Tenía otras ideas en la cabeza, pero me resultó demasiado cuesta arriba no escribir sobre la lucha contra la corrupción emprendida por el gobierno de Nicolás Maduro, asumiendo el riesgo de que mis palabras lluevan sobre mojado, pues es sin duda un evento sobre el que se han amontonado varias decenas de artículos y miles de tweets.

Un viejo “flagelo” 

En el transcurso de las dos últimas ´décadas y de los años que se llevan de la presente, ese antiquísimo invento que conlleva al mal uso de los recursos públicos forma parte literalmente hablando, del paisaje venezolano y no hay que ser demasiado agudo para notarlo. Resulta lógica en un país gobernado bajo el control total de los poderes públicos, sin los más mínimos contrapesos que lo contengan, en el que la gestión ocurre en medio de una gran impunidad y  una rendición de cuentas se caracteriza por la ausencia y la alteración de los datos. No cabe extrañarse, entonces, de que las decisiones seleccionen usualmente hacia los caminos verdes.

La gestión de Hugo Chávez incurrió, desde luego, en el pecado administrativo de la desviación de los recursos del Estado, cosa que hizo en gran escala y en medio de una gran arbitrariedad. Pero no cabe duda, ciertamente, que bajo la administración encabezada por Nicolás Maduro la corrupción se ha potenciado, conforme lo atestiguan numerosos informes elaborados desde diversos estudios, realizados por sectores de la oposición y organizaciones de la sociedad civil (ONG), además de que abundan los casos en que  es visible para quien preste siquiera un poquito de atención.

Henos aquí, en medio de la corrupción

Con la corrupción hemos topado, habría escrito Cervantes. Da la impresión de que el Gobierno se diera cuenta ahora. De repente, en días recientes y con Maduro como vocero, fueron surgiendo como de la nada varias denuncias sobre el uso indebido de los recursos públicos (oh, sorpresa) por parte de altos funcionarios, cuyos largos tentáculos alcanzaban a personas que se desenvuelven en el ámbito militar y en el privado. Hablaba, así pues, de la desviación de cantidades enormes de dinero, expresadas en cifras cuya número de ceros resulta difícil de imaginar y que obviamente ha tenido graves repercusiones sobre el desarrollo del país, o sea, en las condiciones de vida de la  mayoría de sus habitantes, a pesar de lo cual, por cierto, aún se siguen invocando las sanciones internacionales (que obviamente tienen un impacto nada despreciable), como la razón principal de que Venezuela se encuentre como como se encuentra.

Así, como si no hubiera roto un plato, Maduro emprendió una cruzada contra la corrupción, pronunciando épicos discursos contra los responsables, a quienes tilda de traidores que “ponen en peligro la Revolución”. “Caiga quien caiga”, dice una y mil veces, “… todos serán castigados con todo el peso de la ley”.

El Bono Moral y Ética

En este marco ha aparecido la Policía Nacional Anticorrupción que, no obstante haber sido creada en el año 2014, parecía haber estado en modo “clandestino”, pues nadie sabía nada de ella hasta ahora, cuando se ha dado a la tarea de detener a los que han sido indiciados como responsables del desfalco a la nación. Por otra parte, en estos días, se introdujo en la Asamblea Nacional el proyecto de Ley Orgánica de Extinción de Dominio, mediante la que se busca reforzar la lucha contra la corrupción. Así mismo, se ha instado a las diversas organizaciones de calle que escudriñen a sus vecinos y tomen nota si perciben algo “raro”, convirtiéndolos a todos en posibles sospechosos.

Así como éstas han surgido otras acciones a propósito de esta campaña, entre las que no me puedo permitir pasar por alto, por lo que significa dentro del estilo del gobierno -siempre en plan de intentar barnizar la realidad-, la aprobación con bombos y platillos del Bono Moral y Ética que implica la suma de 3,97 dólares para quienes lo reciban. A propósito de ello expresó, que se cumplía con honestidad y transparencia con el bienestar del pueblo. “Son tiempos que exigen honestidad”, añadió.

En vista de todo lo anterior, a Maduro se lo describe dentro de las filas de su partido como el presidente que con más convicción y fuerza ha luchado contra la corrupción a lo largo de toda nuestra historia (junto a Chávez, obvio).

¿Conflictos domésticos?

Las mencionadas iniciativas lucieron, en primera instancia, como un repentino y sorpresivo arrebato en defensa del patrimonio público. Sin embargo, al paso de los días, casi de algunas horas, y superado el shock inicial, fluyó la razonable sospecha de que no eran “moral y luces”, según recomendaba Bolívar, las que originabas la cruzada, sino diversas pugnas internas han ido emergiendo al interior del denominado chavismo-madurismo.

En este sentido, no se crea que tales disputas remiten a desacuerdos ideológicos, a la defensa incondicional del eterno legado de Chávez o al sesgo que ha tomado el actual proyecto del socialismo del siglo XXI, transmutado en un capitalismo de burbujas. Y menos aún que aludan a los efectos del robo de los dineros públicos en la profunda crisis que abruma la existencia diaria de los ciudadanos. Se trata, más bien, de razones subalternas, reducidas a una vulgar refriega por el poder, estimulada principalmente por las elecciones presidenciales previstas para el año 2024, en las que no es ningún secreto que Maduro se presentaría para gobernar un tiempito más.

Conclusión (que no concluye)

Estas últimas líneas deben tomarse como una hipótesis, la que tal vez domina el ambiente. Pero en verdad el escenario es bastante más enredado, hay varias y muy distintas versiones acerca de lo que acontece, siendo la figura de Tareck el Aissami, el caso más claro de ello, así como las especulaciones respecto a quienes se encuentran en la palestra, quiénes son los que se adversan entre sí y quienes fungen de cómplices.

Lo que sí parece verdad es que la traición y el chantaje constituyen la barajita que casi todos llevan bajo la manga, librando la contienda por un botín en el que se entremezclan intereses, tanto políticos como económicos, el cual encuentra terreno fértil en el país deshilachado que venimos siendo desde hace rato.

En medio de este galimatías, tal vez los ciudadanos de a pie tengamos que hacer nuestra una frase atribuida a los españoles, la de «Piensa mal y acertarás». Ojalá que no.


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