Para que sea posible un verdadero diálogo entre los hombres deben darse unas condiciones que lo propicien. Si esto no ocurre solo se darán desencuentros que abrirán heridas profundas en las personas y subsiguientemente en la sociedad.

El auténtico diálogo es el encuentro entre un yo y un tú, como expresa bellamente el filósofo Martin Buber. Este intercambio de pareceres exige una particular actitud por parte de los interesados. Mostrarse de verdad resulta en la primera condición del encuentro. Respetar al otro en su modo de comprender el mundo y en su palabra, constituye otra condición esencial. Si las partes no se dan a conocer como son, no se dará ni el encuentro ni el diálogo.

Tratar al otro como un que merece respeto le lleva a sentirse “persona” y solo una relación así puede crear comunidad. Cuando media la agresión, el acoso, la descalificación constante, la crítica despiadada, la mentira y la manipulación, se hace prácticamente imposible el acercamiento a ese otro que se ha dedicado a sembrar la desconfianza entre los hombres. Se precisaría de una superioridad moral muy elevada para intentar restablecer unas relaciones que en realidad se han planteado como una guerra. Algo imposible si los corazones no cambian.

La fecundidad del diálogo solo es posible si media la autenticidad y una mínima buena voluntad en quienes aspiran a relacionarse. Si las partes aparentan lo que son; si tras sus palabras se ocultan trampas para dañar y hundir al otro, es imposible un verdadero encuentro. Por todo esto resulta difícil creer que en nuestra situación actual pueda pretenderse un diálogo con el gobierno, pues la ambición de poder, el atropello constante a la dignidad de los ciudadanos, la burla a sus derechos más fundamentales, así como la inusitada capacidad de manipulación de la realidad, son indicadores de una ruptura con toda posibilidad de encuentro. Comparto que la conversación es siempre la mejor opción en la resolución de los problemas humanos, pero también es cierto que hay personajes con los que resulta imposible entablar una relación sincera. Habría que esperar a que sus actitudes cambiaran como resultado de una presión externa que los obligase a conversar con quienes considera enemigos. Este “diálogo” no sería para mí el bello encuentro entre el yo-tú del que habla Buber, sino que se trataría ya de una negociación: un modo distinto de buscar el entendimiento entre los hombres, válido sin ser propiamente amigable. Sin duda esta es siempre la salida civilizada y racional. El problema es creer que sea posible.

El trabajo que sí está al alcance de la mayoría es procurar no replicar el modo de trato que recibimos a diario, pues si algo puede salvarnos es crear comunidad en los lugares que frecuentamos. Alcanzar al otro y hacerle sentir persona en los encuentros que procuramos es el único comienzo real que yo veo posible para caminar hacia un país distinto. Al final, esta comunidad creada desde abajo es el verdadero país: ese que podría ejercer la presión necesaria hacia arriba.

 

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@ofeliavella


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