Hay libros que se comienzan a leer y no se puede parar y, además, se te quedan grabados en la piel. Hace más de cincuenta años comencé una tarde de viernes a leer el libro Éxodo, de Leon Uris, el cual había comprado en uno de los tenderetes de libros de segunda mano que estaban a un costado del Congreso Nacional, en Caracas. Recuerdo perfectamente sus palabras iniciales: “El avión se meció por la pista hasta pararse delante del enorme rótulo: BIENVENIDOS A CHIPRE.” Fue una espiral de la que no pude despegarme hasta dos días después. Así nació mi amor y respeto por el pueblo hebreo, ese que a veces quieren estigmatizar al llamarles judíos.

Entre ellos he hecho grandes amigos, destacando entre todas mi muy querida Raquel Cohén, viuda de Barandiarán, una delicada y muy fiera representante de la esencia judía. Llevo meses indeciso en escribir estas líneas, sobre todo porque los judíos si algo no necesitan es quien los defienda, ellos saben hacerlo con sobrada habilidad y maestría. Sin embargo, nunca está de sobra fijar posición, sobre todo cuando veo con estupor la ola de antisemitismo que sacude el mundo académico estadounidense y parte del europeo.

La ignorancia es atrevida; y se hace extremadamente peligrosa al juntarse con la deshonestidad, la pereza y la pobreza intelectual. Ver la “ola” de protestas de profesores y estudiantes universitarios americanos a favor de Palestina, mientras atacan despiadadamente a los muchachos judíos y a Israel, lo menos que provoca es arcadas. Estos infelices que ahora braman contra los genocidas sionistas, que imprecan al cielo pidiendo para ellos las siete plagas de Egipto, y proclaman la defensa de los derechos civiles y demás monsergas de similar tenor, ¿tienen idea de quién fue, por ejemplo, Henry Moskowitz? Les refresco queridos asnos: fue un judío miembro de la Escuela por la Cultura Ética, que en 1909 estuvo entre los miembros organizadores de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP son sus siglas en inglés).

Además de él puedo citar numerosos otros nombres como: Jacob Davis y Levi Strauss, creadores de los bluejeans; Samuel Goldwyn, cofundador de los estudios de cine MGM. Ni hablar de la ciencia donde destaca Albert Einstein y su teoría de la relatividad, que transformó nuestra comprensión del universo; tampoco olvidemos a Jonas Salk, creador de la vacuna contra la polio; Rosalind Franklin, cuyo trabajo fue fundamental para la comprensión de la estructura del ADN; Ruth Bader Ginsburg, la segunda mujer en servir en la Corte Suprema de Estados Unidos; Abraham Joshua Heschel, rabino y defensor de los derechos civiles como ha habido pocos.

Quiero dejar aparte a los que han marcado el universo cultural de manera indeleble: Bob Dylan, Barbra Streisand, Leonard Bernstein y Philip Roth para empezar. ¿Qué decir de Woody Allen? Sin dejar atrás a otro judío fuera de serie en el mundo del cine: Steven Spielberg. Sigo con Nora Ephron, escritora, guionista y directora de cine; Arthur Miller; Betty Friedan y cierro con George Gershwin.

Pero vengamos a nuestros días, apenas en febrero de este año todas las cadenas informativas destacaron la histórica donación hecha por la profesora Ruth Gottesman. Y aquí quiero detenerme un poco, porque todos los grandes medios anunciaron la donación de 1 billón de dólares que ella había realizado a la Escuela de Medicina Albert Einstein del Bronx, en Nueva York. Y añadían: “lo que entregó a esa facultad, radicada en el distrito más pobre de la ciudad, servirá para pagar a perpetuidad las tasas universitarias de los alumnos, que ascienden a 59.000 dólares al año”. ¡Es que se tragan un burro y no eructan! Ni de vaina dijeron que doña Ruth, judía de tronío, había hecho esa donación a la Escuela de Medicina Albert Einstein de la Universidad Yeshiva, la cual es un centro de educación superior privada y judía de Nueva York, el  cual tiene seis campus universitarios, uno de ellos en Israel, que se fundó en 1886. Esta es una institución puntera en investigación, que ocupa la posición número 50 en el ranking de las universidades estadounidenses. Pero de eso no se dijo ni pío.

Eso es lo que todos estos mequetrefes de tomo y lomo callan mientras enarbolan la “digna bandera de Palestina”. Repito, los amigos judíos no necesitan que los defiendan, ellos han sabido hacerlo contra el mundo entero y siempre han salido victoriosos, pero uno se cansa de leer tantas imbecilidades y basta de permanecer en silencio. Tal como titulé estas líneas de hoy: Con los judíos estoy.  No dejaré de repetir: Brujot le Israel.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

[email protected]

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!