Deng Xiaoping

2049 es el centenario de la República Popular China. De acuerdo con la agenda establecida por la hoja de ruta del último pleno del Partido Comunista Chino dentro de 26 años –el equivalente promedio a una generación– el ritmo del globo será indicado bajo los compases de Pekín, dentro de la armonía del socialismo y con la dirección orquestal plenaria de los valores y los principios políticos rojos del comunismo en la despedida hegemónica de Estados Unidos. China es normalmente señalada en algunos altares de la política y de las relaciones internacionales como una nueva superpotencia emergente que ha venido escalando posiciones de poder global, al destacar que su rápido progreso económico, su poderío militar en crecimiento, el avasallante desarrollo tecnológico, la progresión de su enorme población y el incremento de su influencia internacional. Esos son signos de que desempeñará un papel prominente en el siglo XXI. Ya lo está haciendo tanto por sus avances sin prisas pero sin pausas en la aplicación de su política de relaciones del soft power como por los retrocesos de su principal adversario con el histórico garrote del hard power.

El soft power asiático ejercido en la potencialidad de lograr los resultados que se desean a través de la atracción de los otros, distinto a la manipulación o a la coacción de ellos ha sido la habilidad de la dirección china bajo la batuta de Xi Jinping desde el año 2013 para determinar las preferencias de estos últimos en las prioridades en la agenda política internacional de un estado para «lograr que ambicionen lo que uno ambiciona«. Nada distinto de quienes al sur del rio Grande ponían la vista –y la siguen poniendo– y sus fantasías hacia el norte aspirando vivir el sueño americano, pero sin invasiones, sin manipulaciones, sin coacciones directas y sin intervención directa en los gobiernos ni en los Estados. El soft power chino es la atracción hacia la cultura, la expansión paulatina de su política exterior fuera de sus históricas fronteras y la no tan sutil penetración económica y comercial reflejada en la etiqueta Made in China. Probablemente en la lectura hasta aquí de este taco la inminente asociación con el milenario gigante asiático es con las enseñanzas del confucionismo y sus aplicaciones rituales, religiosas y morales coligadas con la armonía familiar y social, y la piedad filial. Todo eso respaldado en la ilustración mental con el tradicional kimono de seda, las pantuflitas negras y la relajante música de cítaras y flautas en un magnífico ambiente de lotos y de cerezos. Cuestión de imagen, pero nada que ver. Confucio es a la fecha la vanguardia del soft power del Partido Comunista Chino.

La virtud de Deng Xiaoping como líder supremo chino entre 1978 y 1989 fue la de consolidar la economía de su país y enderezarla después de los extravíos políticos de la Revolución Cultural de Mao Zedong en 1966 y los fracasos derivados del Gran Salto Adelante de 1958 que originaron las muertes y las hambrunas, por asignar prioridad a la preservaciòn del comunismo mediante la eliminación de los restos de elementos capitalistas tradicionales de la sociedad china. Deng enfoca los esfuerzos hacia la economía y desplaza la política bajo un eficiente proceso de reformas y apertura para la liberalización de la economía socialista, que le abrieron las puertas de la bonanza a ese país. Unas impresionantes cotas de crecimiento económico bautizadas como “el milagro económico chino” y la expansión paulatina de su diplomacia de acercamiento con el resto del mundo, ayudò a posicionar a China. Un país, dos sistemas fue la doctrina de cabecera durante el ejercicio de Deng, en la que ratifica que China constituye un solo país, bajo el gobierno de la República Popular China y la dirección del Partido Comunista Chino. Y en ella se admite que la cohabitación, de manera transitoria, con sistemas económicos y políticos distintos en algunas zonas que en el pasado estuvieron sujetas al capitalismo, en abierta diferencia con el sistema socialista que impera en el resto del territorio nacional chino. Esa fidelidad a su famosa frase de que «no importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones» fue la palanca del importante posicionamiento chino desde el auge de sus reformas de la reapertura económica iniciada por Deng Xiaoping expresadas en las nuevas relaciones internacionales, el desarrollo tecnológico y el fomento de su cultura milenaria y la diversificación de su comercio a nivel global. La era oficial de Xiaoping finalizó en 1989, pero se extendió en influencia con sus sucesores hasta la llegada al poder de Xi Jinping en 2013. El músculo económico de China y sus alcances globales cubría en influencia buena parte de los territorios que se ocupaban en prioridad bajo el pastoreo exclusivo de Estados Unidos y algunos países de la Unión Europea. Aún se mantenía de mascarón de proa a Confucio con cada avance de la estrategia del soft power chino en el mundo. La política de Mao Zedong –encubierta– se mantenía aún atrás, la economía de Deng Xiaoping se colocaba al lado de los nuevos tiempos del gigante asiático en la misma velocidad de su desplazamiento y la geopolítica empezaba a ocupar con Xi Jinping un lugar prioritario en el tablero mundial. Confucio adelante abriendo la ruta del soft power y Sun Tzu detrás estableciendo las pautas, los altos, las paradas, y los objetivos en los trazados de recibir el testigo como potencia emergente para relevar a Estados Unidos como potencia hegemónica global.

La llegada de Xi Jinping en 2013 sí se constituyó en un verdadero Gran Salto Adelante distinto al de Mao Zedong en 1958, en pleno desarrollo de la Guerra Fría y el enfrentamiento Este – Oeste. Contrario al diseño que caracterizó el ejercicio de Deng Xiaoping de trabajar prioritariamente hacia adentro en la economía y reducir la pobreza, estos últimos tiempos geopolíticos de China se han caracterizado por posicionarse más allá de los valores confucianos tales como la modestia, la tolerancia y la disposición a aprender; y a ejercer abiertamente sin llegar a la confrontación –soft power delante– en el principio suntzuciano de “el arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar». Hasta el momento no hemos escrito una sola letra del poder contenido en el Ejército Popular de Liberación. Están logrando sus objetivos sin disparar un plomazo.

A la hora exacta salió el Metrobús de la estación de El Valle con destino a la Plaza Venezuela. ¡Full! Todos los pasajeros aislados en la pantalla de sus teléfonos inteligentes con algún video de TikTok, la gran mayoría de tecnología china en marcas conocidas y accesibles como Huawei, Xiaomi y ZTE; más allá algunos con tabletas Lenovo consultaban información en la red sobre algunos de los 525 institutos Confucio diseminados alrededor del mundo para promover la lengua y la cultura china, y denunciados como instrumentos de propaganda del Partido Comunista Chino y de espionaje dentro del mundo occidental. Por encima de la corporeidad, en ese Metrobús que va comiéndose las avenidas hacia la Plaza Venezuela y sin la necesidad de que lo vaya manejando Nicolás Maduro, compartiendo un asiento van como pasajeros discretos y confundidos en el grupo, Confucio en el puesto de la ventana y en el pasillo, atento a todo lo que acontece, Sun Tzu.

Es solo un texto surgido como consecuencia de la última gira presidencial venezolana, de su necesidad y de sus efectos frente al porvenir político, económico y social del país. Ahora, frente a los efluvios relajantes de la infusión de un té y en actitud de beato. Para 2049 faltan 26 años. ¿Qué piensan ustedes?


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