Actualmente el poder en Venezuela está disgregado, casi hasta la atomización.

La legalidad aparece difusa, en algunos ámbitos casi inexistente, la autoridad también se muestra escindida, fragmentada e incontrolable.

La representación internacional del pais es ejercida, por individuos afines a las tendencias político-ideológicas y a los intereses económicos de cada país con el cual nos relacionamos.

Venezuela es un país desgarrado.

El poder del régimen se ha venido degradando y en su expresión básica, el ejercicio de la autoridad, se muestra atomizado a tal punto que parece sostenido, más por el temor y el tácito reconocimiento de la oposición, que por el poder real.

En la práctica, el poder reside de manera aislada, en cada empleado público, en cada oficial, en cada funcionario policial, en cada alcalde o gobernador o en cada banda delictiva posicionada a nivel urbano o rural.

El poder es ejercido individualmente o por grupos de individuos de manera arbitraria sobre cada ciudadano sujeto al entorno inmediato o al ámbito de actuación de dichas individualidades, revestidas de autoridad, real o supuesta.

No existe la función de gobierno como tal, no existe ni se aplican criterios de gobernanza, que favorezcan el interés social o nacional.

Las decisiones que emanan de las instituciones, nadie las sigue, nadie las respeta ni las implementa, nadie las cumple, cada individuo revestido de la capacidad o poder de inspección, vigilancia o control (no de autoridad real), actúa según sus propios intereses, las relaciones jerárquicas han dejado de existir, cuando mucho logran una relación de lealtad personal y complicidad para cohesionar las instituciones.

La autoridad ejercida arbitrariamente, no tiene límites, carece de control y se presta para el chantaje, el soborno y el abuso y termina convirtiéndose en terrorismo.

La autoridad para que sea efectiva, debe estar revestida de legalidad y sujeta a las normas que la definan y regulen sus límites, tal como lo decía Samuel P. Huntington, en su libro El orden político en las sociedades en cambio: “La autoridad tiene que existir para poder limitarla”, su existencia emana de la norma, si la norma no se cumple o se altera su sentido para lograr algún beneficio para quien la aplica, la autoridad se vuelve espuria y atentatoria contra las libertades y los derechos de los ciudadanos quienes terminan convertidos en víctimas.

Retomando al muy cuestionado Huntington, quien define a los países desgarrados como “aquellos que en algún momento han decidido transformar radicalmente su cultura sin tener éxito total”, podemos señalar que el intento de cubanización realizado por el régimen nos convierte en un país desgarrado, según la citada categorización.

El proceso de sometimiento de la población mediante el adoctrinamiento masivo, la conculcación de las libertades, la destrucción del sistema productivo, el empobrecimiento sistemático en lo económico, cultural y moral, el control del Estado en todas las esferas del acontecer humano, el ataque a la religión tradicional de los venezolanos y la promoción de las religiones afrocaribeñas, el empeño en convertirnos en un Estado comunal, obviando la Constitución es parte del esfuerzo que hace el régimen por trasformar nuestra cultura y especialmente nuestros valores democráticos.

Este empeño de aculturización  para imponer el modelo y la idiosincrasia cubana, que han denominado “construcción del socialismo” no ha tenido éxito gracias a la resistencia y la convicción democrática del pueblo venezolano.

Por otro lado, el grupo de poder que actúa en contraposición al régimen, conformado por diferentes tendencias, no termina de definir las bases del antagonismo ni sus posibles coincidencias o niveles de asociación con el régimen, para orientar la transición hacia la democracia.

Los grupos opositores, invierten más tiempo en la confrontación intra-oposición que en los enfrentamientos a las políticas del régimen.

Actualmente están embarcados en una competencia ruinosa que les está llevando a la quiebra generalizada, tanto los más afectos al régimen como los supuestamente radicales, están perdiendo la aceptación popular y hasta su propia militancia, sus dirigentes lucen desgastados y las organizaciones debilitadas.

