La democracia moderna en su largo camino desde las revoluciones liberales de los últimos decenios del siglo XVIII hasta la actualidad ha sido permeada por un debate inacabado sobre su desarrollo , sea desde la visión elitista que intenta imponer sus condiciones desde una perspectiva verticalista, de arriba hacia abajo, frente a los ejes participativos de cariz horizontal, que intentan imponerse desde abajo hacia arriba. Por supuesto que el ideal de la democracia directa es inviable dada la complejidad  de las sociedades modernas, a lo que se une la inevitable funcionalidad, y sus coerciones sistémicas, de las relaciones de imbricación entre el Estado y la sociedad. En resumen, a la altura del actual tiempo histórico, las democracias, jaqueadas como nunca por sus enemigos históricos, las autocracias, a los que se han unido los enemigos surgidos de su seno, que intentan por igual su destrucción, procuran sobrevivir y fortalecerse dentro de un diálogo fecundo  entre el sistema representativo y los mecanismos de participación popular, que deben constituir su aliento permanente, en procura del enriquecimiento del centro político (independientemente de que ese centro pueda escorarse a la izquierda o a la derecha) que impida los excesos de los extremos, un peligro siempre presente para su estabilidad.

Esta muy resumida introducción, que a algunos podrá parecer abstracta y por ende alejada de la realidad, cobra su sentido cuando entramos a debatir la actual situación de la oposición democrática, en lo que se refiere a la elección de su candidato presidencial, entre un sector mayoritario que apuesta a su designación a través de una primaria abierta signada por la participación popular, y un sector minoritario que apuesta por la decisión a través de un consenso de élites.

El camino de las primarias avanza guiado por un grupo sobresaliente de ciudadanos, la comisión organizadora de las primarias, cuyo principal propósito es lograr el objetivo de canalizar con insospechables garantías, la soberana decisión del pueblo en la elección de su candidato presidencial. Se avizoran por delante obstáculos a superar; desde la malévola impronta de la dictadura, que sin duda utilizará todos los recursos que puedan impedir su éxito, hasta sectores encubiertos, que por uno u otro motivo, como ambiciones desmesuradas, rivalidades y envidias  de baja estofa, así como resentimientos ante la posibilidad inminente de su derrota en la confrontación por obtener el voto popular.

La alternativa del consenso de élite es inviable en la actual situación. Hoy no se puede hablar de élites representativas que puedan diseñar un consenso aceptable para la mayoría del pueblo opositor. “Bájense de la nube señores” y despójense de sus mezquindades. No existe (¡cuánto desearía que existiera! ) el Aylwin venezolano. La verdadera y única representatividad surgirá de las primarias como expresión de la voluntad popular, el pueblo soberano, decisor como debe ser en democracia, de nuestro destino político. Cualquier otra alternativa, y es el caso del consenso de élites, es una traición al pueblo, con la añadidura de que nos estamos jugando nada menos que nuestro destino político.


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