En una de las disertaciones de Francis Fukuyama, se nos hace ver que la confianza solo puede existir entre quienes comparten los mismos valores y están plenamente dispuestos a observar las reglas establecidas –vale decir, a cumplirlas al pie de la letra, sin aspavientos ni ardides–. De no existir afinidad de principios, virtudes o cualidades innatas en la persona humana, es improbable que los consensos sean perdurables y que de ellos deriven beneficios en el largo plazo. Quede claro que los valores condicionan modos de ser, de pensar y de actuar en la vida. Y en cuanto a las reglas de juego, es habitual que deriven de acuerdos y se conviertan en preceptos de obligado cumplimiento. Un desempeño unilateral que contravenga las normas así establecidas fulmina la necesaria confianza entre las partes. Y como no podemos cambiar la naturaleza humana –en ella siempre habrá tendencias de suyo contrapuestas–, se hace indispensable el tramado institucional que haga valer la legitimidad de los acuerdos válidamente suscritos y el debido respeto a la dignidad del individuo.

En economía se mide la confianza para indicar el nivel de entusiasmo del consumidor con respecto al estado de cosas en general, un sentimiento derivado naturalmente de su estabilidad laboral, ingresos recurrentes y poder adquisitivo en la escala personal. Cuando se pierde la continuidad del ingreso, decae el consumo y se detiene la expansión de la actividad económica. En condiciones normales, la caída del salario real y otras entradas periódicas deviene en medidas de ahorro y ante todo precaución en la esfera privada. Cabe también contemplar en este análisis la solidez del signo monetario –ante todo por lo que se refiere a las reservas patrimoniales constituidas en moneda de curso legal–, uno de los temas de mayor preocupación en la Venezuela de nuestros días; no hay ninguna duda que el bolívar carece a todos los efectos de reconocimiento como reserva de valor.

Las percepciones subjetivas igualmente condicionan el comportamiento de las familias, de los empresarios y del Estado en un momento determinado. La desconfianza de los agentes económicos suele ser contagiosa y guarda relación no solo con datos macroeconómicos, sino además con la apreciación que se tenga de la fortaleza institucional y el respeto a la ley, todo lo cual conlleva la elaboración de predicciones especulativas más o menos pesimistas u optimistas, según fuere el caso. La información accesible y confiable –los datos emanados de los entes reguladores y supervisores o de quienes tengan a su cargo la recopilación y análisis cuantitativo de la actividad económica–, siempre tendrá un papel fundamental al momento de tomar decisiones; igual el comportamiento de los actores políticos en general y sobre todo de quienes hayan asumido funciones de gobierno. De todo ello derivan los casos de economía conductual que determinan el impacto de las emociones sobre la toma de decisiones económicas y su conexión con la fijación de los precios, la aversión al riesgo o las expectativas de retorno.

Las fallidas políticas públicas y la pésima gestión de gobierno de las últimas dos décadas ha sumido al país en una profunda crisis económica, producto entre otras cuestiones relevantes de la falta absoluta de confianza en las instituciones, en las fuentes de información, en la legitimidad de algunos organismos que conforman el Estado y en la capacidad de la oposición de convertirse en alternativa creíble y realista. La sátira política de los últimos tiempos sigue siendo uno de los factores que provocan mayor desconfianza, un hecho de alcances generales que menoscaba toda posibilidad de crédito externo y de inversión privada extranjera –tampoco la nacional está decididamente dispuesta a correr riesgos incalculables–. Todo lo que se diga sobre un gaseoso entendimiento entre factores en conflicto, no adquiere visos de solidez en el largo plazo, no garantiza una verdadera salida de la crisis. Tampoco los arrebatos electorales del régimen ni sus oscuras alianzas internacionales.

En ese contexto, se ha propuesto un nuevo Acuerdo Democrático Nacional para ser activado e impulsado por la ciudadanía no subyugada por temores “existenciales” –como es el caso de actores políticos, de militares encumbrados y de grupos emergentes que representan intereses creados de origen dudoso–. Serán pues los ciudadanos de buena voluntad quienes auspicien el encuentro de intenciones y la búsqueda de soluciones tangibles a los problemas comunes de actualidad –el tema humanitario en primer término, cuyo costo en salud y en vidas humanas que se pierden, es de veras alarmante–. No olvidemos que las grandes mayorías no disponen de lo mínimo indispensable para sobrellevar una vida digna; son los primeros necesitados de rescatar el empleo, el ingreso estable y el acceso franco a bienes y servicios oportunamente disponibles. Para ello –insistimos–, debe recuperarse la confianza de los agentes económicos, tal como venimos diciendo.

En la identificación de soluciones tangibles no es útil comenzar buscando culpables; es obvio que tanto el régimen como la oposición política –cada cual en su justa medida–, comparten responsabilidades –por acción u omisión– en el desastre económico e institucional que nos agobia. También es obvio que ninguno de los bandos enfrentados en el terreno de la política es capaz por cuenta propia de resolver nada. Sacar al país del abismo económico, político y social exige seriedad, sindéresis, inteligencia, comprensión, tolerancia recíproca y sobre todo espíritu público –algo de lo cual carecen actores políticos y empresarios de la hora actual, naturalmente, salvo honrosas excepciones en ambos casos–. Es preciso que las partes en conflicto reconozcan de una vez por todas sus miedos y admitan sus debilidades; deben igualmente asumir que el bienestar de un país siempre estará por encima de quienes piensan de manera egoísta que la ganancia de una parcialidad entraña el menoscabo de su contraparte –aquellos que únicamente se consagran al poder y al estatus–. Es la gente común que “ama sufre y espera” poder vivir con dignidad, la llamada a vencer la intolerancia del régimen y el sectarismo opositor, tanto como el oportunismo de unos cuantos afanados de la riqueza fácil –los que apuestan al sostenimiento del statu quo–. Solo un gran acuerdo nacional que nos involucre a todos podrá devolvernos al rumbo que nos corresponde como nación realmente soberana.

Más allá de los necesarios paliativos, estamos persuadidos de que la verdadera respuesta a la emergencia humanitaria se contrae a recuperar la república xivil –el cambio político que constituye un clamor popular–, la credibilidad en las instituciones democráticas y la confianza en todos los órdenes de actividad, sin lo cual no habrá reactivación económica. Lo demás es retórica vocinglera hasta ahora traducida en ofertas no cumplidas, en decepción generalizada.


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