es la secuencia de números que nos sugiere cualquier terapeuta, para conciliar la calma y el sosiego. Una vez llegada a la meta, empezamos de nuevo, pero esta vez, contando al revés, 10, 9, 9, 7, 6, 5, 4, 3, 2 y 1, inhalamos y exhalamos. Tratamos de concentrarnos, para alejar nuestra atención y pensamientos de la realidad que vivimos. Nos acostamos, acordando mirar a ninguna parte, en búsqueda de ese punto de equilibrio y volvemos a contar, al derecho y al revés, a ver si logramos alcanzar la tranquilidad que necesita nuestra alma.

Lo volvemos a intentar, contamos de forma progresiva hasta 10. Pero no logramos pasar de 3, porque todas las situaciones que producen estrés, vuelven a nuestra memoria. Cuando voy por el número 1, pienso que tengo la nevera vacía, que los niños no tienen nada de comer y el sueldo que gano no llega ni para comprar 1 kilo de queso.

Nada, comienzo desde el principio. Me concentro nuevamente, ahora sí voy a poder llegar hasta 10. 1, 2 y…caramba, el carro no tiene gasolina y para poder surtirlo, tengo que hacer una cola de dos días, lo necesito para desplazarme porque el Metro no funciona bien y el transporte público se ha convertido en camastrones con ruedas. Dios, llegué hasta 2, voy de nuevo.

Hay que concentrarse, elimina de la cabeza todos los pensamientos negativos, vamos, comencemos de nuevo. 1, 2, 3, 4… allí vamos otra vez. ¿Qué pasó con el cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres?  Ha pasado el tiempo y la posible salida, se ha convertido en una meta inalcanzable. Muchos vieron con simpatía, el surgimiento del liderazgo de Juan Guaidó, como una posible alternativa de cambio en el país. Había en el ambiente aires de esperanza, ya que se había logrado el reconocimiento del presidente interino, por parte de medio centenar de países. Volvió el ánimo y la ilusión en la sociedad, volvieron las marchas y las concentraciones multitudinarias, volvieron los discursos esperanzadores para un nuevo futuro. Pero, nunca falta un pero, el cese de la usurpación no llegaba, más bien el chavismo ganaba terreno y se consolidaba sobre la desgracia de los venezolanos. Y llegó el 30 de abril de 2019, donde todo se convirtió en buche y plumas, porque lo que prevaleció en ese momento histórico, fueron dos factores. El primero, el interés individual sobre el colectivo y el segundo, el cambio de residencia de un inquilino que pasó de Los Palos Grandes al Country Club, en Caracas.

Lo sabía, me volví a desconcentrar, voy de nuevo, esta vez lo lograré. Miraré en el horizonte, hacia un punto neutro. Alejaré los pensamientos, me dejaré llevar por la lontananza, observaré fijamente hacia la nada, comienzo a contar: 1, 2, 3, 4, 5… Estoy preocupado por el coronavirus. La pandemia puede contagiar a muchos, por las deficiencias sanitarias en que viven gran parte de nuestros compatriotas. Situaciones de insalubridad, por la falta de agua. Mosquitos y plagas pululan en las zonas populares, debido a que la recolección de la basura es deficiente, provocando que se amontonen desperdicios, absorbiendo el calor y lluvia, en el cual todos esos conglomerados de desechos se convierten en un caldo de cultivo para cualquier tipo de alimañas, bichos, virus y bacterias, que pueden convertirse en agentes de transmisión de cualquier enfermedad.

Las autoridades han impuesto la cuarentena, pero, de nuevo volvemos al pero, ¿qué venezolano puede guardar un confinamiento si el dinero no le alcanza para comprar alimentos que pueda almacenar y muchos viven del día a día? Son eufemismos de la revolución. El régimen alerta que los ciudadanos deben guardar una distancia de metro y medio. ¿En los trenes del Metro? ¿En los autobuses? A menos que adquiramos la facultad de volar por separado, la estructura urbanística en Venezuela ha colapsado, por ende, vivimos amuñuñados, donde es imposible estar lejos de otro cristiano a menos de 50 centímetros. Como colofón, es obligatorio el uso de las mascarillas, pero en las farmacias no hay y las que se consiguen te las venden en dólares. En pocas palabras o el venezolano come o se tapa la boca para no comer.