El concepto de competencia ruinosa en política se manifiesta cuando la oferta de los partidos políticos es tan vacía de contenidos, que hasta sus militantes y su dirigencia media empiezan a abandonar sus filas.

En situaciones de fuertes crisis política, las dirigencias partidistas, expertas en pescar en río revuelto, no logran conciliar sus ambiciones con  los intereses nacionales, generalmente tratan de ganar tiempo mediante ofertas políticas engañosas, generando falsas esperanzas en la colectividad que retrasan la solución a la crisis.

En el caso venezolano, las ofertas de los dos grandes bloques opositores evidencian la “competencia ruinosa”, en que están embarcados, con claras consecuencias negativas para la solución de la compleja situación  nacional.

Tanto las ofertas, de la oposición afecta al gobierno, como las de la otra, falsamente radical, prometen soluciones irreales que facilitan la permanencia del régimen.

El primer bloque auspiciado por el gobierno de Miraflores lleva mucho tiempo alejado del manejo y usufructo del patrimonio del Estado (salvo pocas excepciones), lo que les ha llevado a buscar el acercamiento al régimen mediante el colaboracionismo, el otro bloque, que gracias al apoyo (¿complicidad?) internacional ha podido durante los últimos dos lustros administrar sin ningún control parte del patrimonio público, asume una posición, supuestamente radical, sin arriesgarse a perder el control sobre los activos “protegidos”.

Ambos grupos encontraron en sus diferentes formas de oponerse al régimen su modus vivendi, por eso lanzan sus ofertas políticas engañosas, sin importarles que la competencia ruinosa que promueven no contribuya a lograr la transición hacia la democracia.

Cuando denunciamos como un proceso de aculturación el intento de cubanización de Venezuela, lo señalamos por las radicales diferencias que existen en la sociedad cubana con el resto de Latinoamérica, si bien, a nuestro subcontinente pudiéramos definirlo como el extremo occidente, o sea la cola, de la cultura occidental, con sus bemoles.

La isla es un caso único en el mundo, es una sociedad que supera negativamente las condiciones socioeconómicas del tercer mundo, caracterizada por la extrema pobreza, la ausencia de libertades, donde la propiedad privada no existe en el ideario colectivo, a tal punto que elementos esenciales de la vida civilizada como la vivienda, el vehículo, el trabajo digno, la libertad de tránsito, de movilidad y de radicación (escogencia libre del lugar donde vivir), la posibilidad de salir libremente del país, la libertad de culto y de empresa, no están en las metas de sus pobladores, a lo sumo aspiran a la vivienda compartida, a tener algunos electrodomésticos y a prácticas religiosas ancestrales y a la adoración de dioses como Yemeyá y Shango, a quienes confían sus aspiraciones, que no llegan ni por asomo a las condiciones mínimas de confort de la vida moderna, tanto por la falta de referentes como por el bloqueo de sus ambiciones que produce la resignación a la pobreza.

El pueblo cubano ha sido sometido de tal manera mediante mecanismos perversos, que sus actividades productivas están orientadas a lograr la supervivencia, complementando la tarjeta de racionamiento con los pequeños logros que obtienen del mercado negro o de su proximidad al poder.

Este modelo, someramente descrito, de carácter policial, donde todos son permanentemente vigilados, es el que han tratado de implantar en Venezuela, afortunadamente sin mucho éxito.

Pero… si bien la construcción del socialismo no ha sido exitosa, tampoco la transición democrática ha logrado éxito alguno, lo que nos deja en un país sin rumbo determinado, sin un claro liderazgo y con una dirigencia que parece haber encontrado su modus vivendi, en una falsa confrontación que solo favorece a los bandos en pugna, mientras el país se consume en medio de una crisis humanitaria compleja, cada vez más grave.

Parafraseando al extinto líder adeco, Venezuela permanece sin esperanzas en el limbo retórico que absurdamente definiera Carlos Andrés Pérez: “Ni lo uno ni lo otro, si no, todo lo contrario”.

@wilvelasquez

 


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