Las dictaduras de hoy son muy distintas a las del pasado. Como la ciencia política ya ha venido explicando, hoy en día, los dictadores sí buscan incrementar su credibilidad y legitimidad nacional e internacional. Ya no dan autogolpes sin sustentos legales, no prohíben partidos sin una argumentación jurídica, no cierran por la fuerza los canales de comunicación. Por el contrario, pretenden dar una fachada democrática al desmantelamiento de la misma. ¿Por qué? Porque el mundo de hoy también es muy distinto al de ayer.

Hoy hay cientos de organizaciones e instituciones internacionales que monitorean el desarrollo democrático de los países, como por ejemplo las Naciones Unidas o la OEA, pero también ONG como Human Rights Watch, Amnesty International, Transparencia Internacional, entre muchas otras. Igualmente, existen mecanismos de observación a nivel nacional. En nuestro caso, Cepaz, Acción Solidaria, Provea, Foro Penal, organizaciones estudiantiles, las universidades, entre muchos otros, han luchado incansablemente por visibilizar los atropellos y las atrocidades cometidas por el régimen de Chávez y Maduro. Esto no es menor cosa. Aun cuando sentimos que esta labor puede ser insuficiente o innecesaria porque el país se desmorona con cada minuto que pasa, la realidad es otra. Sí tiene mucho sentido registrar, explicar y exponer el sufrimiento de nuestra población una y mil veces por varias razones.

En primer lugar, y aun cuando nos cueste entenderlo, sigue habiendo mucha falta de información en el resto del mundo sobre lo que realmente sucede en Venezuela. Y esto no es casualidad. Una de las herramientas más poderosas del chavismo ha sido la comunicación y el lobby a favor de su proyecto autoritario. A través de canales como Telesur o plataformas digitales continúan desinformando, no solo a los venezolanos, sino también a un sector de la comunidad internacional. Por consecuencia, sigue habiendo un porcentaje importante, sobre todo en la izquierda global, que se rehúsa a solidarizarse con el sufrimiento de nuestra población. En segundo lugar, necesitamos que los organismos multilaterales y todas las organizaciones de derechos humanos en el mundo alcen la voz por nuestra población. Es esencial que no haya ninguna duda, ni sesgo político frente a lo que padece nuestra gente. Mientras más organizaciones se sumen a esta lucha, más credibilidad y fortaleza tendrá nuestra conquista por la democracia.

En tercer lugar, el levantamiento de datos que lleva a cabo la sociedad civil en Venezuela y organizaciones de derechos humanos fuera del país será esencial en la construcción de la memoria colectiva y en la lucha por la justicia, una vez que se produzca la transición. Adicionalmente, la creación de mecanismos especiales para investigar y monitorear las violaciones de derechos humanos en Venezuela por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y las Naciones Unidas también serán esenciales en ese proceso. Los informes y las denuncias de estos actores, que son imparciales y cuentan con legitimidad y dominio de la materia, apoyarán a la población y al nuevo Poder Judicial en su lucha por exponer la verdad y obtener justicia. Precisamente porque el Estado venezolano ha colapsado y está penetrado por factores criminales, de narcotráfico y una profunda corrupción, esta evidencia será la que corrobore lo sucedido durante el chavismo. Para que una transición sea sostenible se requiere justicia y esa justicia, a su vez, debe contar con legitimidad, para lo que requiere de fuentes contundentes. Al contar con el apoyo de estos organismos los venezolanos podremos confiar en que no habrá dudas sobre la veracidad, ni la objetividad en cuanto a las violaciones y los crímenes cometidos por este régimen autoritario.

La reconstrucción del país tomará muchas décadas. Y aquellos que estudiamos procesos de transición sabemos lo difícil que es que una transición lleve a una democratización y luego a la consolidación de la democracia. Es por ello que nos toca valorar desde ya los pequeños y grandes avances que hacemos.

Aun cuando hoy parezca insuficiente la lucha que da la sociedad civil y de los organismos internacionales por construir la evidencia de las violaciones de derechos humanos, tenemos que recordar que esto será esencial cuando se concrete la transición. Y si bien es cierto que no habrá una sanación, ni justicia inmediata para el dolor que sienten las familias al perder sus hijos por falta de insumos médicos, o las adolescentes que son explotadas en el extranjero en provecho de su desespero por sobrevivir, o los miles de venezolanos que hoy son víctimas del reclutamiento forzoso o la xenofobia, tenemos que confiar en que no estamos solos en nuestra lucha por la democracia. La justicia tarda, pero llega. En nuestro caso no será distinto.

 


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