Es evidente que la trampa puesta al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, quien al propio tiempo ejerce la presidencia de la República en calidad de encargado, al pretender desconocerlo con esa farsa que supone una “asamblea nacional paralela”, no le funcionó al desgobierno. Y la guinda ha sido la gira internacional exitosa, con broche de oro al ser recibido en Estados Unidos como jefe de Estado, precisamente el 4 de febrero en el Congreso del país del norte y al día siguiente en la Casa Blanca.

Contra todo pronóstico de las voces agoreras que no escatimaron en desembuchar toda clase de vaticinios negativos y enconadas predicciones que presagiaban desprecios y desplantes a nuestro presidente legítimo. Alharacas y aspavientos propios de granujas y muchachos mal portados.

Así como los tiempos de los hechos históricos –y no puede ser de otro modo- los de la política no son los mismos que corren a la par de los relojes más exactos, y mucho menos los deseos más sentidos que podamos llegar a experimentar en nuestros anhelos más íntimos.

Se sabe del apoyo de más de 50 países que lo sostienen, y seguramente sean más los que se adhieran a respaldar a Juan Guaidó, y con ello a una salida democrática en Venezuela.

Si aspiraciones o apetencias hay en el sector de la oposición democrática venezolana, hay también división o fragmentación en el desgobierno (hay grupos y subgrupos) que se han repartido el país, así, literalmente. Costará mucho recuperar a Venezuela, y aunque no imposible, debemos prepararnos para la difícil tarea.

Aterra la disposición de la peste a hacer y dejar de hacer lo que sea para seguir mandando a todo trance.

Insisto en la unidad de propósitos, el aprovechamiento del apoyo internacional y la posibilidad de lograr una cohesión en la diversidad. Quizá luzca un soñador, un iluso o quijotesco con esta apreciación, y no tengo ningún complejo en asumirlo. Pero entiendo a cabalidad que hay una tierra que pisar.

Reitero mi posición acerca de la terquedad del régimen de asirse (seguir asido) al poder, no solo por el poder mismo, sino por las culpas y responsabilidades que tienen a su cargo. Habrá mutuas concesiones, como en todo acuerdo de naturaleza política y en el entendido de que ya son veintiún años y cinco días de esta pesadilla que nos hunde cada día más en el abismo. Aun así, ¿cómo explicarle a un pueblo ávido y sediento de justicia, la impunidad por tantos crímenes?

¿Se atreverá el régimen a apresar al diputado Juan Guaidó cuando regrese? No lo sé. Pero si lo hacen, seguramente precipitarían la salida. Devoto del voto soy, pero ¿cómo ir a comicios con partidos ilegalizados, un CNE poco o nada confiable, un Registro Electoral Permanente viciado y otros desmanes de parecida naturaleza? Dilemas e incertidumbres que habría que aclarar en cierta medida y convertir la rabia y la desesperanza en motivos suficientes para cambiar este terrible estado de cosas.

Negar la importancia y la trascendencia de la gira del presidente Juan Guaidó es una detestable cicatería, odiosa mezquindad y bajeza de las más ruinosas. La actitud de algunos describe su enanismo intelectual, ejemplo obsceno del ejercicio político, envidia de la más puerca.

Referirse a ella como “improvisada”, calificarla de “sorpresiva” o pretender disminuirla aludiéndola como “construida día a día”, es otra falacia, aunque luego se pretenda remendar el capote pidiendo que la celebremos.

No ando dándole consejos al presidente legítimo de mi país, no le pido explicaciones sobre cada movimiento o estrategia de su equipo de gobierno ni tampoco adulándole como aquellos amanuenses de José Tadeo Monagas que cada vez que este preguntaba la hora, tenía cerca un adulante que le respondía: «La que usted quiera que sea mi general».

Inolvidable y notorio el 4 de febrero de este año que corre, no por hechos sangrientos ni por criminales intentonas golpistas ni por celebraciones de crueles asesinatos de milicos sediciosos. Tampoco por el accidente histórico ni la pesadilla vendida como sueño; la compra y venta de conciencias; la manipulación de las miserias del pobre; tampoco por el macabro plan de un delirante cuya ruindad lo llevó a cometer las más terribles fechorías; igualación hacia abajo; perverso afán de destrucción.

El 4 de febrero hogaño connota una fecha verdaderamente memorable e inolvidable que vivirá en la memoria de los demócratas venezolanos, por el apoteósico recibimiento del presidente legítimo Juan Guaidó en el Congreso de Estados Unidos, luego de la exitosa gira por Europa.

Y cobra más importancia aún, porque el presidente Donald Trump lo distinguió recibiéndolo al día siguiente en la Casa Blanca como lo que es, el presidente legítimo de Venezuela.

Y al estercolero los ganapanes, tarifados y traficantes de noticias. Los hablistanes y fabuladores, que no hacen sino hablar pendejadas que nos perjudican. Esos que viven escribiendo como Remedios la bella, que dibujaba animalitos en las paredes con una varita embadurnada de sus heces.

Reitero mi apoyo a la Asamblea Nacional de mi país, a su directiva, a la bancada unitaria y a su jefe. Desde luego, también al presidente Guaidó.

Mi respaldo a cualquier esfuerzo unitario no doblega mi espíritu crítico ni autocrítico; no me disminuye ni me aliena; no me impide observar ni reprochar.

 


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