Respiro, trato de nuevo de alejar conceptos negativos. Me debo concentrar, tengo que llegar a contar hasta 10, pero antes de comenzar a enumerar de nuevo, no puedo dejar de pensar en el sistema hospitalario. Los centros de salud, muchos están en condiciones de casi abandono, se le suma, además, la falta de personal calificado, porque muchos profesionales sanitarios han migrado. Hasta los médicos cubanos han huido del país, porque se han dado cuenta que en Venezuela viven peor que en Cuba.

Voy de nuevo. Medito, comencemos a contar, para lograr la paz interior. Hay que sacudir la mala vibra. Por mí, por mi casa, por lo que sea, fuera los malos pensamientos. Vamos, dame el 1, luego el 2, viene el 3, ahora el 4, le sigue el 5, un poco más, 6… Que vaina, un dólar se cotiza a 200 mil bolívares. Ahora, oficialmente gano menos de dos dólares americanos al mes. Nuevamente todos los productos, sean alimentos, bebidas, vestidos, calzados, medicinas, etc., darán un salto al infinito y más allá, que ni siquiera con la determinación de Buzz Lightyear y su indomable voluntad, se podrá alcanzar la compra de los artículos de la cesta básica. No hay bono que otorgue el gobierno a través del carnet de la patria, que pueda paliar la hiperinflación, no hay bolsa de comida que pueda apaciguar el hambre de los venezolanos. Pero en algo estamos claros en Venezuela, cobramos sueldos de un país tercermundista, pero tenemos precios de los diferentes productos como en Dubai.

Otra vez vuelve el perro arrepentido, tratando de relajarme. Comienzo a soñar despierto y creo situaciones fantasiosas. Me sumerjo en aquella Venezuela de los años 70 y 80 del siglo pasado. En el cual éramos felices y no lo sabíamos. Donde se premiaba el esfuerzo, la dedicación y el mérito. En que la movilidad social permitía alcanzar metas soñadas. Pero, coño, de nuevo el pero. Despierto de pronto, para concentrarme para volver a contar y alcanzar hasta el 10, como meta para lograr la relajación tan deseada. Voy, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7… qué vaina, casi lo logro; sin embargo, una angustia se apodera de todo mi ser. La escasez de medicamentos produce un malestar que me sube por el estómago, pasa por el esófago y llega a mis cuerdas vocales, bajo una expresión ineludible e inexorable, pero me contengo, ya que, a pesar de vivir en una supuesta democracia, cualquier cosa que diga que desfavorezca a la revolución puede ser usado en mi contra, por lo tanto, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice. No puedo dejar de pensar en las medicinas que necesito para vivir y que no encuentro en ninguna farmacia de la ciudad. Trazo en mi mente un plan estratégico, para poder desplazarme a pie, ya que el carro está seco de gasolina. Tengo que llamar a mis amigos que viven en otros sectores de la ciudad, para que se solidaricen conmigo en mi búsqueda implacable de medicamentos. Diseño en mi cabeza todo un mapa de recorridos, con sus respectivos responsables, a ver, si por casualidad, se puedan encontrar esos fármacos que faciliten mi existencia. Me tengo que calmar, inhala, exhala. Pensamientos positivos. Esto no durará para siempre, pero la incógnita es ¿cuándo se acaba esta pesadilla revolucionaria?

Inicio de nuevo mirando hacia la nada, contemplando el vacío, para tratar de comenzar de nuevo ese conteo que me permita relajarme. Pero no importa las veces que lo intente, mi realidad nunca me dejará llegar a 10. El estrés, la angustia, el miedo, la zozobra y la incertidumbre, es el pan de cada día. Podemos engañarnos con alguna distracción, pero hasta Directv se fue del país y en cualquier momento hasta el servicio de Internet huirá.

En fin, trataré de nuevo contar, pero al revés, a ver si de mi boca podrá salir ese número 10 que pueda relajarme y darme esa paz que necesitamos todos para sobrevivir a esta realidad. Voy, 10, 9, 8… toño el amable, ahora se fue la luz.


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